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Por Publicado el: 27/08/2014Categorías: Crítica

Verdi teatralizado en la Quincena Donostiarra

75 Quincena donostiarra
Verdi teatralizado
«Requiem» de Verdi. C.Nylund, K.Cargill, S.Pirgu, M.Petrenko. Orfeón Donostiarra y Orquesta Filarmónica de Rotterdam. Y. Nézet-Séguin, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 26 agosto.

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Las estrellas en la recta final de la 75 Quincena son sin duda la Filarmónica de Rotterdam y su director Yannick Nézet-Séquin en triple tanda. La primera ha demostrado en San Sebastián ser hoy día una muy sólida agrupación, incluso en el pelotón de cabeza de las mejores europeas. El director canadiense, titular de Rotterdam desde 2008, ha sido nombrado el pasado año también titular de un conjunto tan emblemático como Filadelfia, y se trata de una de las batutas más cotizadas en teatros de ópera y salas de conciertos, aunque en España su nombre no sea aún muy conocido.
Tras la «sexta» malheriana le llegó turno al «Requiem» verdiano, una obra que nunca se ha sabido si clasificarla como obra sacra u ópera y es que Verdi logró combinar ambos aspectos a la perfección, escribiendo una música que emociona tanto desde un punto de vista espiritual como teatral. El primero es obvio en su comienzo en pianísimo o en ese maravilloso «Lacrymosa» que trasladó a la escena de la prisión de «Don Carlo». Del segundo el potentísimo «Dies Irae». Todo ello fue expuesto con bastante equilibrio por Nézet-Séguin, quien dirigió sin partitura, demostrando un completo conocimiento de la obra. Versión personal, ligera en bastantes de sus tempos y, quizá, desconcertántemente lenta en otros como el «Sanctus». Tal lentitud teatralizó en exceso y, sinceramente, contando con sensacionales masas orquestales y corales, bien podía haber acelerado. Preciosos los acordes iniciales, más aún el «Agnus» o el enlace al «Ofertorio» y contundente el «Dies Irae» sin que el conjunto llegase a perder por el camino una cierta interiorización. En todo ello hubo dos armas fundamentales: la orquesta y ese Orfeón Donostiarra que se ha renovado y brilla hoy como en sus mejores momentos del pasado. Impresionante la entrada de las voces masculinas en el «Te decet hymnus», eso es poderío. Musicalidad, emotividad, seguridad en unos fortes perfectamente empastados, los pianos etéreos a los que la orquesta no acababa de seguir… No se puede cantar mejor. Al escucharles en su ciudad uno confiesa no entender cómo gobierno autonómico, diputación y otras instituciones reducen las aportaciones a su, quizá, institución cultural más emblemática hasta poner en riesgo su futuro. Hay que mantener como sea todo cuanto el Orfeón ha creado en los últmos años para asegurar su calidad.
Fue una pena que el cuarteto solista no alcanzase el mismo nivel. A la finlandesa Camillla Nylund le faltan color y graves para abordar Verdi y más el «Liberame» conclusivo si bien, hay que reconocerlo, resolvió soventemente el problema del agudo en pianísimo donde tantas fracasan. Saimur Pirgu llegó en el último momento para sustituir al tenor anunciado, sin poder ensayar con la orquesta. Salió dignamente del apuro, con un correcto «Hostias» en donde encajaba mejor su voz de tenor ligero que en el más exigente «Imgemisco». La mezzo Karen Cargill posee voz pero entubó en demasía y al bajo Mikhail Petrenko le faltó clase. Hubo casi diez minutos de cerrada ovación de un público que llenaba completamente la sala y que sólo se levantó cuando el director decidió dar por terminados los reconocimientos. Gonzalo Alonso

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