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Por Publicado el: 06/04/2011Categorías: En la prensa

A contracorriente

A contracorriente
RITMO. Editorial abril 2011
Por razones que quizá sean explicables más desde un punto de vista político que no operístico o musical, nos parece estar cayendo en una preocupante regresión; nos parece estar reviviendo en el Teatro Real situaciones pasadas nada deseables. Por demasiado interesadas y, en cierta medida, un punto provincianas. Percibimos una especie de estado de ánimo tendente a condenar –sin razones y sí, en cambio, con una especie de ira solapada– todo lo que huela a progreso en la manera de concebir, planificar y entregar la actividad cultural en un teatro que está realizando un magnífico esfuerzo de contención de gastos para poder seguir ofreciendo esa actividad con, digamos, normalidad; “con la que está cayendo”, por utilizar la frase más repetida hoy por el ciudadano de a pie. Y pensamos, además, que el escudo “político” que se utiliza en la defensa de determinadas posturas críticas es de una naturaleza engañosa: una magnificación soberana de lo español –en general: repertorio, directores de orquesta, cantantes, etc.– frente a las corrientes extranjeras que han invadido la Casa. Cuando se reabrió el teatro como sala de ópera hace ya 14 años, en un muy serio y fundamentado intento de superar un debate falso –al que, claramente, se quiere volver ahora– se contrató a un extranjero para la dirección artística. La historia es conocida: sencillamente tardó bastante poco en caer “el francés”. Y ahora parece que a más de uno le gustaría que la situación se repitiera. Otro “extraño”, efectivamente, vuelve a estar en la cúpula directiva de la Casa. Esta vez, parecido; no francés, belga.

Sirva esta larga introducción como asunto previo a una posible valoración de la nueva temporada del Real, recientemente dada a conocer. Lo dicho arriba está en realidad “inspirado” en un conjunto de reacciones a la misma (casi todas negativas), en las que hemos creído detectar un cierto perfume espurio. Se la ha criticado aportando razones de distinta naturaleza, pero en la mayor parte de los casos confluyendo hacia un par de cuestiones profusamente repetidas: no incluye obras de Rossini o Donizetti o Bellini o Verdi o Puccini, por un lado; y no mueve un dedo por la música y músicos españoles, por otro. Vayamos por partes.

Creemos que en el primer asunto es difícil entrar, y además no tenemos un especial interés en polemizar sobre el mismo, pues cada programación es la que es, y siempre se puede encontrar pros y contras en su valoración. Pero como somos conscientes de que nuestros lectores querrán saber cuál es nuestra opinión, diremos que para nosotros no es ningún problema que no haya “barberos”, “traviatas” o “butterflys”, como tampoco lo sería que estuvieran estas y no las “elektras”, las “pelleas” o las “lady macbeths” que sí están. Debemos defender a capa y espada –y es lo que hacemos– que en todas las épocas ha habido buena y mala ópera; y que el interés de un determinado título no está en función de la fecha en que fue escrito. Así, ¿le podemos decir al lector que nos gusta más La traviata que Elektra? Ni podemos ni queremos. Sí, sin embargo, que la una y la otra son igualemente maestras y por ello deben programarse . ¿Cuándo y cómo? Sinceramente, creemos que eso es irrelevante, e invitamos a nuestros lectores a que hagan una reflexión serena al respecto. A nuestros lectores y a todo aquellos aficionados que amen la ópera por ella misma.

En cuanto al segundo aspecto, es decir, ese ataque nacionalista que parece haberle entrado a todo el mundo para defender “lo español” como marca determinante, ahí sí tenemos y queremos dar opinión. Lo español, como lo francés, lo alemán, lo ruso, lo italiano, o lo uzbeco, ponemos por caso, no debe ser un valor absoluto cuando se habla de creación o de mostrar lo creado. Y nos parece que en la España moderna y global que nos ha tocado vivir, menos. Nosotros creemos que la ópera debe de ser mostrada con independencia de su sello identitario, y como un conjunto de calidades que tengan que ver con el estilo y la naturaleza, pero no con la nacionalidad. Y, desde ese punto de vista, no estamos de acuerdo con la discriminación positiva en función de las áreas geográficas. La verdadera identidad de la música puede llegar a jugar malas pasadas a las artes “nacionales”: seguramente óperas como Carmen o El barbero de Sevilla han hecho más musicalmente por “lo español” que muchas otras de ADN español, menores en calidad e interés, aun con carnet de identidad nacional.

Por último: ¿bajo los criterios expuestos hasta aquí, nos ha gustado la programación para la próxima temporada del Teatro Real de Madrid? Pues por lo visto y oído hasta el momento de redactar estas lineas, debemos ser de los pocos a los que, efectivamente, no nos ha parecido una calamidad. Creemos que hay buenas e interesantes propuestas y está plagada de admirables intenciones. Es absolutamente necesario dar un margen de confianza al autor de la misma; esperar a ver qué pasa. Pero no nos parece sensato augurar su fracaso por el hecho de ser como es.

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