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Juventudes Musicales: Rizar el rizo
Ciclo de la OCNE: la juventud al poder
Por Publicado el: 08/02/2012Categorías: Crítica

París bien vale una misa

Ciclo Juventudes Musicales
París bien vale una misa
Obras de Ravel y Dukas. Philippe Aïche, violín. Orquesta de París. Lorin Maazel, director. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de febrero
El espléndido ciclo de Juventudes Musicales -en sólo un mes traerá a la Mahler Chamber con Gardiner, la Filarmónica de Londres con Bell y Jurowski, la Filarmónca de Radio Francia con Myung-Whun Chung , los Músicos de Louvre Grenoble con Minkowski o la Sinfónica de Gothenborg con Dudamel- ha tirado la casa por la ventana con la Orquesta de París y Lorin Maazel, uno de los directores mejores pagados del mundo. Muy probablemente posee también la batuta más técnica y dotada de la actualidad y, sabido es, que tiene como contrapartida una cierta tendencia a la rutina, a aplicar la ley del mínimo esfuerzo.
El maestro no se desmelenó ni con el aprendiz de brujo haciendo de las suyas ni siquiera en la apoteosis del vals pero, bien por su dominio técnico, bien porque le apetecía dirigir con una orquesta de su ciudad natal música francesa o por ambas cosas a la vez, lo cierto es que ofreció una velada cargada de intensidad, especialmente en la segunda parte. París bien le valió el esfuerzo. Abrió la primera con “Mi madre la oca”, delineando sutilmente su simplicidad, y la cerró con “Tzigane”, una rapsodia para violín y orquesta infrecuente, deslumbrante, llena de furia a la que realizó discreta justicia el primer violín de la agrupación. La “Rapsodia española” hizo entrar en calor al público que llenaba la sala desde el misterio del “Preludio a la noche” hasta la explosión sonora que encierra “Fiesta” y que ya no nos abandonaría hasta el final del concierto. Incomprensiblemente se programa muy poco “El aprendiz de brujo”, la única obra que el gran público conoce de Paul Dukas y cuya música se ha vuelto inseparable para la eternidad del film “Fantasía” de Walt Disney. ¡Cómo no dejarse arrastrar en el recuerdo de Micky Mouse desbordado por las escobas acarreando agua! Baste decir que la lectura de Maazel estuvo a la altura de la de Stokowski. Tras su frenesí final llegó el crescendo a ritmo de vals en una versión digna de los mejores conciertos de Año Nuevo, en los que por incomprensibles motivos nunca aparece esta pieza. Hay maestros, pocos, que hacen una gran orquesta de una mediana agrupación. Un gran triunfo. Gonzalo Alonso

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