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LA EDAD DE ORO DE GERARD MORTIER
Por Publicado el: 17/03/2014Categorías: En la prensa

Anna Netrebko cambia barítono por tenor

Los melómanos que asistimos hace unos días al Teatro Costanzi de Roma con ocasión de Manon Lescaut reaccionamos con sorpresa al reparto de la ópera de Puccini porque el protagonista masculino era un tenor desconocido. Nos tranquilizaba que Riccardo Muti estuviera en el foso como avalista, pero las prestaciones del muchacho se antojaron deficientes. Más aún cuando Anna Netrebko (42 años), protagonista absoluta del espectáculo con esa voz corpulenta y sensual, lo sepultó en el desenlace del último acto.

¿Quién era Yusif Eyvazov? El enigma se ha resuelto esta semana. No en el plano musical, sino en el sentimental, pues resulta que el cantante de Azerbaiyán ha publicado en Facebook su compromiso con la diva austro-rusa. Se declara oficialmente comprometido y definitivamente enamorado, aunque llama la atención el silencio con el que la amante concernida ha reaccionado —no ha reaccionado— a la exclusiva.

Tendría que saberlo ella, se supone. O quizá le ha molestado la indiscreción de Eyvazov. O quizá Eyvazov, 10 años más joven, ha precipitado la noticia para apuntalar el fichaje. O quizá la Netrebko ha utilizado a Eyvazov para despecharse de Erwin Schrott, barítono alfa, uruguayo y fortachón del que se había separado el pasado mes de noviembre.

No llegaron a casarse, pero sí tienen un hijo de cinco años, Tiago, al que custodia la cantante en su residencia de Manhattan. La hemos conocido, la residencia, en su excentricidad y en su extravagancia merced a un reportaje del New York Times contemporáneo a la noticia de la ruptura, aunque la Netrebko salvaguarda los pormenores de su vida privada y se ha limitado a publicar un comunicado ponderando la separación amistosa y la estabilidad de Tiago.

El problema es que el affaire Eyvazov se ha precipitado en el prosaico periodo de luto conyugal, siempre y cuando no fuera el origen de la ruptura. Una hipótesis verosímil, pero también discrepante con los rumores sobre la promiscuidad de Schrott, un cantante atípico de Montevideo que forma parte de la proyección metrosexual de la ópera, entendiéndose ésta como la proliferación de cantantes que trabajan más por su aspecto que por sus cualidades vocales.

La propia Netrebko perteneció a esta misma familia. Sus hechuras de modelo y su voluptuosidad en escena la convirtieron en una diva irresistible. Especialmente cuando protagonizó en el Festival de Salzburgo (2005) una arrebatadora versión de La Traviata a la vera del tenor mexicano Rolando Villazón.

Debió cuajarse también entonces el idilio de ambos. Y el adulterio de ambos también, pues la Netrebko estaba comprometida con un simpaticone bajo italiano, Simone Alberghini, y Villazón, casado.

Fue un periodo efervescente, desquiciado. Los teatros se los subastaban, más o menos como si trascendiera en escena la afinidad musical y la sentimental. Un vórtice artístico y pasional al que puso freno la crisis vocal y personal de Villazón.

Se descompuso el cantante azteca. Mantuvo a flote su matrimonio neutralizando como pudo la repercusión de los amoríos, pero su carrera se resintió de la precipitación y de las ambiciones. Les ocurre a los epígonos de Plácido Domingo. Tanto se obstinan en imitarlo que los derrite el sol como a Ícaro: Villazón abdicaba como el mesías de los tenores, mientras que Netrebko perseveraba en una carrera sólida e inteligente.

Fue el contexto en el que apareció Erwin Schrott, versión operística de Jack Sparrow y barítono de hojalata. No se trata de denigrarlo. Él mismo se define de tal manera porque Schrott significa hojalata en alemán y porque el trajín de su vida en los arrabales de Montevideo tanto le predispuso a los oficios de quincallero como de zapatero.

¿Quién mejor que él para convertirse en el galán de un cuento de hadas? Tiene sentido preguntárselo porque la hagiografía y el mito de la Netrebko aloja la versión posmoderna de La Cenicienta. Ella misma se ganaba la vida limpiando los suelos del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Tenía 16 años, era estudiante de canto en el conservatorio y esperaba la carambola de una oportunidad para responder a las expectativas familiares. Se la dio Valery Gergiev, sumo sacerdote de la ópera rusa y símbolo de la explosión cultural en tiempos de Putin. Después sobrevino su debut en Salzburgo de la mano de Harnoncourt, el contrato exclusivo con Deutsche Grammophon, su reconocimiento en los grandes teatros del Grand Slam y la reveladora Traviata que cuajó en Salzburgo a las órdenes de Willy Decker. Vargas Llosa escribió, a propósito del espectáculo, que era imposible superar la actuación de la Netrebko en términos de fuerza dramática, de sutileza y de novedad. Verdi había pensado en ella. Y Puccini también, puesto que la Manon Lescaut representada en la Ópera de Roma demuestra que la Netrebko ha sobrepasado la dependencia del físico y de la dieta.

Otra cuestión son los paparazzi. La asedian y la persiguen en cuanto prima donna absoluta del escalafón sopranil. Austria le dio el pasaporte como si fuera un hallazgo patrimonial y el MET despeja el calendario a su antojo. Pero ocurre que la planificación cautelar de los teatros y de los cantantes proporciona incómodas situaciones en caso de producirse rupturas sentimentales. Quiere decirse que Netrebko y Schrott tienen firmados contratos para actuar juntos en los próximos tres años. Ya se han suspendido algunos en virtud de las indisposiciones de salud más o menos forzadas, pero la pareja está obligada a representar el papel de familia real operística, más allá de las obligaciones con Tiago.

La ópera, señores y señoras, acostumbra a trasladar a la escena los avatares de una soprano y un tenor que terminan incordiados por un barítono. Esta vez ha sucedido al revés. Y no en el teatro, sino fuera de él. Es el tenor quien ha mediado entre el barítono y la soprano, aunque tenemos dudas sobre las opciones de Eyvazov como aspirante a la mano de la Netrebko. Menos aún después de haberla escuchado cantar en Roma la interlocución del primer acto de la Manon: «Tengo una mente más clara de lo que parece, aunque una triste fama me precede. Pero conozco la vida, quizás demasiado». Rubén Amón (El Mundo, 15/03/2014)

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