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Por Publicado el: 11/05/2013Categorías: En la prensa

Riccardo Muti: «No se deja tiempo para madurar»

Riccardo Muti: «No se deja tiempo para madurar»

El Mundo, 10/05/2012

Merluza a la plancha, agua con gas y café expreso. La frugalidad de Riccardo Muti (Nápoles, 1941) en la mesa de un restaurante vasco contradecía ayer la suculencia de la conversación. Más aún cuando intervenían la gestualidad napolitana y la socarronería, desmintiendo el estereotipo severo e implacable que tanto inquieta a los cantantes de ópera la primera vez que lo conocen.

Sería Riccardo Muti un barítono, a juzgar por la tesitura de una voz grave que redunda en la nobleza del aspecto y que el maestro utiliza pausadamente, como si diera tiempo a tomar notas, como si otorgara peso a las palabras. Y a los nombres. Empezando por Gaetano Donizetti, cuyo Don Pasquale se estrena el lunes en el Teatro Real y jalona el regreso de Riccardo Muti a Madrid, esta vez como mediador de la agonía belcantista.

Fue la ópera con que se presentó en el Festival de Salzburgo en 1971 a invitación de Herbert von Karajan. Y la que introdujo su fertilísima relación con la Filarmónica de Viena. Cuarenta años después, a Muti le preocupa tanto como entonces la tergiversación de Donizetti. Le inquieta que predomine una dimensión bufa y cómica de la obra cuando la clave de acceso a Don Pasquale radica «en el equilibrio entre la melancolía y la sonrisa».

No proceden los gags ni las carcajadas por mucho que la ópera contenga el escarmiento a un anciano enamorado de una jovencísima mujer. «Donizetti expone un drama humano. Hace sonreír, no reír. Hay de fondo una amargura y una ternura que es obligatorio preservar, pero sucede que la influencia de los directores de escena germanos ha transformado Don Pasquale en una especie de vodevil cómico y ha desnaturalizado el mensaje original».

Tanto vale la advertencia para el repertorio de Verdi. Muti lleva interiorizándolo desde que sus padres lo sentaron en una función de Aida con tres años, de forma que la identificación con el compositor italiano sobrentiende que el bicentenario del nacimiento de Verdi sea para Riccardo Muti una cuestión personal. Partiendo de una paradoja que le indigna en su condición de sumo sacerdote: «Las óperas de Verdi se representan más que nunca, pero cada vez estamos más lejos de su verdad musical».

Se refiere Muti a la manipulación con que se intoxica el patrimonio del compositor. En unos casos porque los cantantes imponen la vanidad de los alardes pirotécnicos. En otros porque los directores de orquesta se abstienen de acudir a la fuente original en beneficio de las tradiciones, aunque a Muti también le indignan las aberraciones dramatúrgicas y la ignorancia con que los regisseursvanguardistas malogran arbitrariamente la esencia verdiana.

«Me gustaría que la ópera volviera a ser lo que fue en su naturaleza cultural, lejos del exhibicionismo y la frivolidad. Vivimos unos tiempos en los que la superficialidad y la imagen han devorado la reflexión. Cada vez vemos más y escuchamos menos. Incluso cuando estamos en una ópera, la música adquiere el valor de una banda sonora más o menos marginal».

No se reconoce Muti en esta deriva. Prefiere definirse como «un artesano de la música» que se siente extraño en el mundo del espectáculo y del consumo audiovisual. «La paradoja de la hipercomunicación es que ha desaparecido la comunicación. Cuantos más medios tenemos para comunicarnos, más nos aislamos. Hasta una pareja que cena en un restaurante pasa más tiempo pendiente del móvil que de la conversación. Me estremece, por ejemplo, que en algunos conciertos la gente no repare en la música, sino en la apariencia y en el gesto de este o aquel solista. Va el público a mirar, no a oír. Incluso un famoso pianista hizo colocar un espejo encima del teclado para que todo el mundo admirara el virtuosismo de sus manos. No me imagino a Arturo Benedetti Michelangeli haciendo algo parecido en un recital de piano».

Muti confiesa el desencanto, pero no tiene nada que reprocharse. Cree haber prolongado cuanto ha podido la dinastía de Verdi. Toscanini recogió el testigo como chelista de Otello y lo puso en las manos de Antonino Votto, que a su vez lo entregó a Muti para que lo custodiara.

Y Muti no sabe a quién encomendárselo. Reconoce sentirse bastante solo en una concepción de la partitura que consiste en escrutarla. «El mensaje de Verdi radica en animarnos a encontrar el secreto de la música no detrás de las notas, sino a través de las notas. Se trataría de tener en cuenta la máxima del pensamiento sufí: si ves el cero, no ves nada. Si miras a través del cero, encuentras el infinito. Traducido a la música quiere decir: si ves la nota, no ves nada, pero si la atraviesas encontraras el infinito».

Es un mensaje que remite a los directores de éxito que abanderan el relevo generacional. Muti les reconoce la energía, pero lamenta la escasez de profundidad. Hasta el extremo de que la charla que proporciona el decordado de la merluza y el agua evoca un durísimo aforismo de Arturo Toscanini: «Dirigir puede hacerlo cualquiera, hasta los asnos. Pero hacer música, muy pocos».

«Claro que hay músicos dotados de gran talento», aclara Muti. «El problema es que no se les concede el tiempo suficiente de madurar, estudiar, pensar. El esfuerzo y el tiempo que dedico a los jóvenes [la Orquesta Cherubini interpreta las funciones de Don Pasquale en el Real] demuestra que me inquieta el porvenir, pero creo que debería tenerse en cuenta la opinión de Verdi cuando le preguntaron por el origen de su genialidad. Dio tres razones que a mí me parecen incontestables: trabajar, trabajar y trabajar».

Lástima que Muti hubiera recordado la consigna. No porque le falte razón, sino porque sirvió de recordatorio a la urgencia de los ensayos de Don Pasquale. Fue el momento de concluir la entrevista, aunque antes de hacerlo Muti recordó una anécdota de Giorgio Strehler a propósito de Don Giovanni de Mozart: «‘Riccardo, no hemos conseguido descifrarla’, me dijo el día del ensayo general. Se distanció unos metros y al rato volvió de nuevo para añadir: ‘Pero nadie va a conseguirlo tampoco’». Ruben Amón

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