Crítica: Manfred Honeck y su ‘beethovenizado’ Chaikovski en Salzburgo
Crítica: Manfred Honeck y su ‘beethovenizado’ Chaikovski
FESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Korngold: Concierto para violín y orquesta. Chaikovski: Quinta sinfonía. Renaud Capuçon, violín. Joven Orquesta Gustav Mahler. Dirección musical: Manfred Honeck. Lugar: Salzburgo, Felsenreitschule. Entrada: 1.412 espectadores (lleno). Fecha: 23 agosto 2025.

Manfred Honeck consiguió un gran resultado con un conjunto bisoño © SF/Marco Borrelli
Fundada en 1986 por el eterno Claudio Abbado y vivero de los mejores músicos, la Joven Orquesta Gustav Mahler es uno de los proyectos sinfónicos más ejemplares surgidos en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. En su anual visita al Festival de Salzburgo, en esta edición los jóvenes “Mahler” han llegado el sábado de la mano veterana del austriaco Manfred Honeck (1958), titular de la Sinfónica de Pittsburgh desde 2001 y reconocido como uno de los grandes maestros actuales.
Su veteranía, cruzada con el impulso juvenil de los músicos de la Mahler ha cristalizado en una temperamental Quinta sinfonía de Chaikovski de incandescente empaque instrumental, a la que Honeck, más germánico que ruso, aplicó unos tiempos vivos y una métrica rotunda, casi beethoveniana, que no acaba de encajar con el particular y rusísimo lirismo que embadurna la música de quien fue y es uno de los máximos sinfonistas de la historia.
Fue así una Quinta con acentos propios. Distinta y en la línea de los que, a base de querer restar la “lacrimogenería” adherida en el curso del tiempo a la música de Chaikovski, acaban por desnaturalizarla. Se apartan del modelo de los maestros rusos -de Mravinski a Jansons; de Markévich a Svetlánov o Temirkánov o Guérguiev- para buscar una perspectiva más universal, pero al mismo tiempo más neutra y, a la postre, alejada de la entraña que impulsa al genio “chaikovsquiano”.
Ya el inicio de la sinfonía, o el del Andante, Honeck busca un pianísimo extremo, más mahleriano o bruckneriano, en la línea del que solo un día antes hicieron, también aquí, en Salzburgo, Klaus Mäkelä y la cuerda del Concertgebouw en el comienzo del “Adagietto” de otra gran Quinta, la de Mahler.
Pero Chaikovski es otro mundo, como también lo son los virtuosos jóvenes de la Gustav Mahler, incapaces (aún) de obtener la perfección extrema, rayana en lo absoluto, de los profesores holandeses. De ahí que se vieran las costuras de una orquesta que, en su incuestionable excepcionalidad, no deja de ser una orquesta juvenil -excepcional, sí, pero juvenil- sin el poso, la experiencia y la profesionalizada maestría de aquellos.
Con todo, fue, naturalmente, y como no puede ser de otro modo tratándose de un maestro de la envergadura -artística y técnica- de Honeck, una versión con firma cargada de razones e ideas. Viva, rotunda, energética, orgánica y perfectamente consecuente. De romántico y temperamental empaque, con pasajes tan perfilados como el comprometido canto de la trompa en el segundo movimiento, en el que solista se lució e hizo lucir el maravilloso melodismo de una de las frases más apreciadas de la literatura sinfónica.
Honeck supo servir un colchón sonoro en la cuerda que fue marco ideal. Impresionante y rotundo final, con una vertiginosa coda resuelta con tanta maestría como efecto. Sobresaliente prestación de todos y cada uno de los componentes de la joven orquesta, procedente de más de una veintena de países y entre los que destaca la nutrida presencia española, reveladora del alto nivel actual de los nuevos instrumentistas de nuestro país.
Cariz distinto deparó la primera parte del programa, en la que Renaud Capuçon fue una vez más solista del Concierto para violín de Korngold, catalogado casualmente con el mismo opus que el de Chaikovski -35- y llamado a convertirse -en los ámbitos violinísticos ya lo es- en uno de los conciertos fundamentales del repertorio, junto con los de Beethoven, Brahms, Sibelius, Mendelssohn-Bartholdy y el propio de Chaikovski. Acompañado con mano maestra por Honeck -él mismo consumado violinista- Capuçon expresó, desde su violinismo de máximo rango, los contrastes, melancolías, tinieblas y alegrías que entrañan los tres movimientos del concierto.
También la ligereza radiante del movimiento final. Fue una versión de referencia, coronada con el regalo fuera de programa de un arreglo para violín y cuerdas de algo tan nuestro -de catalanes y españoles, de toda la humanidad- como es El cant dels Ocells, la bellísima melodía popular catalana inmortalizada por Casals. No fue el único bis. Al final de programa, tras la sinfonía de Chaikovski, Honeck y sus jóvenes huestes quisieron desdramatizar la velada con el dulcecito de La Mañana, del Peer Gynt de Grieg. Y todos contentos y felices.


























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