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“Macbeth”, de cómo retorcer un libreto
Por Publicado el: 03/12/2012Categorías: Crítica

LA BOHÈME (G. PUCCINI). Palau de Les Arts de Valencia.

LA BOHÈME (G. PUCCINI). Palau de Les Arts de Valencia. 2 diciembre 2012.

El gran interés de estas representaciones de La Bohème no estaba en el escenario del Palau de Les Arts, sino en el foso, ya que dirigía Riccardo Chailly, sin duda uno de los más grandes directores de la actualidad. La verdad es que la expectación que había levantado su presencia estaba justificada y los resultados han respondido a las expectativas.

Esta Bohème no ofrecía nombres de relumbrón, sino más bien cantantes de escaso relieve. Ya se sabe que hoy en día no se viene a Valencia para escuchar voces, sino para disfrutar de una magnífica orquesta y más, si al frente de ella se encuentra un gran director, como ocurría en esta ocasión. Podría añadir que es incompatible la presencia de divos en escena con la lectura que nos ha ofrecido el director milanés.

Riccardo Chailly nos ha ofrecido una versión muy personal de esta obra maestra de Puccini. Yo me atrevería a decir que nos ha ofrecido una lectura sinfónica de la ópera. Si algo ha caracterizado a su versión ha sido la fluidez de toda la ópera, en la que los cantantes eran unos músicos más al servicio del director. Nada de paradas y arranques, nada de  brindis a la tradición canora, sino una versión musical de una gran energía y naturalidad. Si digo que la lectura resultó “sinfonista” es por el hecho de que no hubo concesiones a ninguna actuación de los cantantes, aunque fueron siempre bien apoyados por Chailly, independientemente de que tuvieran que cantar de una manera mucho más ligada de lo que están acostumbrados. Los tiempos fueron vivos, la emoción estuvo presente, cuando hacía falta, y el sonido que salía del foso fue de una gran riqueza. En resumen, una magnífica versión musical, de las que justifican la presencia de un gran director al frente de una ópera. Una versión musical de La Bohème de 1 hora y 41 minutos pone en evidencia que estamos ante una lectura muy personal. A pesar de la viveza  de los tiempos, no hubo apresuramientos, sino ocasión de disfrutar. La Orquestra de la Comunitat Valenciana ofreció una estupenda prestación a las órdenes de Chailly. Esperemos que la crisis que afecta al Palau de Les Arts no se lleve por delante a tan magnífica orquesta, sino que podamos seguir disfrutando con su calidad muchos años. Sin duda, es el auténtico puntal de la ópera en Valencia.   También el Cor de la Generalitat Valenciana mostró su gran categoría, bien acompañado por la Escolanía de La Mare de Deu dels Desamparats y  de la Escuela Coral de Quart de Poblet. Estas escolanías valencianas tiene una tradición muy rica y sus resultados están a la vista.

La producción escénica es una coproducción del Palau de Les Arts y la Opera Company de Filadelfia, donde se estrenó en el pasado mes de Septiembre. La producción lleva la firma de Davide Livermore, quien se encarga también de la escenografía y la iluminación, mientras que el vestuario es un reciclaje del propio Palau de Les Arts. Davide Livermore ofrece la ópera como una especie de homenaje a la pintura del siglo XIX, con abundancia de proyecciones de cuadros impresionistas, no faltando también algunas obras de Van Gogh y otras son aportación del propio Museo de Filadelfia. La presencia de la pintura no parece tener otro motivo que el hecho de que Marcello es pintor en la ópera. La escenografía está muy basada en las proyecciones, utilizando las paredes, fundamentalmente la de la izquierda del espectador para las mencionadas proyecciones. En el primer acto llegan a resultar un tanto molestas, no por falta de calidad, sino por el hecho de que los numerosos cambios de proyecciones llegan a distraer de la acción y la música en escena. Mucho mejor resulta el tercer acto, con un paisaje nevado de gran belleza. El segundo acto nos ofrece un cuadro impresionista del París del XIX, en el que destaca el rápido cambio de escena que tiene lugar a base de juego de luces.

La dirección de escena resulta bastante tradicional y, únicamente, me resulta muy poco convincente el aire bufo que da al acto del Café Momus, en el que el movimiento permanente de unos camareros, que no paran de hacer acrobacias, también acaba por distraer.  El homenaje a la pintura se extiende también a la escena, con la presencia de las bailarinas de Degaz. En resumen, es una producción atractiva, tradicional, a la que le sobran proyecciones en bastante s ocasiones.

El reparto vocal no ofrecía nombres de relumbrón, como cada vez es más habitual en el Palau de Les Arts. La verdad es que creo que habría existido una auténtica incompatibilidad entre divos y la lectura de Riccardo Chailly.

La soprano israelí Gal James fue una Mimí demasiado ligera y de volumen reducido, más propia para cantar Musetta que la modistilla. Esta soprano tiene su sede artística en Graz, donde ha cantado personajes como Manon Lescaut y Chrysothemis. La verdad es que resulta sorprendente que esto haya ocurrido, ya que su voz está más en línea con la de Susanna que con la Condesa. Mucho menos para poder cantar roles veristas o de Ricchard Strauss. Canta bien, pero hace falta otro peso vocal para poder emocionar en Mimí. El centro y los graves son poco audibles y únicamente la parte de arriba tiene brillo.

Aquiles Machado se mostro en buena forma vocal en el personaje de Rodolfo, que se ajusta francamente bien a sus características vocales. Indudablemente, hubo de cantar de manera muy distinta a la que le hemos visto en otras ocasiones, pero lo resolvió bien. La voz funciona bien, excepto el extremo agudo, que sigue ofreciendo un vibrato notable, menos perceptible en esta ocasión.

Massimo Cavalletti fue un Marcello de voz amplia y bien timbrada, aunque me resultó un tanto basto en su manera de cantar. Le he visto mejores actuaciones. La voz tiene volumen suficiente para cantar en espacios grandes.

La valenciana Carmen Romeu hizo una buena Musetta, que podría haber intercambiado su interpretación con la Mimí en escena, ya que apenas había contraste entre ambas voces. Estuvo desenvuelta en escena y segura vocalmente.

Gianluca Buratto fue un Colline de voz un tanto tosca, que pasó desapercibido en la Vecchia Zimarra. El joven Mattia Olivieri ofreció un material vocal interesante en Schaunard y buena desenvoltura escénica.

Los personajes secundarios estuvieron bien cubiertos por Matteo Peirone (Benoit) y Andrea Snarski (Alcindoro),

El Palau de Les Arts ofrecía una entrada próxima al lleno. El público ofreció una recepción muy cálida a los artistas, recibiendo las mayores ovaciones Riccardo Chailly y la local Carmen Romeu, además del Coro y la Orquesta. La representación comenzó con 5 minutos de retraso. Antes del comienzo la orquesta interpretó el Vals de Musetta, exhibiendo unas hojas de protesta por los recortes que están teniendo lugar en el teatro. El espectáculo tuvo una duración total de 2 horas y 28 minutos, incluyendo un intermedio de 37 minutos y dos breves paradas entre actos. La duración puramente musical fue de 1 hora y 41 minutos, como si de la Elektra de Strauss se tratara. La rapidez no está reñida con la calidad y la emoción, como se pudo demostrar. Los muy intensos aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos, a los que habría que añadir los otros 3 minutos que duraron las ovaciones al coro, escolanías y figurantes al final del segundo acto. El precio de la localidad más cara era de 135 euros, habiendo localidades en pisos superiores entre  76 y 95 euros. La localidad más barata costaba 38 euros, con visibilidad reducida. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía del Palau de Les Arts. Copyright: Tato Baeza

 

 

 

 

 

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