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Las críticas en prensa a Don Pasquale
Las críticas a "Cosi fan tutte" del Real en la prensa nacional
Por Publicado el: 04/04/2013Categorías: Diálogos de besugos

«Don Giovanni» en los medios de comunicación

He aquí las críticas que se van publicando del abucheado «Don Giovanni» en el Teatro Real. Clara unanimidad, con los matices que imponen algunos tipos de vinculación con la casa .
ABC 04/044
Las hazañas de la familia Simpson
«DON GIOVANNI» **
Jornada agotadora la del estreno anoche de «Don Giovanni» en el Teatro Real. Pitada monumental y fracaso anunciado. Sorpresa para muchos que esperaban pasar el rato con las aventuras latrocinicas del protagonista sin tan siquiera haber atendido a las advertencias previas en las que, con la buena fe de quien sabe la verdad pero no quiere dramatizar el hecho, se prevenía negro sobre blanco que el espectáculo exigía «una gran concentración por parte del público». Mientras duró la función, la hubo en forma de silencio, de lenta digestión de una tragedia que se mascaba en el escenario y en el foso, arriba y abajo.
El origen de todo está en la producción estrenada en Aix-en-Provence, en 2010, sin mayores daños, que es tanto como decir con la desconsideración general. Allí ya se vio que el inquieto forense Dmitri Tcherniakov había decidido un día, él solo o en compañía de otros, darle la vuelta al asunto dapontiano. Parecerá imposible dada la enorme, gigantesca, cantidad de opciones que los analistas, observado y otras personalidades acreditadas han hecho sobre una obra inagotable, difícil y de comprometido equilibrio, en la que muchas cosas son posibles dentro de la lógica e infinitas si se atiende al despropósito.
Sin embargo, el catálogo fue a más gracias a Tcherniakov quien reduce la trama a un asunto de familia en casa del Comendador, algo tan ingenioso (¡) que a los anacronismos de época («El rango siempre va unido a la honestidad») se añaden ahora situaciones de un absurdo conmovedor. «La escena es grotesca» canta el protagonista desconcertado y no es para menos pues es muy difícil de entender que al poco de empezar Donna Elvira clame venganza tan descoronada como el propio Tcherniakov a quien el abucheo le estimula; que constantemente se hable sobre lo que no sucede ni se hace, o que a veces no se sepa dónde se está: en este sinsentido la escena final, sin estatua ni cena es todo un homenaje al sobre-entendido de lo incomprensible.
Tampoco hay en ese momento Comendador, a tenor de la poca voz que tiene además de poco agraciada, ni otras intervenciones significativas por parte de un reparto que llega agotado tras soltar mucho lastre por el camino y quizá sentir la incomodidad del desenlace teatral y también musical de la obra. Este se basa en una interpretación de escaso contraste, sonoridad convencional, larga monotonía y problemática concertación. La caótica reunión con los internos en la fiesta final del primer acto fue ayer el acabose.
Y es que, por alguna razón el maestro Alejo Pérez, capaz de mantener a la orquesta en una aseada posición, le gusta ir por delante de los cantantes y cuidarles relativamente. Luego, en lo particular, Rusell Braun propone un Don Giovanni falto de empaque y escaso de proyección, lo que desconcierta frente a la mayor presencia vocal de Leporello. Explicar que el criado (aquí colega familiar del ínclito, no se sabe en qué grado ni cuantía) canta el aria del catálogo sin que se oiga una mosca, da cuenta del homogéneo trabajo de Kyle Ketelsen.
Como algo de incomprensible tiene el poco rendimiento de la Donna Arana de Christine Scháfer y la inestable vocalidad de Paul Groves, mientras saben a mal algunos tropiezos de Ainhoa Arteta, la impávida presencia de David Bizic o la puntiaguda voz de Mojca Erdmann: Donna Elvira. Masetto y Zerlina Porque al final son justos que pagan el pecado de otros: la osadía de no conformarse con interpretar el arte pretendiendo reescribirlo. Se echa de menos el fuego del infierno. Alberto González Lapuente

La reacción del público
Pitada monumental y fracaso anunciado en el Teatro Real; la tragedia se mascaba en el escenario y en el foso.

Los intérpretes
Rusell Braun propone un Don Giovanni falto de empaque y escaso de proyección, lo que desconcierta frenta a la mayor presencia vocal de Leporello.

EL MUNDO 04/04

EL MUNDO, 04 de abril de 2013

La familia del Comendador está de luto
‘DON GIOVANNI’ / Caliticación: *

El novelista y dramaturgo Marx Frisch titulaba su versión teatral del mito Don Juan o el amor a la geometría. En el montaje coproducido con Aix-en-Provence, el burlador de Sevilla aparece zambullido en un inesperado desamor familiar, que ocurre a lo largo de un trimestre en el salón burgués del Comendador.
El complejo forcejeo entre el protagonista y sus antagonistas, forzado así, resultaría eficaz con un tratamiento más depurado, menos tosco y caprichoso. Las audacias hay que defenderlas con un rigor que, ausente en este caso, desembocó en un pateo unánime, del que sólo se salvaron algunos de los cantantes.
El libertino nunca será un buen marido, pero el experto en engaños muestra con claridad meridiana la voracidad de un apetito que no es sino devoción a la vida. El personaje de Don Giovanni, encarnado lamentablemente por Russell Braun, se convierte en un treintañero aburrido y desencantado, que ni canta ni anima a los demás.
Doña Elvira tiene la desgracia de enamorarse de él, siempre dispuesta a perdonarlo, aunque el despecho la empuje a la venganza. Ainhoa Arteta se acerca con valentía a la dama burgalesa, a falta de un mayor nervio y una vocalidad más incisiva. Doña Ana, la mujer retorcida que quiere hacer pagar al seductor el pecado de no haberla seducido, aparece bien enfocada actoralmente por Christine Scháfer, aunque a veces le falta el resuello, Y Zerlina, la muchacha coqueta atraída por el señorito calavera, resulta graciosa y pícara en la delgada figura de Mojca Erdmann, limitada por una excesiva levedad.
Esta cumbre del género lírico perturba la sensibilidad del oyente espectador con su vaivén entre el dolor y el sarcasmo, el júbilo y la sensualidad; anoche se arrastraba penosamente como un interminable funeral.
Paul Groves es un esforzado Don Octavio, algo áspero de emisión y titubeante en las agilidades de su segunda aria. Masetto el pueblerino cobardón, resulta completamente nulo en la piel de David Bizic. Y Leporello, el criado que sufre a su amo sin dejar de admirarlo, puede convertirse en un papel adecuado para Kyle Ketelsen, cuando, al controlar su voz abundante, se libre de una implacable monotonía.
La dirección orquestal de Alejo Pérez arrancó con un ímpetu que hacía preludiar una cierta capacidad para poner un mínimo orden en el desdramatizado batiburrillo de la puesta en escena de la obra de Mozart, pero pronto se empantanó ante una orquesta a la que quizá ya se le empieza a notar la orfandad que suele acarrear la falta de un director musical estable. Pues el registro repite el año que viene. Álvaro del Amo

«Don Giovanni» desata la polémica

Arreciaron esta noche los abucheos en el Teatro Real. Una condena plebiscitaria, unánime, al ‘Don Giovanni’ de Dimitri Tcherniakov que además representa la mayor pitada en la era Mortier.
Tampocó gustó a los espectadores de Aix-en-Provence cuando la estrenó el director de escena ruso en 2010, pero la indignación del público madrileño ni siquiera indultó al cantante protagonista, Russell Braun, ni toleró el trabajo de Alejo Pérez en el foso.
Nada más caer el telón se precipitó el reproche coral de los tendidos. Hubo quienes gritaron bravo al sonriente Tcherniakov, pero el veredicto condenatorio dio un aspecto homogéneo a los gritos de repulsa que algunos espectadores habían manifestado durante la función.
Se explica la controversia porque Tcherniakov se concede una lectura radical de Don Giovanni. Lo retrata en su decadencia y hasta en su decrepitud, lo despoja de la libido y de las espada.
En sentido literal, porque el Comendador no muere en un duelo. Lo hace accidentalmente. Y en sentido metafórico, puesto que Don Giovanni se nos manifiesta en la andropausia y muere de un ataque al corazón, trivializando su historial de conquistas.
Se lo provocan los demás personajes de la ópera como una venganza familiar. No tanto por su pasado disoluto ni vampírico sino por su presente de hombre achacoso: Don Giovanni termina convirtiéndose en la víctima de una sociedad histérica, alcoholizada, caprichosa e hipócrita.
La soledad en que deriva la agonía del personaje relaciona la ópera de Mozart con ‘El último tango en París’. Don Giovanni evoca a Marlon Brando con el abrigo de camello, la melena desordenada, la camiseta raída, aunque el paralelismo también se extrapola al perfil psicológico. Retratando un personaje deteriorado, desquiciado y enloquecido.
Desde esta perspectiva, Tcherniakov abjura del desenlace metafísico. No viene el Comendador de ultratumba. Lo suplanta un actor profesional al que han contratado sus familiares para resarcirse de la paradoja: no lo castigan por ser Don Giovanni. Le castigan por haber dejado de serlo.
Es una novedad argumental, aunque la más llamativa concierne a la ruptura de la unidad temporal. Tcherniakov decide prolongar la ópera en varias semanas y justifica su punto de vista ‘desconstruyendo’ la ópera en capítulos, separados unos de otros con ‘telonazos’ en negro que recuerdan las transiciones de las películas en cine mudo.
Hubiera resultado más convincente el planteamiento con un reparto de mayor vuelo artístico. Hubo aplausos fervorosos a las prestaciones de Ainhoa Arteta, pero el mediocre Don Giovanni de Russell Braun desdibujó el espectáculo con toda la fuerza centrípeta del personaje.
Se entienden así las dificultades de Alejo Pérez en el foso, víctima de la inercia de las protestas y responsable de algunos errores de concertación, aunque se antoja un director de orquesta interesante, como lo prueba el esmero de su trabajo con la orquesta y la búsqueda de atmósferas cromáticas. Rubén Amón

 EL PAÍS, El día después 05/04

Encerrados en (con) un solo juguete

No olvidado del todo el rechazo que provocaron las representaciones del último Don Giovanni (dirigido por Victor Pablo y Lluís Pascual) en el Teatro Real, llega a Madrid otra versión de la ópera de las óperaspropicia para la polémica. De hecho, se saldó el día del estreno con una bronca considerable en términos generales, y particularmente enfatizada en el director de escena, en el protagonista que da título a la obra e incluso en el coro a pesar de su corta intervención.

En los títulos más conocidos —y amados— del repertorio operístico el nivel de exigencia por parte de los espectadores suele ser mayor. Las dificultades objetivas de Don Giovanniprovocan discusiones allí donde se represente. ¿Es imposible poner en pie esta ópera de una manera que complazca mayoritariamente? En absoluto. De hecho, hay representaciones que han levantado grandes entusiasmos. El problema fundamental de la que ahora presenta el Teatro Real es que hace aguas por varios frentes. Es original, desde luego, y hasta tiene momentos muy conseguidos, pero la sensación de conjunto no es lo suficientemente satisfactoria. Y no se debe olvidar que la ópera es una manifestación artística integradora. O funciona globalmente, o no funciona.

Lo más desconcertante, al menos aparentemente, es la puesta en escena. Dmitri Tcherniakov se ha convertido en uno de los directores escénicos de moda, habiéndose ya adelantado su elección para inaugurar la próxima temporada de La Scala de Milán con La traviata. En el Real había dejado su sello con una magistral lectura de Eugenio Oneguin y con un discutible, pero muy interesante, Macbeth. Talento, desde luego, no le falta. En Don Giovanni juega de entrada con la interrelación de dos conceptos, espacio y tiempo, un poco a la manera que Gurnemanz desliza en el primer acto de Parsifal con la conversión de uno en otro. En su particular ejercicio de estilo, Tcherniakov agrupa a todos los personajes de la ópera mozartiana en la misma familia: Don Giovanni es el marido de Doña Elvira, Zerlina es hija de Doña Ana, pongamos por caso. Enfocado de otra manera, el espacio es único y se limita a una habitación, donde tienen lugar todas las escenas. Y el tiempo se subraya con frecuentes y violentas caídas de telón acompañadas, en español e inglés, con apuntes que señalan los días y las horas que pasan, con el inevitable efecto en la continuidad teatral y, ay, en la tensión musical.

La dirección de actores es excelente —algo habitual en Tcherniakov— pero en esta ópera se desplaza de un concepto realista a un teatro de ideas, introduciendo un tono de peligroso distanciamiento, en su afán de exploración objetiva de la evolución de los sentimientos con un registro de cotidianeidad del mito. Todo ello desemboca en cierta monotonía escénica que produce una sensación sicológica en el límite de lo soporífero. El planteamiento es ideológicamente valiente; la realización no contiene, al menos desde mi percepción, la claridad comunicativa necesaria. En cualquier caso, no es cuestión de demonizar el riesgo, sino de lamentarse de la falta de éxito lírico-teatral. No todas las décadas surgen un Brook, un Strehler, un Sellars, un Chéreau, un Haneke, e incluso un Losey en cine, para defender con clarividencia desde diferentes perspectivas esta obra genial.

De las frases de protesta que salieron de la sala en el transcurso de la representación hubo una que me llamó especialmente la atención: “¡Además, está mal cantada!”, gritó un espontáneo. La verdad es que si el apartado musical hubiese tenido más fuste la importancia escénica habría pasado de inmediato a segundo plano (como en el recienteParsifal de Salzburgo, por poner un ejemplo de actualidad). Es cierto que el planteamiento escénico perjudicó especialmente a la orquesta y su director, el argentino Alejo Pérez, recibido en los saludos finales con división de opiniones. Sin embargo, y a pesar de algunos desajustes aislados, el trabajo orquestal tuvo corrección y entidad, con unos criterios de dirección incisivos y precisos. El reparto vocal es más discutible y siempre está la sombra de una valoración puramente musical fusionada con la componente teatral. Russell Braun fue abucheado sin piedad en el papel de Don Giovanni. La duda es si lo fue más por su interpretación o por el perfil del personaje que encarna en la concepción del director escénico. Tengo especial admiración por Christine Schafer y Paul Groves, dos cantantes muy afines a la línea Mortier. Nunca les había visto tan desangelados como ahora. El público les perdonó la vida en los reconocimientos finales, seguramente por su ejemplar trayectoria anterior.

De los tres supervivientes del estreno de esta producción en Aix-en- Provence hace tres años —Ketelsen como Leporello, Bizic como Masetto y Kotscherga como Comendador— destaca Ketelsen, muy acertado en la construcción de su personaje. Mojca Erdman pasó como Zerlina sin pena ni gloria.

Dejo para el final a la triunfadora de la noche, la soprano tolosarra Ainhoa Arteta. Marginada en el Teatro Real durante bastantes años, con la excepción de una ópera plúmbea la pasada temporada, ha salido más que airosa de esta embarcada monumental. Y ha salido por corazón, por entrega, por coraje. Es uno de los recuerdos positivos —otro de ellos sería, con matices, la dirección musical— de este Don Giovanni tan particular, a veces claustrofóbico, a veces conceptualmente analítico, a veces moderno, a veces caprichoso, a veces insulso, a veces rompedor, a veces detestable y a veces incluso ligeramente mozartiano. Juan Angel Vela del Campo

LA RAZÓN. 04/04

Temporada del Teatro Real

¿Por qué?

“Don Giovanni” de Mozart. R. Braun, A. Kotscherga, C. Schäfer, P. Groves, A. Arteta, K. Ketelsen, D. Bižić, M. Erdmann. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. A. Pérez, director musical. D. Tcherniakov, director de escena. Teatro Real. Madrid, 3 de abril.

Posiblemente sea la primera vez en la temporada que el Real puede colocar el cartel “Todo vendido”, lo cual tiene su parte positiva y su parte negativa. La taquilla vendrá bien a sus arcas exhaustas, pero la puesta en escena de Tcherniakov puede acabar de desencantar a abonados y curiosos. El regista ruso, que sorprendentemente lleva ya dos producciones esta temporada, fue elegido en Aix-on-Provence en 2010 para romper con la etapa anterior de aquel festival, en la que en 1998 se había representado un “Don Giovanni” histórico a cargo de Peter Brook y Claudio Abbado. Lo consiguió a tenor de las críticas que suscitó. Mortier se apuntó a la producción y ayer la tuvimos en nuestro teatro.

Vaya por delante que “Don Giovanni” es una ópera imposible, realmente muy difícil no ya de cantar, que lo es para las féminas, sino de poner en escena a causa del “dramma giocoso” que diseñó Mozart. Tcherniakov ha venido con ideas muy claras y las ha impuesto a cantantes y director musical, quien abiertamente ha manifestado que “este no ha sido un trabajo de equipo”. Los intérpretes han decidido pasar por el aro y tirar para adelante, aunque no acabasen de entender lo que se pretendía de ellos por más que Tcherniakov se lo explicase. Y si ellos no lo han logrado, ¿cómo se le va a pedir que lo logre el público? De ahí el abucheo monumental cuando salió a saludar.

¿Por qué Don Giovanni ha de ser un hombre roto hasta la locura, borracho maníaco depresivo, incapaz de sobrellevar el peso de su fama, víctima de una sociedad hipócrita y atacada? ¿por qué todos los personajes han de pertenecer a una familia –Doña Elvira fue esposa de Don Giovanni y es prima de Doña Ana y Zerlina es hija de ésta- y todo desarrollarse en una habitación de la casa del Comendador? ¿por qué Leoporello pasa de ser siervo a amigo de un rica familia burguesa, enamorado de Doña Elvira? ¿Por qué el Comendador ha de morir desnucándose al caerse? ¿Por qué no vuelve del más allá para vengarse, sino que la “familia” contrata un actor para reírse de Don Juan? ¿Por qué la obra de Mozart y da Ponte se ha de convertir en un grupo de familia en un interno, sin la belleza del film de Visconti y más semejante a algo entre “Festen” de Vinterberg y «Un tranvía llamado deseo»?… Y Tcherniakov sabe lo que hace, ¡vaya si lo sabe! Todo está estudiado milimétricamente, todo tiene justificación en una regia eminentemente teatral que exige a los cantantes ser auténticos actores. Incluso hay escenas impactantes, como “Vieni alla finestra” o el «Vedrai carino» , pero, ¿por qué hay que ir a la ópera tras un cursillo explicativo? ¿por qué hay que tolerar trasgresiones de los libretos hasta apartar completamente la acción de lo que los autores desearon y expresan los textos? La ópera abarca el teatro pero no es sólo teatro, ni siquiera prioritariamente teatro y eso se olvida hoy día.

Alejo Pérez no es aquel Abbado de Aix sino más bien Harding, su sustituto allí y con análogas limitaciones. Mérito tiene atreverse con recitativos tan pausados, pero falta enjundia por doquier. Muy gris «Lá ci darem la mano». Las voces masculinas no pasan de la discreción, si bien Paul Groves deja en momentos constancia de su nombre y Kyle Ketelsen muestra su categoría actoral. Ninguna de las tres sopranos -Christine Schäffer, Mojca Erdmann o Ainhoa Arteta- reúnen todas las exigencias de sus respectivas partituras, pero Ainhoa Arteta sale más que airosa en su aria y las tres, en conjunto, sí parecen Doña Ana, Zerlina y Doña Elvira. A eso juegan Tcherniakov y quien le contrató. Alguien del púbico gritó «Da Ponte» al acabar el primer acto. Efectivamente le echamos de menos.

¿Por qué «Don Giovanni» ha de resultar tedioso? ¿Por qué llega esta nueva coproducción de “Don Giovanni” al Real, si aún tiene en sus almacenes, sin reponer, la cara producción propia de Lluis Pascual, Frigerio y Squarciapino de 2005/6? ¿Por qué las administraciones públicas, que financian el 45% del presupuesto del teatro, permiten estos dispendios en el Real mientras ahogan a otros teatros? Gonzalo Alonso

 

 

 

 

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