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Por Publicado el: 16/02/2012Categorías: Crítica

Juventudes Musicales: Rizar el rizo

Juventudes Musicales
Rizar el rizo
Obras de Schumann. Solistas. Mahler Chamber Orchestra y Monteverdi Choir. John Eliot Gardiner, director. Auditorio Nacional. Madrid, 15 de febrero.
Ya estamos acostumbrados a que cada cual busque un atisbo de originalidad con el que justificar su trabajo. Lo hacen los directores de escena, los artísticos y los directores musicales. Pero la originalidad ha de responder a una lógica, porque en caso contrario no es originalidad sino un proyecto frustrado y también frustrante. Así ha sucedido en el último concierto de Gardiner en Madrid con dos agrupaciones de tanta calidad como la Mahler Chamber Orchestra y Monteverdi Choir. Una lástima.
La originalidad de Gardiner empezó por buscar una sonoridad especial para la “Cuarta” de Schumann. Mi compañero y amigo Alberto González Lapuente escribía ayer respecto a “La clemencia de Tito” en el Real que “el maestro Thomas Hengelbrock ofrece toda una lección de indefinición estilística, propia de este tiempo, es decir de ese café con leche tan al día en el que cambiando algunos instrumentos, tratando de que los modernos toquen a la antigua y de que todo suene con cierta acidez y mucha sequedad se trata de ser más auténtico en el sonido”. Comparto plenamente su opinión en ese caso y es algo perfectamente aplicable al Schumann de Gardiner, cortante y lleno de aristas. Si alguien hubiese escuchado antes del concierto la “Cuarta”, con sus perfumes escoceses mendelssohnianos, en versiones de Kubelik o Karajan pensaría que se trataba de otra partitura. Tanto puede cambiarse el sonido.
Recuperar lo hoy olvidado puede tener interés, por más que la mayoría de las veces lo enterrado bien enterrado está, pero carece de sentido ofrecer al público español una música incidental de una hora en la cual hay cuarenta minutos de recitado en el que un narrador aborda en alemán casi todos los papeles solistas. ¿Dónde estamos? Esto es “Manfred”, más bien una pieza teatral con música añadida. Empezó bien, con una vibrante obertura, lo único conocido y con razón, y las voces de los espíritus, para difuminarse en un interminable soliloquio que sólo recuperó al final la variedad de entonación. No es de extrañar que parte del público fuese abandonando la sala y que su tibia respuesta final resultase más que embarazosa. Rizar el rizo es peligroso. Oportunidad perdida. Gonzalo Alonso

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