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Por Publicado el: 01/11/2012Categorías: Crítica

THAÏS (J. MASSENET). Teatro de la Maestranza de Sevilla.

THAÏS (J. MASSENET). Teatro de la Maestranza de Sevilla. 31 Octubre 2012.

Hacía 13 años que Plácido Domingo no se dejaba ver por el escenario de la Maestranza. En aquella ocasión fue el protagonista de otra ópera de Jules Massenet, Le Cid. Sorprendentemente, vuelve ahora, cuando las circunstancias financieras del teatro son muy distintas a las de entonces, y en un papel de barítono en otra ópera de Massenet. Su retorno a Sevilla se encuadra dentro del llamado Festival Plácido Domingo, aunque únicamente en el último mes se ha dado a conocer este curioso festival, ya que hasta entonces la presencia de Supermán en Sevilla no se encuadraba en ningún festival, sino en la temporada regular de la Maestranza. Qué se pretenda con este precipitado Festival se me escapa, aunque tampoco me resulta excitante.

Thaïs no es una ópera popular, sino que siempre sus apariciones en escena han estado basadas en el tirón de la protagonista, que en esta ópera  deja en la sombra a todos los demás, incluyendo al monje Athanael. No obstante, ha bastando que Supermán haya decidido que él es Athanael para que el público acuda en masa al teatro, independientemente de quién sea la soprano que encarne a Thaïs. No cabe duda de que su tirón popular es extraordinario y su carrera así lo avala.

 

 

Para tan señalada ocasión la Maestranza – o más bien el propio Plácido Domingo – ha decidido ofrecer la conocida producción de Nicola Raab que pudimos ver en Valencia durante el pasado mes de Marzo. La producción procede de Göteborg, donde se estrenó hace un par de años. Cuenta con una notable escenografía de Johan Engels, autor también del vestuario (brillante y colorista en las escenas de Alejandría y  más apagado, pero adecuado, para el último acto). Buena la labor de iluminación de Linus Fellbom. Nicola Raab presenta un escenario giratorio, con un edifico con escaleras laterales para la escenas de los monjes, que por su atuendo formal y elegante más parecen formar parte de una secta que de una comunidad religiosa. Al girar el escenario, vemos la sala de un teatro, escenario de los triunfos de Thäis, y que resulta muy adecuado y hasta brillante. En el segundo acto los aposentos de Thaïs son un reducido módulo en el centro, con profusión de muebles y telas, un tanto recargado para mi gusto. Hay un cambio total para el tercer acto, donde desparecen los edificios y queda una plataforma giratoria con un ciclorama al fondo con motivos del desierto. En esta plataforma se adivinan los restos del teatro en ruinas, en cuyas butacas están ahora  los “cenobitas”, con sus trajes ya raídos, como si la crisis hubiera pasado también factura a esta secta. El continuo giro de la plataforma durante el acto final resulta un poco cargante. Lo más llamativo es la presencia  de Thaïs en la escena final vestida de novia y con corona, lo que más parece responder a una visión de Athanael que a lo que establece el libreto. La dirección de masas está muy bien hecha y cuenta con una excelente actriz en el caso de Thaïs, y un auténtico artista en escena como el monje Athanael. En suma, una producción atractiva y bien hecha, aunque resulte menos convincente en el último acto.

La dirección musical estuvo encomendada a Pedro Halffter, que es el director musical y artístico del teatro. No es muy habitual ver a Halffter dirigiendo una ópera de estas características, ya que su terreno habitual suele ser la ópera alemana. Su dirección ha sido buena, pero le falta una mayor familiarización con esta música para sacar todo el partido a la música. Dentro de una lectura muy correcta, eché en falta una mayor ligereza en la interpretación, si bien hubo una gran coordinación entre foso y escena. Sus tiempos fueron algo lentos en más de una ocasión. A sus órdenes la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tuvo una buena actuación. No es un conjunto excepcional, pero sí de una gran solvencia. Buena también la prestación del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza, actualmente dirigido por Iñigo Sampil, quien está haciendo una estupenda labor.

 

La joven (29) soprano georgiana Nino Machaidze tiene muchas de las cualidades exigibles para ser una Thaïs de excepción, aunque le faltan algunas. Ha que decir que es difícil encontrar hoy una intérprete más convincente en escena  que ella, ya que a su bellísima figura se une una desenvoltura escénica excepcional. En este sentido su Thaïs es imbatible. Vocalmente, estamos ante una soprano lírico-ligera que sabe cantar y expresar cantando, lo que no es poco. El timbre  nunca me ha resultado particularmente atractivo, teniendo facilidad para apianar, así como para brillar en el registro agudo. Como la felicidad nunca puede ser completa en este mundo, Nino Machaidze resulta insuficiente en el registro grave, que, por cierto, está bastante presente en esta partitura. Hay un incipiente –algo más que eso – vibrato en las notas altas, aunque fue a menos conforme avanzaba la representación, y que resulta raro en una cantante tan joven. Su actuación fue muy superior a la de  Malin Byström en Valencia. Para ella fue el triunfo más claro de la noche y no había nadie en el reparto tan feliz en los saludos finales como ella.

 

Nino Machaidze y Plácido Domingo

Plácido Domingo era el reclamo para el público y no defraudó. Hay dos cosas que me parecen milagrosas en este artista, teniendo en cuenta que tiene casi 72 años. Por un lado está su frescura vocal, impropia de un cantante de su edad. No hay signos de envejecimiento vocal, sino que la voz sigue firme y perfectamente timbrada, independientemente de que las notas altas no son ya las de un tenor. Por otro lado, llama la atención su envidiable forma física, que le permite moverse por el escenario como si tuviera 20 años menos. En términos vocales, es evidente que Plácido Domingo no es un barítono, ya que un tenor no pasa a ser barítono por perder las notas altas. Su timbre sigue siendo de tenor y tiene la inteligencia necesaria para no forzar artificialmente su instrumento. Hay momentos – cuarteto del primer acto – en el que la  tesitura le resulta muy incómoda por abajo y otros, en los que uno desea un timbre más oscuro y poderoso, pero el artista siempre está presente. Respecto de su actuación en Valencia hace 8 meses, le encontré más familiarizado con el personaje – al apuntador no se le oía – y menos convincente en su interpretación que en la mencionada ocasión. Aunque el público le mostró su cariño y admiración de forma inequívoca, bastaba mirar a su expresión en los saludos finales para darse cuenta de que no estaba especialmente satisfecho.

Antonio Gandía fue un buen intérprete de Nicias, notablemente mejor que Paolo Fanale en Valencia. Antonio Gandía ofrece una voz de timbre muy agradable y canta con gusto, quedando algo corto de volumen. Stefano Palatchi hace ya tiempo que es una sombra de lo que fue, pero cumplió como Palemón.

En los personajes secundarios hay que destacar a Marifé Nogales, que hizo una estupenda interpretación vocal y escénica de Myrtale y Albine. Posiblemente, la mejor actuación que le recuerdo. No deja de sorprender que la americana Micaëla Oeste fuera una vez más la intérprete de Crobyle. Es guapa y tiene una voz agradable y de volumen exiguo. No hay que salir de España para encontrar otras alternativas mejores y, seguramente, más baratas para un personaje tan secundario. Hay que suponer que los deseos de Supermán son auténticas órdenes para  los teatros y más en eso que se llama Festival Plácido Domingo. David Lagare dejó una buena impresión como Sirviente.

El Teatro de la Maestranza colgó el cartel de No hay billetes. El público se mostró muy cálido con los artistas, dedicando las mayores ovaciones a Nino Machaidze y Plácido Domingo, en este orden. La representación comenzó con 6 minutos de retraso, como es lamentablemente habitual en Sevilla, y tuvo una duración total de 3 horas y  1 minuto, incluyendo dos intermedios de 48 minutos en total. La duración musical fue de 2 horas y 12 minutos, es decir 5 minutos más que Patrick Fournillier en Valencia.  Los entusiastas aplausos finales se prolongaron durante 7 minutos. El precio de la localidad más cara era de 115 euros, siendo el precio de la más barata de 48 euros. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía del Teatro de la Maestranza

 

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