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Por Publicado el: 07/07/2014Categorías: Crítica

Barenboim, líder desde el podio

Ciclo Ibermúsica

Barenboim, líder desde el podio

Obras de Strauss, Schubert y Elgar. C.Popp, chelo; F.Schwartz, viola; W.Brandl, violín. Orquesta Staatskapelle Berlín. D.Barenboim, director. Auditorio Nacional. Madrid, 5 y 6 de julio.

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Barenboim volvió a Madrid, dentro de una gira por otras ciudades, para poner punto final a la presente temporada de Ibermúsica que, como habitualmente, nos ha deparado muchos de los mejores momentos musicales del año. ¿Quién mejor que él, tan ligado a Aijón, para cerrar ciclo? Claro que también posiblemente aprovechó para avanzar en el libro sobre liderazgo que escribe mano a mano con Felipe González.

Además no se anduvo con chiquitas: dos programas de enjundia y no precisamente de gran gancho popular si se exceptúa la «Inacabada» de Schubert. Por cierto, ahora parece de trasnochado llamarla la «Incompleta». Modas papanatas. Me atrevería a afirmar que fue Schubert lo mejor de las cuatro obras programadas, porque la orquesta berlinesa funcionó con una perfecta cohesión y el maestro supo darla esa profundidad que tantas veces se echa en falta. Admirable de principio a fin y soberbio el segundo tiempo.

También me atrevo a confesar que el «Don Quijote» straussiano me supera, que me resulta muy difícil no aburrirme con él. No me avergúenza confesarlo, al fin y al cabo todos tenemos obras con las que no congeniamos. ¿No es verdad? Barenboim, como Mortier, no soporta «El caballero de la rosa» del mismo autor. Giulini, como también el citado Mortier, no congeniaban con Puccini. A Karajan no le gustaban todas las sinfonías de Mahler… Pues volví a aburrirme una vez más con el caballero de la triste figura, en parte por la lectura un tanto analítica del director en perjuicio de sus aspectos humorísticos. El crítico francés Romain Roland escribió tras el estreno parisino que se trataba de «Un juego. Una broma musical» y parte de tal carácter estuvo ausente. Por lo demás disfrutamos de dos solistas formidables, miembros de una agrupación que se mostró en plena forma, chelo y viola, que se lucieron en sus respectivos personajes de Quijote y Sancho en la confrontada tercera de las diez variaciones de la partitura. Es de justicia citar también al clarinete en la sugerida locura del caballero, el obóe en la evocación a Dulcinea, trompetas y tuba en el combate con un imaginado gigante, las flautas, el polifono o las arpas con sus glisandos en la séptima variación. La versión fue aplaudidísima tras su final planísimo con los clarinetes y el chelo seguidos por la orquesta en el reposado acorde en re mayor.

Sin duda hubo mucho más vuelo en «Vida de héroe», en una imponente exhibición de poder y conjunción para la cima del género del poema sinfónico que firmó Straus empleando nada menos que una plantilla de maderas a cuatro. En esta especie de enorme sonata en seis movimientos siempre sobresale su cuarta parte, el combate, una auténtica apoteosis en la que hasta se escuchan los silbidos de los proyectiles gracias al flautín. El crítico francés antes mencionado la calificó como «la batalla más formidablemente pintada en música». Pero la obra de Strauss contiene también el extremo opuesto y en «La compañera del héroe», su tercer parte, lució musicalidad e intenso lirismo el primer violín. Es curioso el recuerdo a «Don Quijote» que emana de las primeras notas de la «Sinfonía n. 2» de Elgar, quizá por los intervalos. Como es curioso el olvido de los programadores con la obra, muy raramente ofrecida e incluso grabada. Ello hace que se escriba de su enorme tristeza y soledad como razón velada para una supuesta falta de atractivo popular, cuando realmente no es así y no sólo brilla el primer movimiento sino cualquiera de ellos y muy especialmente el último. Su auténtico problema es quizá la bastante semejanza entre unos y otros y al público de Ibermúsica le importó mucho menos que al de su estreno en Londres en 1911. Gonzalo Alonso

 

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