Comentarios en la prensa: ‘Eugenio Oneguin’ en el Teatro Real
Comentarios en la prensa: Eugenio Oneguin en el Teatro Real
Eugenio Oneguin de Chaikovski. Katarina Dalayman, Kristina Mkhitaryan, Elena Zilio, Iurii Samoilov, Bogdan Volkov, Maxim Kuzmin-Karavaev, Frederic Jost, Juan Sancho. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Gustavo Gimeno. Dirección escénica: Christof Loy. Escenografía: Raimund Orfeo Vigt. Vestuario: Herbert Murauer. Iluminación: Olaf Winter. Dirección de movimiento: Andreas Heise. Dirección del coro: José Luis Basso. Teatro Real. Madrid, 22 de enero de 2025.

Eugenio Oneguin, en el Teatro Real
El Teatro Real ofrece la producción firmada por Christof Loy de Eugenio Oneguin, de Chaikovski, en coproducción con la Ópera de Oslo y presentada recientemente en el Liceu de Barcelona en 2023. Los diarios de tirada nacional han destacado de este título la alta calidad de lo estrictamente musical, alabando la labor de Gustavo Gimeno en el foso del coliseo de la plaza de Oriente. Por su parte, los solistas se llevan numerosas críticas positivas, destacando la soprano Kristina Mkhitaryan como Tatiana.
Sin embargo, la escenografía presentada vuelve a ser motivo de queja por parte de los críticos, señalando lo extraño de la división de los actos planteada por Loy, así como elementos visuales que no lograron convencer del todo. Ejemplo de ello lo encontramos en el texto publicado por El Mundo, en el cual se alude a la producción como “desastrosa”, mientras que El País la trata de un modo más benévolo, si bien destaca las cuestiones a mejorar de esta.

Imagen de la producción
EL PAÍS 23/01/2025
(Selección)
Gustavo Gimeno aporta solidez musical al controvertido Eugene Onegin de Christof Loy
El futuro titular musical del Teatro Real forma un tándem ideal con el director de escena alemán en la ópera más famosa de Chaikovski junto a un excelente reparto encabezado por la soprano Kristina Mkhitaryan
“Van a ver ustedes dos óperas en una”, concluyó Christof Loy el pasado 16 de enero durante la presentación de su producción de Eugene Onegin, de Chaikovski, en el Teatro Real. (…) Tras el sorprendente descanso en mitad del segundo acto, la escenografía abandonó toda narrativa realista y cinematográfica más o menos ambientada en la Rusia decimonónica para sumergirse en la abstracción. (…) Tras el extraño suicidio de Lenski y su posterior resurrección, o la conversión sin pausa de la polonesa que abre el tercer acto varios años después en un violento y neurótico ballet, no tardaron en escucharse algunos conatos de protesta entre el público.
Loy arriesga mucho en su segunda producción de Eugene Onegin, tras ambientarla hace más de dos décadas en la Rusia estalinista en La Monnaie de Bruselas. Esta nueva propuesta, (…) es una reflexión en torno a la soledad en dos partes algo descompensadas en duración.
En la primera, se muestra el anhelo de Tatiana por la soledad en el ambiente doméstico de una casa campestre, desde el inicio de la ópera hasta su fiesta de cumpleaños que abre el segundo acto. La segunda parte ahonda en la destructiva soledad que padece Onegin tras la muerte de su amigo Lenski en un entorno opresivo que mezcla sueño y realidad. Aunque la propuesta pueda ser controvertida, su realización intensifica y actualiza el novedoso drama intimista y psicológico que plantea Chaikovski en esta ópera. Y terminó por convencer a un sector del público que la aclamó, mientras otros abuchearon la aparición del equipo escénico. (…)
Pero la clave del éxito de esta producción de la ópera más famosa de Chaikovski reside en la música. Loy ha encontrado en Gustavo Gimeno al compañero ideal para dotar de una sólida argamasa musical a su propuesta escénica. El director valenciano, (…) que asumirá en septiembre la dirección musical del Teatro Real, volvió a imponer su precisión, calidad e intensidad desde el foso. (…) Su dirección supo dar unidad dramática y propulsar el mosaico de escenas y motivos musicales que componen esta exquisita partitura. (…) Y no me olvido de las danzas, como el vals, la polonesa y la escocesa, que elevó con gesto amplio y elegante.
La gran triunfadora de la noche fue la soprano Kristina Mkhitaryan, como Tatiana, dentro de un excelente reparto vocal. La cantante rusa brilló en la famosa escena de la carta, donde combinó un refinamiento en el fraseo, exquisitos reguladores y un poderío sísmico en los momentos más intensos. El barítono ucraniano Iurii Samoilov compuso un cálido y versátil Onegin en sus monólogos, aunque brilló especialmente en la referida escena final con sus poderosos agudos. Su compatriota, el tenor Bogdan Volkov, se llevó otra de las ovaciones de la noche por su refinada y expresiva interpretación de la bellísima aria de Lenski con medias voces de gran clase.
La mezzosoprano rusa Victoria Karkacheva hizo suyo el ingrato papel de Olga, con un pequeño arioso como único momento estelar. Y fue todo un lujo contar con las veteranas Katarina Dalayman y Elena Zilio, respectivamente, en los papeles de Larina y Filípievna. El bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev volvió a destacar en el escenario del Teatro Real con una solemne y humana aria del Príncipe Gremin. Y el tenor sevillano Juan Sancho abordó con elegancia las coplas de Monsieur Triquet, pero también con un matiz irónico que Loy reforzó vistiéndolo de payaso.
Pablo L. Rodríguez

Imagen de la producción
EL MUNDO 23/01/2025
Otra ocasión perdida para Chaikovski en el Teatro Real
El estreno de Eugenio Oneguin se resolvió con una producción desastrosa que apenas daba cuenta de la obra
De la gran obra de Chaikovski Eugenio Oneguin, el Teatro de la Zarzuela ofreció en 1972, 1981 y 1994 notables producciones. La dirección orquestal de Yuri Ternikanov, en 1981, será recordada por los que la escucharon; en 1994, Carlos Álvarez encarnó magníficamente al protagonista. El Teatro Real eligió para su estreno una producción desastrosa que apenas daba cuenta de la obra.
Hoy reaparece en manos de Christof Loy el talentoso, exitoso, abundoso, caprichoso director de escena, que también puede resultar peligroso. Destruyó hace dos años la ópera de Strauss, convirtiendo a Mandryka, el bondados pretendiente de Anabella, en violador. La temporada pasada, difuminó hasta lo incomprensible, las heroínas de Poulenz Schoender, situándolas donde no les correspondía.
Se diría que Loy desprecia la historia que debe contar, no acepta las reacciones de sus personajes, corrige la historia y manipula a los personajes sin otro critero que su gusto o disgusto personal. Tatiana (Kristina Mkhitaryan) es una adolescente que confunde la simplicidad de la vida con la exaltación amorosa, frenta a Oneguin ( Iurii Samoilov), el joven egoísta, ególatra y egocéntrico que confunde el tedio con la desesperación.
En frente, Olga (Victoria Karkacheva) y Lenski (Bogdan Volkov), una pareja de inocentes que sucumbe a las convenciones de Oneguin cree combatir con su desganado impulso destructivo. Aquí nos encontramos en un lugar aséptico y la acción principal se ve distraída por incidencias paralelas; luego, los personajes se degradan.
Tatiana es una niñata histérica, Oneguin, un gamberro sin modales; Olga, una coquetuela absurda; y Lenski, un tímido excesivo que contó, sin embargo, con el mejor momento de la función cuando Loy le dejó cantar sin criticar su figura. Cada escena resulta más gratuita y desabrida que la anterior. La fiesta es un guateque beodo, el señor Triquet, un payaso, y cuando el duelo no acaba con Lenski ya la historia ha desaparecido.
Difícil juzgar el trabajo de los cantantes, cuando deben comportarse sin la dignidad que sustenta la humanidad de las criaturas que encarnan. Una caterva de señores que se mezclan con criados, sentándose sobre las mesas, en un esfuerzo irritante de repetirlos que se acabó la elegancia.
El respecto mutuo, la delicadeza de sentimientos; la ópera romántica superándose a sí misma ya puede empeñarse en expresar verdades eternas, que ahora no tenemos las ganas, la vista ni los oidos para escuchar su voz.
Gustavo Gimeno fue el único que respetó y tradujo la música de Chaikovski logrando de la orquesta un bellísimo estilo, que como ocurre tantas veces, camina por derroteros distintos de los que el escenario presentaba. Y el público, una vez más, se ve obligado a forcejear entre lo que no le gusta ver, se desconcierta ante la interpretación de los cantantes y recomienda al vecino impaciente que ¡cierre los ojos! para concentrarse en la música. Una velada operística contradictoria, con un ambiente favorable, aplaudiendo varias intervenciones, pero que no dejó de manifestar una sonora protesta frente a los aplausos de quienes, les guste más o menos, no están dispuestos a abandonar su afición y su teatro.
Álvaro del Amo

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ABC 23/01/2025
(Selección)
Eugenio Oneguin, o las amistades convenientes
La escena final escala a un punto culminante en el que se entremezclan la rotundez vocal y la construcción de un desenlace tenso, en el que todo erupciona.
La presencia de Eugenio Oneguin en el Teatro Real podría dejar la impresión de un espectáculo que se debate entre lo indiscutible y lo dudoso. De momento, ninguno de los espectadores que anoche asistieron a la primera representación de las diez previstas pondrá en duda su calidad musical, sobresaliente gracias a la presencia en el foso de Gustavo Gimeno quien asumirá la dirección musical del Real a partir de septiembre. (…) La claridad del concepto, la fortaleza de la versión, la facilidad en la concertación y, lo mejor, la fortaleza expresiva desde lo transparente a lo convulso materializa musicalmente la propia extremidad de esta ópera. (…)
De la mano de Gimeno marcha un reparto brillante, cargado de voces cuyo fuerte es la solidez y la convicción. A vuelapluma surge Maxim Kuzmin-Karavaev quien dice el aria de príncipe Gremin con nobleza, sensatez y cierto desamparo en el registro grave. Victoria Karkacheva contrapone una Olga alegre y distendida, cantada con notable naturalidad. Bogdan Volkov interpreta a Lenski consiguiendo momentos de una expresividad muy acicalada. (…) Pero hay que sumar a Kristina Mkhitaryan y Iurii Samoilov. Si la primera deja claras las posibilidades de Tatiana en la escena de la carta, muy bien construida desde lo pensativo; el segundo sabe llevar a Oneguin por un mar tormentoso sobre el que merecería la pena reflexionar. (…)
También ahí la orquesta tiene mucho que decir, porque la labor de Gimeno no es abstracta: interesantes vínculos la relacionan con la escena propuesta por Christoph Loy. La llegada a Madrid de esta producción viene acompañada por la polémica (anoche fue evidente en los saludos finales) desde su estreno en Oslo en 2020 y su posterior reposición en el Liceo barcelonés.
Y es lógico que así sea porque lo cierto es que Loy, remueve, apoyado en una propuesta cargada de sicologismo, la conciencia de los personajes a los que obliga a lanzarse desde una sintética casa de campo, en donde las relaciones son de todo menos inocentes, al abismo de una impoluta y muy estrecha caja blanca, descontextualizada y aséptica, en la que todos quedan a merced de sus miserias.(…)
En manos de Loy el texto original de Pushkin, que sirve de cimiento a la ópera es, en realidad, una puerta abierta a un entramado de relaciones en el que subyace un mundo de ambigüedad, por otra parte, sugerido por el propio libreto a poco que se haga una lectura que no se conforme con las ideas más inmediatas. En cualquier caso, con independencia de que se admita o no semejante grado de penetración, seguirá siendo evidente que el mérito de este reparto y de la versión musical depende en gran medida de su entrega a la causa escénica, que se produce de manera incondicional, energética y persuasiva. (…)
Alberto González Lapuente

Imagen de la producción
LA RAZÓN 23/01/2025
Un “pringado” Eugenio Oneguin
El Teatro Real presenta, entre el 22 de enero y el 18 de febrero, 10 funciones de “Eugenio Oneguin en una coproducción estrenada en 2020 en la Ópera de Oslo y presentada posteriormente en el Liceu de Barcelona en 2023. Se ha ofrecido varias veces en Madrid, a veces con compañías invitadas, como la del Caro Gonzalo, el Oñieguin en Zarzuela no fue del Bolshoi sino del Mariinski, y aún es de recordar la de la Zarzuela en 1994 con un muy joven Carlos Álvarez y Karita Mattila. La última en el Real fue en 2010.
Chaikovsky (1840-1893) compuso “Eugenio Oneguin”, cuando la obra de Pushkin era ya admirada en la literatura rusa, empleando en el libreto fragmentos literales de la obra, omitiendo y cambiando algunas escenas y describiendo con música la complejidad de los personajes, a los que trata con más ternura que con el sarcasmo de la obra literaria. Admira como liga musicalmente amor y muerte a través de la tonalidad. “¡No quiero nada de los atributos habituales de la ‘grand ópera’! Necesito un drama íntimo y profundo, basado en situaciones y en conflictos vividos por mí mismo o que he podido observar o que me puedan conmover”, especificó Chaikovski.
Me encontré en la puerta de artistas, antes de la función, a un músico de la orquesta al que le pregunté “¿Qué tal esto?”, “Pues como casi siempre, horrible la puesta en escena y estupenda la orquesta” me contestó. Luego un querido amigo y compañero en la crítica, en el descanso, me contó que había leído críticas anteriores, mayoritariamente negativas y que, quizá por eso, le iba gustando más de lo esperado.
Chaikovski nació el mismo año que Verga y Zola y, de algún modo, esta obra en un anticipo del naturalismo en el campo operístico, siendo muy diferente a las obras de entonces. Pensemos, curiosamente, que un año antes se estrenó la Tetralogía en Bayreuth, a lo que Chaikovski asistió. No la consideró una ópera sino más bien un conjunto de escenas líricas, de carácter íntimo e incluso no quiso divos para su estreno sino alumnos de conservatorios.
Para Loy -que en el Real ha dirigido Ariadne auf Naxos (2006), Lulu (2009), Capriccio (2019), Rusalka (2020), Arabella (2023), La voz humana y La espera (2024)-, los tres actos de la ópera rompen su estructura de simetrías -dos hermanas, dos parejas, dos ancianas, dos paisajes, dos cartas, dos bailes…- que su dramaturgia recupera dividiendo la ópera en dos partes con distintas escenografías, protagonistas y temáticas.
La primera, con un decorado que él describe como “cinematográfico”, representa la soledad buscada; en la segunda, más abstracta y centrada en la evolución psicológica del protagonista, con una estancia cerrada por un muro blanco, los protagonistas sufren con la soledad que los enfrenta a sí mismos. “Solitude” frente a “Loneliness”. De un planteamiento realista ambientado en la vida doméstica de la Rusia decimonónica, a otro onírico y continuo frente a una inmensa pared blanca. La división en dos partes está descompensada en sus duraciones, hora y tres cuartos la primera frente a cincuenta minutos la segunda. A lo largo de esas dos partes, excesivas bajadas de telón.
Loy intenta recuperar el intimismo de la ópera, huyendo de las grandiosidades con las que en muchas ocasiones se ha ofrecido, pero nada menos naturalista que su visión. En la primera escena, en una casa de campo, no hay ni una hoja. Más parecen ambos decorados el pasillo de un hospital. Espacio desaprovechado en el que se apretujan los figurantes y el magnífico coro, creando una cierta sensación de claustrofobia.
La “cinematografía” la componen escenas espectaculares y abarrotadas, como el vals con bailarines y figurantes atletas del servicio de la casa en un espectáculo violento y orgiástico, con un maromo cachas que se va tirando a todo ser que encuentra al igual que los figurantes y en el que hasta resucita a un Lenski que se suicidó en el duelo. En la segunda parte, un decorado plano y blanco en el que sólo destaca por un momento el vestido rojo de Tatiana y un pañuelo en un bolsillo de un figurante.
Se centra, sí, en ambos protagonistas, pero la caracterización de ambos no está lograda. Oneguin es, durante toda la ópera, un “pringado” y no un dandi, intelectual, seductor y ególatra. En Tatiana no se acaba de ver la niña mujer enamorada desde primera vista y nerviosa por su inexperiencia.
Funciona el dúo final pero estamos, en definitiva, ante una lectura, muy personal, fría e intelectual, lejana a la pasión romántica y un tanto discutible.
Gustavo Gimeno se enfrenta a la aparente simplicidad de su música, a su simetría y economía de medios, de los que se salvan momentos como la “Polonesa” pero de los que son ejemplo los mismos compases iniciales de la cuerda, buscando trasladar las emociones de la partitura. Su trabajo aporta tensión musical y efectividad al trabajo de Loy, con quien colabora por vez primera. Estupendos orquesta y coros.
Destaca la Tatiana de Kristina Mkhitaryan en su carta apasionada a la que Chaikovski da voz con la poesía de Pushkin, creando una de las arias más bellas y extensas del repertorio. Voz con potencia y técnica bien manejada en fortes, filados y medias voces. Otro tanto aporta el Lenski de Bogdan Volkov, aunque su timbre no sea especialmente bello y musite más que apiane. Menos interés tiene el Oneguin de Iurii Samoilov y el resto del reparto cumple, con mención especial al aria del Príncipe de Maxim Kuzmin-Karavaev. No son los estudiantes de conservatorio que deseaba Chaikovski, pero tampoco unos divos.
Al final, muchos aplausos a cantantes, orquesta y coro y algún “buh” a la escena. No iba muy desencaminado el músico que me encontré en la puerta, antes de la función.
Gonzalo Alonso
Yo hubiera titulado la crítica: ” El muerto al hoyo y el vivo al bollo” , aunque realmente el muerto quedó insepulto. Grotesco continuar tras la muerte en duelo la escena que representa veinte años de viaje de Onegin por el mundo. También absurdo en el primer acto ir los campesinos a entregar la cosecha (en Rusia también se cosecha en verano) vestidos con abrigos, bufandas y gorros… pero era la única forma de insinuar que la historia sucedía en Rusia.