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Por Publicado el: 23/09/2014Categorías: Crítica

Catedral de Toledo: un réquiem entre el eco y la rabia

Mozart: Requiem, KV. 626. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Director: Ivor Bolton. Director del coro: Andrés Máspero. Camilla Tilling, Ann Hallenberg, David Alegret y Alastair Miles. Fundación El Greco 2014. Catedral Primada de Toledo. 20 de septiembre.

Con multitudes, nervios y unas medidas de seguridad altamente incómodas para todos los que no pertenecen a la Casa Real, Mozart puso la guinda al ciclo de misas de réquiem en la catedral de Toledo que se iniciara con Mutti/Verdi y Noone/Morales a cuenta del Centenario del Greco. En este caso el director era Ivor Bolton, tan presente últimamente desde su nombramiento como director musical del Teatro Real, y la orquesta del coliseo madrileño, es decir, la Orquesta Sinfónica de Madrid.

El entorno era impagable (el interior de la Catedral Primada de Toledo), pero las condiciones acústicas más ingratas. Una excesiva reverberación insiste en rebotar el sonido entre las paredes mucho después de haber finalizado la última nota de cada número, y acaba por desnaturalizar muchos de los ingenios armónicos de Mozart. Bolton se vio obligado a dejar pasar mucho más tiempo del habitual entre parte y parte a cuenta de empezar con el oído limpio y la mirada puesta hacia adelante. El director siguió por la senda mostrada en sus últimos trabajos con esta orquesta (los operísticos Alceste o Le nozze di Figaro), con lecturas de poco matiz pero enorme peso en las dinámicas. Bolton insiste en la visceralidad de esta partitura, entendiéndola desde un punto de vista más inconformista, como si Mozart rechazara su muerte de antemano. El coro se esforzó bien en solventar los desequilibrios sonoros del recinto y colaboró en esa rabia mantenida que a fuerza de repetirse a veces circundó peligrosamente la monotonía. La orquesta siguió por este camino de aprendizaje historicista que agiliza dinámicas y suprime vibratos, con momentos de mérito y alguno más destemplado, posiblemente provocado por los efectos desconcertantes de la acústica (muy claros con el trombón en el Tuba mirum). Resumiendo, Bolton procuró trasformar lo confuso en grandioso, con éxito intermitente.

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Por lo demás, el reparto era de altísimo nivel en las mujeres y con más reparos en los hombres. Tanto Hallenberg como Tilling supieron adecuarse al intento de discurso terrenal, casi extrovertido, del director. Sus voces no fueron angelicales (tampoco las femeninas del coro) pero no por deficiencia de diseño sino por decisión estética. Buen empaste, expresividad sin histrionismos y adecuación al estilo. Por el contrario, Alastair Miles presentó un instrumento ya con fatiga de materiales, con un vibrato que entorpece según que pasajes. El bajo sólo encontró acomodo en el último tercio de la obra. David Alegret por su parte mostró una voz de emisión extremadamente fácil en los agudos, timbre atractivo y mucho vuelo, un punto en exceso rossiniana. La conjunción de ambas voces no siempre fue elegante.

Con todo, el espectáculo fue en su conjunto muy disfrutable, y más cuando uno puede completarlo a modo de colofón con un paseo nocturno por dentro de una catedral tenuemente iluminada, perdido entre las bóvedas y la piedra blanca antes de se apaguen los últimos ecos mozartianos. Mario Muñoz Carrasco

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