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Para ustedes las críticas del Simon Boccanegra en Valencia
¿En qué quedamos? Lean las criticas a la fura en París publicadas en el País y ABC y pregúntense qué pasa
Por Publicado el: 16/02/2007Categorías: Diálogos de besugos

Comprueben los problemas de tener que escribir al acabar la función, en veinte minutos las críticas del Real

Lamentablemente los periódicos madrileños tienen la mala costumbre de obligar a sus críticos a escribir las críticas del Real nada más acabar la función. Habitualmente terminan a las once y el crítico ha de irse a su casa, escribir la crítica y mandarla antes de las 00,30. Así salen. Compruebenlo. ¿Cómo es posible que haya quien escriba que el señor Galouzine es un tenor deficiente? Eso por citar sólo un ejemplo. La crítica precisa su tiempo.

CRITICA EL MUNDO
TIEMPOS DE FOLLETÍN
ópera. La brillante dirección musical de López Cobos amparó el
estreno de `Cavalleria Rusticana’ e `I Pagliacci’, ayer en el Teatro Real

Cavalleria Ruaticana
Director musical: J. López Cobos. / Di-rector de escena: Giancarlo del Monaco.

I Pagliacci
Director musical: J. López Cobos. / Director. de escena: Giancarlo del Monaco
i Repar¬to: Violeta Urmana, María Bayo.
ÁLVARO DEL AMO

Este famoso programa doble sigue manteniendo su pues¬to imbatible dentro del re¬pertorio operístico. Es posible que la razón de tal permanencia no sea otra que su eficacia como contraste, su capacidad de revul¬sivo, el fuerte sabor de una músi¬ca que huye de la niebla, la suge¬rencia y el difumino para retratar emociones fuertes con la aspere¬za y la contundencia de un folle¬tín popular.
Cavalleria Rusticana e 1 Plo¬gliocci repiten un equivalente epi¬sodio de adulterio, con paralelo castigo a los culpables, muertos a navajazos. La nobleza rústica hie¬re por igual al campesino y al sal¬timbanqui, que , sufren compar¬tienilo con el sano pueblo los mis¬mos lugares, la plaza, la iglesia, la taberna, que la música resalta
celebra alternando vulgaridad eficacia, color local y apunte psi¬cológico, a través de un estilo que pretende pintar fragmentos de vi-da corno reacción a las fantasia¬románticas.
Mascagni se basó para su ópera Cavalleria Rusticana en un relato del escritor Giovanni Verga, a quien disgustó profundamente la versión musical; el suyo sí era un realismo auténtico, desprovisto de toda ganga sentimental.
Leon Cavallo escribió el libreto de I Pagliacci sobre una historia auténtica que él conocia bien: jugo de pequeño con el niño campesino que, luego enamorado de la artista ambulante, sería asesinado por el marido de ella.
Giancarlo del Monaco prescinde de las aldeas meridionales para ambientar Cavalleria en un espacio blanquísimo, una cantera de már¬mol o una mina de sal, e 1 Pagliacci en un suburbio romano. En el pri¬mer caso, se trata de desplazar el drama rural a la solemnidad de una tragedia griega, pues también viste a todos de negro, lo que produce un efecto de cucarachas sobre una mancha de harina; se pierde así ti¬pismo, sin ganar necesariamente tensión dramática, ahogada por la monotonía. En el segundo caso, se cita al cineasta Fellini de La doler, vita, cuando estamos más cerca del Zampanó de La strada; el movi¬miento escénico es muy plástico y el buen sentido teatral del regista, guste más o menos su propuesta. acaba por imponerse.
El éxito obtenido se debe sobre todo a la orquesta, el coro y las so¬pranos.
La dirección musical de López Cobos es sobresaliente; hace falta valor, convicción y una peculiar sabiduría para comunicar los se¬cretos de una música intrincada en su aparente facilidad, lo que la orquesta consigue plenamente. También resulta muy acertado el coro, enlutado primero, más suel¬to y jacarandoso después, multi¬plicando unas emociones a él en¬comendadas.
Violeta Urmana, poco apoyada por su aspecto de viuda troyana. hace una Santuzza sombría pero de rotundo poderío. También es notable la Nedda de María Bayo, potenciada por su condición de fiero animal escénico, que sin du¬da madurará en el futuro desde este prometedor inicio.
Correctos los personajes secun¬darios y francamente insuficien¬tes los tenores, sin duda el mas evidente punto negro de esta pro¬ducción premiada con aplausos entusiastas.

CRÍTICA ABC

ÓPERA
Mascagni: «Cavalleria rusticana». Leoncavallo: «1 pagliacci». Int.: V. Urmana (Santuzza), V. La Scola (Turiddu), V. Cortez (Mamma Lucia), M. Di Felice (Alfio). V. Galouzine (Canio), M. Bayo (Nedda). Coro y Orq. del Teatro Real. Dir. escena: G. . del Monaco. Dir. musical: J. L3pez Cobos. Lugar: Teatro Real. Fecha: 15-II
El teatro de la venganza

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Hace apenas unas horas que se ha bajado el telón del Teatro Real. Deja tras de sí muchos aplausos. Tómese como una re¬ferencia. A estas alturas no hay que fiarse de los habituales a la primera función. En el último «Wozzeck» la montaron y luego vino el éxito en las demás fun¬ciones. Lo importante es que se ha visto bajar el telón, que es al¬go que cada vez se ve menos. To¬do un detalle de realismo tea¬tral para rematar el «trozo de vida» formado por el más céle¬bre de los programas dobles: «Cavalleria rusticana» e «I Pa¬gliacci». Noche intensa, por tanto. Eso sí es cierto.
Cantó Violeta Urmana, ace¬rada, armada y temperamen¬tal, segura. Su Santuzza fue to¬do fuerza y pasión. Se escuchó a María Bayo estrenando a Ned¬da y sien el primer acto a su líri¬ca interpretación le faltó peso y al «Stridono lassü» serenidad, en la Comedia del segundo se creció, dejándose la piel, ha¬ciendo teatro y cantando con la inteligencia de quien engrande¬ce el personaje en su terreno. Con interesante igualdad se presentó Vladimir Galouzine, oscurecido vocalmente, pero apasionado hasta arrastrar a todos ante el «Vesti la giubba».
Por lo demás, hubo varie¬dad. Desde el gran prólogo de Carlo Guelfi hasta la discreta pero entusista y valiente actua¬ción de Vicenzo La Scola o el más asentado Marco Felice, Tu¬riddu y Alfio. Lo peor: la actua¬ción del coro, demasiados des-ajustes y desafinaciones en los internos, dudoso empaste, fal¬so equilibrio y excesiva afición al grito.
Y ya es pena que al coro se le oiga ir a menos mientras la or¬questa se crece. Al menos en «Cavalleria» donde Jesús Ló¬pez Cobos sacó petróleo y dibu¬jó una versión compacta e impe¬cable en su juntura con la esce¬na. Vibrante la cuerda, hermo¬so sonido, vehemencia en la ex-presión, detalles y anchura de miras. No es de extrañar que luego, al primer acto de «Pa¬gliacci», se llegara con cierto cansancio. Hubo que esperar a la Comedia para volver a sentir la orquesta (reducida) crecer hasta el estertor final.
También es cierto que ese momento es pura acción y co¬mo tal se resuelve escénicamentee. «1 Pagliacci» de Giancarlo del Monaco son fie¬les a la letra, por mucho que los comediantes habiten un ca¬mión aparcado en una calle li¬mitada por grandes fotografías de la provocadora Anita Ek¬herg. Es más, el final es pura convención tras una puesta en escena que deja otras cosas de mucho más interés.
Por ejemplo, el adoptar la idea de unir ambas obras colo¬cando el Prólogo de «Pagliacci» antes de «Cavalleria», si bien es casi una caricatura ver luego el cadáver de Turiddu atrave¬sando la escena de la primera obra.
Lo verdaderamente sustancioso está en esa «Cavalleria» siciliana llevada a una cantera de mármol. Porque es entonces cuando se suceden imágenes realmente impactantes y cuando se comprueba que la fuerza de la síntesis es capaz de ganar-le la batalla al «realismo» de lo obvio. Al margen, el detalle de ver bajar telón, que en el teatro siempre deja un regusto agradable.

CRITICA DE LA RAZÓN
«Payasos» y «Cavalleria rusticana» en el Real
Una gran noche de ópera italiana
«Cavallería rusticana» de Mascagni. Violeta Urmana, Vincenzo La Scola, Viorica Cortez, Marco Di Felice, Carlo Guelfi, Dragana Jugovic.
«Pagliacci» de Leoncavallo. Vladimir Galouzine, María Bayo, Carlo Guelfi, Antonio Gandía, Ángel Ódena.
Escenógrafo: Johannes Leiacker. Figurinista: Birgit Wentsch+. Iluminador: Wolfgang von Zoubek.
Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Giancarlo del Monaco.
Hacía muchos años que no se escuchaban estas óperas en Madrid y ya tampoco se hacen con frecuencia juntas en el extranjero. Hay razones para ello: la dificultad y el coste de hallar dos repartos completos. El repertorio va en Madrid además por otros derroteros o, quizá, iba.
El éxito de anoche fue de los que marcan historia en un teatro, con una auténtica explosión de júbilo al final. Una gran noche de ópera italiana coronada por el entusiasmo delirante de un público que estaba impaciente por escuchar y ver ópera italiana en condiciones. Si bien todos los participantes son artífices de ese inmenso éxito, hay uno que sobresale: Giancarlo del Monaco, quien hasta la fecha ha firmado en el mismo teatro «Simon Boccanegra» y «La Boheme», el espectáculo del Real más paseado. Demuestra que el género no necesita de «audacias» escénicas caprichosas, sino de hacer las cosas con inteligencia y propiedad, conociendo música y texto y respetando lo que los autores escribieron. Claro que esto es lo más difícil.
Concibe las dos obras en unión, una propuesta redonda que empieza por el «Prólogo» de «Pagliacci» cantado por Tonio desde el patio de butacas como manifiesto ideológico del género, dando paso a «Cavallería». Un tractor se lleva la piedra donde reposa el cadáver de Turiddu mientras entra el carromato de Canio, buen trabajo de la utillería de la propia casa. Al final Tonio recoge su chaqueta, anuncia «La comedia ha terminado» y se va por dónde entró. Cae el telón. Hay también cierto paralelismo entre la muerte, en duelo a la española y a la vista, de Turiddu y la de Silvio, sin embargo el contraste escénico de ambas óperas es grande. Busca para la primera el juego de colores entre el blanco de una cantera de mármol -la luz del Mediterráneo- y los ropajes negros de los pueblos del sur -el negro de Lorca- junto al estaticismo teatral de la Grecia clásica. El público se sorprende inicialmente pero entra rápidamente en el drama, muy bien planteado. La segunda sitúa a la compañía teatral calabresa en el mundo del Fellini de «La dolce vita» y «La strada», en donde todo es acción. Del Monaco logra aquí uno de sus mejores trabajos -y ya van siete nuevas producciones de esta obra- y marca hito en cuanto a interpretación escénica. Se lo pone muy difícil al coro, que ha de cantar de espaldas a la orquesta, pero con trabajo y monitores todo se demuestra posible y el coro cumple. Lo mismo que la orquesta -algún metal aparte-, nada habituada a este repertorio, mucho más complejo de lo que pueda pensarse, y el foso también responde bajo las órdenes de un López Cobos que echa el resto. Quizá pudiera pedirse más pasión en la primera parte del Mascagni, con expansiones mayores de las frases orquestales dramáticas -p.e. la que sigue al «l’amai» del «Voi lo sapete, o mamma»-, más amplios rubatos o tempos más dilatados. Entre los lentísimos de la grabación existente del propio compositor de «Cavallería» y la viveza de estos puede haber un término medio. En cualquier caso trabajo notable en Mascagni y sobresaliente en Leoncavallo, donde contrasta muy bien comedia y drama, huyendo de fáciles efectismos.
También hay la suerte de contar con repartos de gran nivel. Violeta Urmana es mezzo potente con un centro intenso y que apenas sufre por arriba en su difícil dúo con el barítono. Vincenzo la Scola aprieta un poco, pero aguanta el tirón de una parte casi toda en el pasaje. Marco Di Felice resulta grata sorpresa como Alfio y Viorica Cortez da adecuada réplica a Mamma Lucia. Por cierto cerrando ella la ópera, en vez de una corista, con el «Hanno ammazzato compare Turiddu».
Formidable el Canio de Vladimir Galouzine, hasta el punto de ser hoy irrepetible. Timbre absolutamente baritonal pero de fácil registro agudo y artista de carácter. Imposible escuchar actualmente un «Ridi pagliaccio» superior. Carlo Guelfi, tantas veces fuera de estilo en Verdi, recita con intención el Tonio. Sorpresa auténtica la de María Bayo, ajena hasta ahora a la dramaticidad verista, que no sólo canta Nedda estupendamente -un poco a lo Stratas- sino que lo actúa con una intensidad inesperada -un poco a lo Massina-. Sin duda habrá costado sangre, sudor y lágrimas. Bien también Antonio Gandía y Ángel Ódena. Todos ellos aportan, además de un consumado trabajo escénico, la virtud de una clarísima dicción.
Así es la gran ópera italiana y con ella el público se vuelca. Lo siento por los que desprecian este repertorio, porque resulta obvio que la audiencia lo desea y con él ha de contar un teatro, por mucho que su dirección tenga predilección por clasicismo y barroco. No hay en este momento en el mundo un espectáculo con ambas obras de calidad paralela. ¡Enhorabuena a todos! Gonzalo ALONSO

Y, una semana después, aparece publicada en El País la de Vela del Campo, escrita tras leer las anteriores. ¡Qué curioso! Como la de Gonzalo Alonso con otras palabras
Verismo del siglo XXI

J. Á. VELA DEL CAMPO

EL PAÍS – Cultura – 22-02-2007
Sicilia, Calabria: son los lugares en que se ambienta este programa lírico, con una llamada evidente a las raíces, a la fuerza de la tierra y los sentimientos primitivos. Los dramas cotidianos se apoderaron de la ópera con el movimiento verista. El dúo Cavalleria rusticana-I pagliacci, piedra fundacional de esta atracción por las realidades más sórdidas, genera problemas puntuales desde una concepción actual precisamente por la desmesura. López Cobos no renunció a su proverbial sentido de organización, pero puso más fuego de lo que en él es habitual y los resultados artísticos se dejaron notar favorablemente. Acompañó con mimo a los cantantes y consiguió una atmósfera impregnada de sutileza musical en el teatro dentro del teatro de Leoncavallo. Acertó de pleno. La orquesta respondió. Y el coro: con brío, con clase, tanto teatral como musicalmente. El espectáculo estaba doblemente armado por la parte de los cuerpos estables. Del Monaco prescinde de la especificidad siciliana en Cavalleria, y vuelca el drama en un simbolismo abstracto, en blancos y negros, que remite a una mezcla de tragedia griega y recreación lorquiana. Lo que parece importar es la ceremonia teatral, la sublimación universal de los ecos de esta historia de celos, religión y venganza. Aunque seguramente es lo que se busca, es inevitable una sensación de distancia. No tengo claro que sea la mejor solución. En I pagliacci todo funciona con una mayor naturalidad, tal vez porque la dimensión intelectual es más compleja. La evocación cinematográfica, la continuidad entre el teatro y la vida, la supervivencia del espíritu ambulante, la búsqueda desesperada de un hueco para cualquier brizna de amor se van entrelazando gracias a un dominio teatral apabullante de la escena y a una riqueza de pensamiento.

Se integran mejor las mujeres en la concepción del espectáculo, tanto Violeta Urmana (Santuzza), como una arrebatada e imponente María Bayo (Nedda), que se deja la piel en cada instante para desarrollar un papel muy diferente de los habituales suyos. Los tenores cumplen, pero no enamoran.

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