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MOSES UND ARON (A. SCHÖNBERG). Teatro Real de Madrid
Tristan en el Liceo
Por Publicado el: 08/09/2012Categorías: Crítica

Digna versión en una operación ruinosa

Schönberg: “Moses und Aron”. Franz Grundheber, Andreas Conrad, Johanna Winkel, Elvira Bill, Jean-Noel Briend, Jason Bridges, Friedemann Röhlig. Europa Chor Akademie. SWR Sinfonieorchester Baden-Baden – Freiburg. Director musical: Sylvain Cambreling. Teatro Real, Madrid. 7-9-2012.

Auténtico acontecimiento el estreno en Madrid, bien que en versión de concierto, de esta colosal ópera del siglo XX, dada a la luz en 1957. Con ello se festeja de buena y sorprendente manera el decimoquinto cumpleaños del Real. Es curioso que Mortier rechazara hace dos años una coproducción con la Ópera de Viena, apalabrada por la anterior dirección en la que se iba a contar, como parece lógico, con los conjuntos del Teatro, que, bien trabajados, pueden alcanzar muy interesantes prestaciones. Y el propio responsable del Teatro no se ha cansado de decirlo. La importación de coro y orquesta, para dos únicas sesiones, es una operación más buen ruinosa, realizada al alimón con la Philharmonie de Berlín, el Festival de Lucerna y el Festival de Estrasburgo.

Schönberg construyó en esta ópera una especie de parábola, en buena medida autobiográfica, que trata la eterna cuestión de la incapacidad del artista para dar a conocer, de forma inteligible, sus ideas. Aarón, hermano de Moisés, intenta traducir la inextricable palabra divina. Una labor condenada al fracaso y que no puede impedir los ritos orgiásticos del pueblo judío, a la postre ayuno de la necesaria fe. Desde el punto de vista musical todo se edifica en torno a una sola serie de doce sonidos sobre la que Schönberg emplea hábilmente la técnica de la variación. El complejo tejido fue generalmente bien servido por la aplicada batuta de Cambreling, ordenado, suficientemente claro, casi siempre preciso.

Es cierto que al director belga le falta el arrebato, la electricidad, el fervor tan conveniente en momentos clave como el de la extensa escena del Becerro de oro, donde la técnica del compositor alcanza dimensiones siderales a base de continuos cambios de compás, notas a contratiempo y poderosos pasajes imitativos. Pero la música, áspera y dislocada, disonante y grandiosa, manó fluidamente. No obstante, nos habría gustado un poco más de lirismo o sentido poético en el comienzo de la segunda escena del primer acto o un mayor refinamiento en partes de la escena cuarta. El coro invitado es sólido y compacto, aunque cometió algunos deslices y posee un empaste desigual. No negamos, sin embargo, que tuvo momentos magníficos, como aquellos de la escena segunda del segundo acto en los que se dan cita el virtuosismo y la delicadeza. Cambreling acertó a controlar y a concertar, dentro de su estilo cauteloso, las orgiásticas danzas, en las que la orquesta tuvo sus mejores minutos.

Grundheber, un barítono sólido, expresivo y minucioso en su exposición del “sprechgesang”, estuvo por encima de todo los intérpretes vocales. Conrad, como Aaron, mostró carencias tímbricas, engolamientos varios y cortedad en la zona aguda, tan exigente en esta partitura, pero exhibió notable expresividad. Los demás solistas en ocasiones –fallo de la batuta- fueron poco audibles. Adecuado el sacerdote de Röhlig. El público fue entrando poco a poco en el entramado y acabó aplaudiendo con fuerza, ganado por la música y por la dignidad de la versión. Aniversario bien servido. Con el contrapunto inicial de los trabajadores despedidos del Teatro. Arturo Reverter

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