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Por Publicado el: 08/07/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Orfeo y Eurídice»

LA FURA VUELVE AL LUGAR DEL CRIMEN
62 Festival Internacional de Música y Danza de Granada 

GLUCK: Orfeo y Eurídice. Ana Ibarra (Orfeo), Maite Alberola (Eurídice), Marta Ubieta (Amor). Orquesta bandArt. Coro intermezzo. Director musical: Gordan Nikolic. Dirección de escena: La fura dels Baus (Carlus Padrissa). Palacio de Carlos V, Granada. 5-6 de julio de 2013.

El 23 de junio de 1996, en la Plaza de las Pasiegas y delante de la Catedral, La Fura dels Baus entró en el mundo de la lírica y de la ópera, de la mano del entonces director del Festival de Granada, Alfredo Aracil, con un montaje de “La Atlántida” de Falla que fue el punto de referencia de aquel festival y de los siguientes. Carlus Padrissa, que es hombre agradecido y de buena memoria, no se ha cansado de recordarlo estos días en Granada, durante los ensayos del “Orfeo” de Gluck. A partir de “Atlántida”, La Fura entró en una dinámica que les llevó a Salzburgo –y aquí de la mano del Gerard Mortier de los años 90- con “La condenación de Fausto” de Berlioz, que acaso ha tenido cima en “El Anillo del Nibelungo” del Palau de Les Arts de Valencia –propuesta genial de Helga Schmidt- y que ha llegado hasta el “Tannhäuser” de la Scala de Milán, aquí invitados por Stephan Lissner. A toda esta nómina, nada pobre, se ha unido ahora Diego Martínez, actual director de la muestra granadina, un hombre capaz de no bajar la calidad del certamen con un 30 por ciento menos de presupuesto y hasta de aumentar la duración del ciclo, que ha conseguido que La Fura volviera al “lugar del crimen”, o sea, la Granada donde empezó todo.

La empresa, a primera vista fuera de las coordenadas del equipo catalán, ha sido el “Orfeo y Eurídice” de Gluck, en su versión original vienesa de 1762. El protagonismo absoluto de la visión de Padrissa corresponde, aún más que al/la omnipresente protagonista, a la orquesta, a la que el dramaturgo denomina “lira gigante formada por 40 músicos”: los miembros de BandArt, la hiper-dúctil formación creada por la flautista Julia Gállego y el violinista Gordan Nicolic, están desde el inicio de la obra sobre el escenario, de hecho son una parte del mismo y van transformándose a medida que avanza la obra: rodean a Orfeo convertidos en las Furias infernales y le amenazan con sus instrumentos, bailan, brincan y corren por la escena -¡violonchelo y contrabajo incluidos!- secundando/guiando a los personajes, se hacen parte del coro cuando es preciso, y terminan por ser el motor de la representación, todo ello sin apenas pérdida de virtuosismo en la ejecución. No menor en su capacidad motriz es el estupendo Coro Intermezzo, bien conocido del Teatro Real, que puede llevar en procesión el túmulo de Eurídice por los arcos del palacio de Carlos V –una idea que Padrissa ya plasmó en Valencia con la comitiva por la sala del cadáver de “Sigfrido”- , retorcerse como criaturas del averno o ser danzante gremio pastoril al término de la obra. Y esto dentro de las siempre espectaculares proyecciones de La Fura y de sus juegos de policromía lumínica.

Admirables fueron las cantantes, empezando por la alada Marta Ubieta, que sobrevoló a los espectadores a grúa anclada –debió cobrar plus de peligrosidad-, Maite Alberola conmovedora en su amargo lamento ante lo que cree despecho de su amado/a, y desde luego Ana Ibarra, formidable, incansable Orfeo, no travestido, sino rotundamente femenino, que lucha desgarradamente por su amor. El espectáculo fue extraordinario, de principio a fin, y acaso marca, 17 años después, no sólo retorno sino principio de colaboración más frecuente entre Granada y La Fura. José Luis Pérez de Arteaga

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