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CRÍTICA: "Lucia di Lammermoor"
CRÍTICA: "La Traviata"
Por Publicado el: 11/07/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Arte honrado»

ARTE HONRADO

Canciones y arias de Liszt, Ravel, Massenet, Gounod, Bellini y Donizetti. Mariella Devia, soprano. Giulio Zappa, piano. Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial, Madrid. 5-7-2013. Festival de Verano.

No mucho público, lo que es una pena porque pudimos asistir a una velada de canto muy sustancioso, desplegado con arreglo a los cánones. Mariella Devia, que acaba de cumplir los 65, ha sido siempre una artista de absoluta probidad, de una ortodoxia casi espartana, poseedora de una técnica excepcional y dotada de un instrumento de lírico-ligera de raras calidades, no específicamente bello, pero de innegable atractivo.

La cantante, de aspecto frágil, lleva muy bien su edad y su voz todavía no ha empezado a desmoronarse como el de otras colegas de similar quinta. Ha sabido en todo momento cuál era el repertorio que más le convenía y sólo ahora comienza a acercarse a cometidos más propios de una voz de mayor peso, cuando la suya está adquiriendo interesantes tonos penumbrosos, manteniendo un vibrato ya acusado, pero no molesto. Canta sin trucos, con la emisión muy bien apoyada y exhibe su acostumbrada extensión, con restallantes y afilados agudos a plena voz y agilidades de libro. Apiana bien aunque no hace los filados de una Caballé o de una Gruberova; un efecto que ella sabe administrar sin exageraciones, aunque no logre esos hilos de voz de sus compañeras; que no vienen siempre a cuento.

Es cierto que desde un punto de vista expresivo es más bien gélida, pero disfrutamos de su impoluta línea de canto, estilizada y esbelta. Lo mejor del concierto estuvo en “A dolce guidami” de “Anna Bolena” y en “Vivi ingrato” de “Roberto Devereux”, dos especialidades neobelcantistas. Curiosa “Casta diva”, sin el refinamiento último, y sorprendentes las propinas puccinianas: “Vissi d’arte” y el “Vals de Musetta”. Antes, muy plausibles tres “Sonetos de Petrarca” y “Oh! Quand je dors” de Liszt y pasables cinco canciones griegas de Ravel, algo planas. El pianista, Giulio Zappa, mostró sensibilidad y delicadeza, incluso demasiada, siempre en apoyo de la voz. El escaso público supo ver las bondades de la soprano y propició un éxito colosal. Arturo Reverter

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