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Verdi teatralizado en la Quincena Donostiarra
Por Publicado el: 28/08/2014Categorías: Crítica

Una potente Scheherezade en la Quincena Donostiarra

75 Quincena Donostiarra

Una potente Scheherezade

Obras de Brahms y Rimsky-Korsakov. Emanuel Ax, piano. Orquesta Filarmónica de Rotterdam. Yannick Nézet-Séguin. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 27 de agosto

Ax emanuel

Quizá ha sido el tercero de los conciertos programados de Yannick Nézet-Séguin con la Filarmónica de Rotterdam aquél en el que se alcanzó el nivel artístico más alto y no en su primera parte sino en la segunda.

Hace muy pocos días que Pollini cancelaba en Salzburgo el programado primer concierto de Brahms y lo sustituía por el de Chopin, no encontrándose con fuerzas para abordarlo con plenas garantías. Emanuel Ax (Ucrania, 1949) es siete años más joven que el italiano, pianista sólido que siempre se ha caracterizado por huir del virtuosismo por el virtuosismo, poniendo éste al servicio permanente de las partituras. Estamos ante un concierto en el que importa tanto la labor del director como la del solista y ahí queda la histórica grabación de Gould con Bernstein, con su enfrentamiento incluido, para demostrarlo. Ax y Nézet-Séguin ofrecieron una lectura sin sombras, pero a la que faltaron algunas luces, aquellas que provocan la emoción en el oyente. Fue una versión aseada pero falta de buena parte del tremendo gancho que la obra posee, principalmente en su extenso primer movimiento.

En el inspirado poema de Rimsky-Korsakov no hay solistas y por ello no sucedió lo mismo que en el «Requiem» verdiano. He escrito que no hay solistas, pero ya lo creo que los hay: todos y cada uno de los atriles de la orquesta, empezando por el concertino. El de Rotterdam realizó una labor admirable en sus cantos de la princesa Scheherezade. Lo mismo habría que apuntar de la cuerda grave, las maderas o los metales, sorprendiendo la calidad de una orquesta apenas conocida en estos lares. En estos tiempos de globalidad todas la agrupaciones tienden a uniformar sonidos y la holandesa se ha contagiado de la exactitud de las americanas conservado la calidez de las europeas. Al director canadiense le gusta recrearse en los contrastes dinámicos y la partitura de Rimsky brinda ocasión para ello. Fue toda una exhibición de poder sonoro, pero sin perder el carácter seductoramente oriental, la frescura de sus melodías ausentes de cualquier prejuicio y, sobre todo, su vitalidad rítmica. Triunfo total, plagado de aclamaciones sólo acalladas tras la obertura de «Kovanchina», cuando el director indicó que era hora de cenar y beber. ¡Cómo no en San Sebastián! Gonzalo Alonso

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