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Por Publicado el: 17/03/2010Categorías: Crítica

Bendito sea el pecado

Martin y Soler en el Teatro Real
Bendito sea el pecado
“El árbol de Diana” de Martín y Soler. L. Petrova, E. Lekhina, P. Breslik, D. Korchak, M. Vinco, S. Orfila, M. Comparato, K. Kemoklidze, A.Garmendia, M. Martins, J. Pérez, J.L. Sola. F. Negrín, dirección de escena. O. Dantone, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 17 de marzo
Estrenada esta producción en la reciente inauguración de temporada del Liceo, llega ahora al Teatro Real la tercera y última de las óperas fruto de la colaboración entre Lorenzo da Ponte y Vicente Martín y Soler (1754-1806). El valenciano gozó de enorme popularidad en su época, prueba de ello son las sesenta y cinco representaciones que de esta obra se ofrecieron en Viena tras su estreno, número superior al de “Las bodas di Figaro”, “Don Giovanni” o “Così fan tutte”. Sin embargo su música y figura cayeron en un olvido del que le van rescatando las reexhumaciones de “Il tuttore burlato”, “Il barbero di buon core” –ambas ya presentadas por el Real- “Una cosa rara” o el mismo “Árbol de Diana”, que ya conocimos en Madrid en 1982, concretamente en el Teatro de la Zarzuela, con Caballé, Giménez, Chauson y Pérez Iñigo Ya antes, en 1936, el Club de Fútbol Júnior (célebre porque casi cada año ponía en escena una ópera) la presentó en el Tívoli de Barcelona. Martín y Soler compuso una música, muy al gusto del público del periodo, que hasta llegó a entusiasmar a Mozart. Tiene calidad y variedad, aunque hibiera podido rubricarse tras el final del primer acto.
El argumento, con la diosa de la castidad Diana tratando de impedir los amores de las ninfas que son vigiladas por un árbol que revela las trasgresiones pecadoras a través del color de sus frutos, contiene situaciones cómicas que han de ser explotadas por un inteligente regista. Francisco Negrín emplea una especie de caja mágica, que cierra la escena, con un árbol cibernético cuyas hojas son pantallas de plasma y paneles como puertas mecanizadas que agilizan entradas y salidas. La mezcla de tecnología, vestuario de comic e iluminación llena de efectos permiten explicar razonable y comprensiblemente el triunfo del amor mundano sobre la castidad en una especie de visión pop de la historia. Ello no elimina totalmente el gran peligro de este repertorio: un escenario demasiado grande para lo poco que, a fin de cuentas, acaece en él. Este peligro se materializa en una cierta sensación de frialdad general que no pueden evitar felices y no tan felices ideas en detalles concretos de la puesta en escena.
Ottavio Dantone dirige la Academia Bizantina, especializada en la recuperación barroca, y por tanto domina el género. El reparto, con la peculiaridad de cuatro rusos cantando barroco, funciona homogéneamente, superando parciales inadecuaciones estilísticas. Lyubov Petrova resuelve con suficiencia, no exenta de alguna tirantez, la inclemente aria del primer acto de Diana, plagada de coloraturas y notas extremas, Marina Comparato aporta gracia a Amor y Simon Orfila convence como Doristo, cumpliendo todo el resto.
Agilidad y amabilidad son las palabras que podrían resumir esta feliz recuperación recibida con calor por el público. Gonzalo Alonso

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