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Por Publicado el: 18/02/2022Categorías: Discos, DVD's y libros

Reseña de CD: La integral de sinfonías de Sibelius por Klaus Mäkelä para Decca

SIBELIUS (K. MÄKELÄ)

Mäkelä, Klaus Mäkëla

SIBELIUS: las siete sinfonías. Tapiola. Tres fragmentos de la octava sinfonía. Orquesta Filarmónica de Oslo. Dir.: Klaus Mäkelä. Decca.

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Klaus Mäkelä y la Filarmónica de Oslo (c) Marco Borggreve

Klaus Mäkela (Helsinki, 1996) es el tercer director de orquesta que firma un contrato en exclusiva con el sello Decca en los noventa y tres años de existencia de este. Los otros dos fueron Georg Solti, en 1948, y Riccardo Chailly, treinta años más tarde. No parece un dato baladí. Sabía de la existencia de esta nueva perla de la dirección de orquesta por alguna reciente crítica de no recuerdo bien qué concierto, y por otra opinión, esta vez no escrita, de un viejo conocido empresario musical, del que siempre tengo a bien fiarme.

Y de pronto me encuentro con esta noticia, el registro de nada más y nada menos que la integral Sibelius para el estreno en la firma. Llevado por una curiosidad malsana, me puse en contacto con ella para poder acceder a un audio. La rapidez en la recepción del mismo me llevaría necesariamente a alertar de que la fecha del lanzamiento del álbum no tendrá lugar hasta el 25 de marzo. Sin embargo, no he podido resistir escucharlo. Y menos aún, escribir acerca del asunto. Por tratarse de un director que ha llegado al gran circuito hace nada, quizá sería conveniente plantearse este comentario en dos partes. Una, haciendo referencia a la manera de operar de aquel, y, la otra, obligada, a sus versiones discográficas de las obras de la integral sinfónica de Sibelius, objeto último de la reseña.

Klaus Mäkelä, hijo de músicos fineses y formado prácticamente en su totalidad en su país, es un producto nórdico en el mejor sentido, o lo que es lo mismo, un director/intérprete sin muchas – o con solo las necesarias- ataduras con las escuelas circundantes, a un lado u otro o hacia arriba y abajo de Europa. Su estilo es claro, directo, escueto, sin dobleces, sin grandes pretensiones o aspiraciones de convertirse en único, y por ello sincero; sin alardes o invenciones forzadas; natural pero sin la menor fisura.

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Klaus Mäkelä. Integral de las sinfonías de Sibelius para Decca

Tras su batuta, flexible y de gran plasticidad, despliega una técnica muy sólida y dominadora de todas y cada una de las necesidades de una orquesta. Mäkelä organiza y aquilata los tiempos, los timbres y los volúmenes con maestría y estilo propio, y quizá esto último sea lo que más sorprenda dada su (al menos teórica) corta experiencia: tiene veintiséis años.

Pero, ¿bajo qué modelo se desarrolla ese estilo, si es que sigue algún modelo reconocido? Mäkelä va al grano. No parece ser muy partidario de la fabulación, del sentimentalismo o de la exageración. Es inaudito en él, a veces, un comportamiento discursivo de gran contención, signo este de temprana madurez, pero no parece tomar como modelo el de ninguno de los grandes maestros, ni por cómo ejecuta las planificaciones dinámicas ni por el uso de una agógica que, constantemente, es rigurosamente ortodoxa. Hace fluir la música con envidiable facilidad. Puede en ocasiones ser un punto apremiante, lo que quizá sea producto de la juventud, aunque no estoy seguro de que algo así defina un factor estilístico. Es cierto que suele suceder que en los intérpretes jóvenes abunda una línea estilística conducente a discursos con ausencia de expansiones sentimentales y más construidos sobre tempi rápidos, secos y agresivos. Pero no estoy seguro de que Mäkelä se adhiera a esa regla. Más bien creo que esa propensión a la inmediatez surge de algo más natural, más simple, aunque difícilmente analizable: cuando los críticos hablamos de los grandes maestros del pasado casi siempre nos referimos a artistas con un enorme bagaje ya testado. Lo que, obviamente, no es el caso. En las últimas décadas han surgido directores interesantes y muy buenos, cuyas realizaciones nos empeñamos en comparar con las de los consagrados, cuando aquellos están todavía empezando su carrera. La rapidez es el sino de nuestro tiempo, y eso deforma la realidad. Es decir, sabemos que hacer buena música supone manejar con destreza e inteligencia unas cuantas pequeñas cosas, y que, a partir de ahí, puede o no nacer lo irrepetible. ¿Quién es juez para postular algo así? Si los críticos no queremos perder el rumbo hemos de defender la multiplicidad, no la unicidad de la versión irrepetible. Para poder dar una opinión más cerrada en el caso de esta nueva joya de la dirección orquesta del presente, creo que sin duda ya un extraordinario director de orquesta o al menos una más que consolidada promesa, solo me restaría poderle conocerle más trabajos. Porque, y aun tratándose de un repertorio de esta envergadura, para redondear una afirmación rotunda tendría que esperar hasta comprobar su relación interpretativa con los clásicos.

Aunque, ¿es que acaso Sibelius no es un clásico, una prueba de fuego de primera magnitud? Para dar una opinión sobre estas interpretaciones, y abundando todavía más en el asunto de las versiones irrepetibles, quizá tendría que explicar, para empezar, cómo y en quién se ha educado mi oído (y mi cabeza) con la música de Sibelius. Durante un montón de años he disfrutado de los discos de Barbirolli y Colin Davis (alguna vez también con los de Karajan, Maazel, Berglund y Bernstein) como contenedores de mis opciones favoritas. Particularmente de los del primero de los citados, cuya excepcionalidad me parece más que evidente. Vengo ya, pues, muy contaminado para valorar ahora estos trabajos. Así que he escuchado los discos varias veces. En la primera audición he percibido (¿sentido, por arrastre emocional?) defectos. En la segunda he llegado a la conclusión de que esos defectos están en mí, en mi manera de escuchar, a veces dogmática, y no en las versiones de Mäkelä, que sabe bien lo que quiere hacer, aunque no sea lo que, alguna vez, a mí me gustaría que hiciera. Durante el tercer pase he disfrutado de lo lindo de lo que, quizá por ello y con mucho menos “rollo” añadido, puedo considerar como un extraordinario Sibelius. Un Sibelius no explosivo, sin mucho dolor, con leves y maravillosos toques impresionistas, muy alejado del nacionalismo fácil, en su medida justa paisajístico, desmenuzado al detalle y vuelto a armar en un todo, sonado con poderío, elegancia y versatilidad, expuesto con envidiable elasticidad. Etcétera, etcétera. Y tengo claro que eso no sería en absoluto posible sin que en el podio estuviera un director como la copa de un pino. Finlandés, para más señas ecológicas. Todas las sinfonías conocen soberbias realizaciones. Es difícil hacer distingos, y menos todavía descripciones pormenorizadas, pero resulta muy sorprendente el caso de las números uno, dos, cinco y siete (y de la soberbia versión de Tapiola). Cuarta y sexta, que por otro lado son las más intrincadas, quizá estén un peldaño por abajo. La tercera, por su parte, la que seguramente alcance el menor valor musical del total, se podría inscribir en el segundo grupo. Y bien. Si por un lado digo que estamos ante un director enorme, que dirige fantásticamente bien, que tiene todas las virtudes del mundo, a qué vienen estos últimos reparos. Pienso que la gran e inasible diferencia entre una realización prodigiosa y otra irrepetible es casi siempre pequeñísima. Y no se sabe muy bien en qué consiste y en dónde reside. El mejor de los sinfonismos puede morir de éxito sin que el maestro de turno pueda hacer nada, salvo tener la capacidad para explorar lo que no está escrito y que solo puede intuir el intérprete inalcanzable. Pero no solo intuirlo, sino descubrirlo y realizarlo. La música sinfónica, y toda la demás, está plagada de espacios ocultos, casi siempre protagonistas de sutiles transiciones, que no todos los intérpretes pueden y saben encontrar. Descubrir esos, llamémosles, espacios intersticiales del discurso sonoro es lo que unos pocos, poquísimos, saben encontrar. Los “peros” que puedo poner al Sibelius de Mäkelä se refieren a esos estratos del sonido explicado; a, en ocasiones, la ausencia – o insuficiente presencia -de esos espacios, de esas transiciones milagrosas. Por eso decía antes que este soberbio director sabe bien lo que quiere hacer, aunque no sea lo que, en algunos momentos, en esas transiciones sublimes que son las que mejor definen el alma de esta maravillosa música, me gustaría que hiciera. Solo tiene veintiséis años. Pedro González Mira

Más detalles sobre el CD aquí.

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