Un Tancredi izquierdoso y algo cervantino
Un Tancredi izquierdoso y algo cervantino
TANCREDI, de Rossini. Opera en dos actos, con libreto de Gaetano Rossi, basado en la tragedia homónima de Voltaire. Reparto: Daniela Barcellona (Tancredi), Jessica Pratt (Amenaide), Yijie Shi (Argirio), Pietro Spagnoli (Orbazzano), Martina Belli (Isaura) y Rita Marques (Roggiero). Orquesta de la Comunidad Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana. Producción: Coproducción de la Opéra de Lausanne y del Teatro Municipal de Santiago de Chile. Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Pepa Ojanguren. Iluminación: Eduardo Bravo. Director de coro. Francesc Perales. Dirección musical: Roberto Abbado. Lugar: Palau de les Arts. Entrada: 800 localidades. Fecha: viernes, 23 junio 2017 (se repite 25, 27 y 29 de junio, y el 1 de julio).
“El bello ideal moderno de la música italiana”. Así consideraba Stendhal el “melodrama heroico” Tancredi, compuesto en 1813 por un joven Rossini que a sus veinte años ya apuntaba maneras. La fácil inspiración de las líneas melódicas de Tancredi, el refinado impulso interno de sus ya entonces inconfundibles evoluciones rítmicas y la cuidadísima línea vocal convirtieron pronto esta ópera en una de las más exitosas de su tiempo. Aún no existían, claro, maravillas como El barbero de Sevilla o La cenerentola. Hoy 200 años después de su estreno, Tancredi ha perdido relevancia incluso dentro del propio catálogo rossiniano. Más por su muy deficiente y deshilvanadísimo libreto, que por los méritos de aquella música que tanto encandiló a Stendhal.
En Valencia, en la función del estreno de la producción diseñada por Emilio Sagi (1948) para Lausana y Santiago de Chile, triunfó con claridad la música. Y no por ser la escena dirigida por Sagi deficiente o errónea, sino por el alto nivel interpretativo, que ha marcado uno de los puntos álgidos de la época Livermore. Todos los cantantes, el coro, la orquesta, y hasta un mutilado Roberto Abbado (1954) que más que un director de orquesta parecía Cervantes o Millán Astray, al verse obligado a dirigir únicamente con el brazo izquierdo al tener el derecho inmovilizado y en cabestrillo, redondearon una gran noche de ópera y un triunfal fin de temporada. Ni siquiera la discreta afluencia de espectadores y las consecuentes desangeladas zonas de platea y gradas superiores sin cubrir pudieron enturbiar el espectáculo.
Como era previsible, la estrella de la noche fue la mezzosoprano Daniela Barcellona (1969), que parece que lleva cantando el papel de Tancredi desde que lo compuso Rossini. La identificación es absoluta. Física, vocal y anímicamente: como Kraus con Werther, Callas con Tosca, Flagstad con Brünnhilde, Victoria con Manon o Del Monaco con Otello. Desde la primera aparición, con la cavatina Tu che accendi questo core, hasta su muerte en brazos de la amada Amenaide, la mezzo de Trieste ni interpretó ni cantó Tancredi: simplemente, ¡ella es Tancredi! En estos raros casos de absoluta identificación entre artista y personaje, resulta casi grosero hablar de lugares comunes, adjetivar algo que escapa a todo. ¡Es el milagro de la ópera!
En nivel notable alto, pero no “milagroso”, se movió todo el elenco. La soprano inglesa Jessica Pratt (1979) compuso una Amenaide –la amada de Tancredi- creíble escénicamente y brillante en las coloraturas y muchas otras exigencias vocales, y no desaprovechó su gran momento en la escena Di mia vita infelice y No, che il morir non è. Espectacular el tenor chino Yijie Shi (1982), un grandísimo tenorino de agudos y sobreagudos firmes y segurísimos, ágiles y perfectamente proyectados, con un fiato casi inagotable, que lució casi hasta la eternidad llevando al sobreagudo el final del aria Ah! segnar invano io tento, del inicio del segundo acto. Una mayor elegancia en pianos y pianísimos, y algo más de sutileza en las mezza voce acabarían por redondear su ya de por sí formidable encarnación de Argirio, el padre de Amenaide.
El papel de su rival Orbazzano fue encarnado por el veterano barítono romano Pietro Spagnoli (1964), quien, como siempre, cantó con su intachable solvencia y profesionalidad. Sin alcanzar -también como casi siempre- el cielo, aunque merodeándolo bien de cerca. Martina Belli (Isaura) y Rita Marques (Roggiero), completaron con maneras y tablas tan adecuado elenco vocal.
Como casi siempre, el Cor de la Generalitat y la Orquestra de la Comunitat Valenciana, hicieron gala de su excepcional categoría. Roberto Abbado hizo que su aspecto cervantino no se resintiera en absoluto en el pulso y dramatismo de una versión cuya izquierdosidad en absoluto le restó solera y entidad. El Palau de les Arts tuvo el acierto y el detalle de dedicar la función a aquel gran rossiniano que fue Alberto Zedda (1928-2017), primer director del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, fallecido el pasado mes de marzo. Sin duda, Zedda habrá aplaudido desde donde esté que el Palau de les Arts haya optado por la versión trágica de Ferrara y no por la original del estreno en Venecia, con inapropiado Happy end.
Emilio Sagi concibe su Tancredi en un espacio neutro, que sirve tanto para un roto como para un descosido; para un Otello, como para una Traviata o para este Tancredi ambientado en la época de Rossini, pero cargado de resonancias neoclásicas y romanas. Mueve la acción con su acostumbrada eficacia y claridad, y casi alcanza a narrar con llaneza el inenarrable libreto de Gaetano Rossi, conformado por secuencias difícilmente encajables, y una dramaturgia que parece olvidar las reglas más elementales y obvias del teatro. Vestuario sin floripondios (¡gracias!) de Pepa Ojanguren, escenografía característica de Daniel Bianco y estupenda iluminación de Eduardo Bravo. Gran noche de ópera. El público era escaso, sí, pero vitoreó con ilusión de calidad a todos. Y con especial y natural énfasis al rey/reina de la noche: el Tancredi de la Barcellona. Justo Romero
Publicado en Diario Levante el 24 junio
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