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Por Publicado el: 08/09/2020Categorías: En vivo

Crítica: 37º Festival Sagunt a Escena: Obrero de la batuta

Crítica: 37º Festival Sagunt a Escena. Obrero de la batuta. Orquestra de la Comunitat Valenciana y Josep Pons.

37º FESTIVAL SAGUNT A ESCENA. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Josep Pons (director). Obras de Falla, Ginastera y Beethoven. Lugar: Sagunt, Teatro Romano. Fe­cha: 5 septiembre 2020.

Obrero de la batuta

josep-pons

Josep Pons

El estupendo conjunto que casi siempre es la Orquestra de la Comunitat Valenciana se crece cuando ante sí tiene un maestro capaz de desarrollar un trabajo solvente y meticuloso, que induzca a potenciar las evidentes cualidades que laten en el conjunto sinfónico creado en 2006 por Lorin Maazel y Helga Schmidt con la cercanía estimulante de Zubin Mehta. Así ocurrió el sábado, en el concierto de clausura de la 37º edición del Festival Sagunt a Escena, donde el barcelonés Josep Pons (1957), quien reemplazaba al previsto James Gaffigan, hizo sonar a la orquesta titular del Palau de les Arts con la calidad y opulencia sonoras de sus buenos tiempos. La sorda e imposible acústica del “marco incomparable” que es el Teatro Romano de Sagunt mermó, pero no destruyó el interés de un programa que, imperdonablemente, se olvidó del ilustre saguntino Joaquín Rodrigo.

Hace ya décadas que Josep Pons es maestro indiscutible del panorama español. Un sobresaliente hacedor de orquestas y un profesional listo, experto, baqueteado en mil situaciones y con un fino oído capaz de escuchar el más mínimo desajuste. De ahí, de ese arte orfebreril en cuidar hasta el infinito el empaste, nacen el equilibrio instrumental y afinación que distinguen sus interpretaciones. Obrero de la batuta, trabaja, exige y obtiene resultados. En Sagunt tuvo, además, el coraje de respetar milimétricamente el programa-gazpacho diseñado por Gaffigan, con obras de Falla, Ginastera y Beethoven, batiburrillo que él aliñó con la precisión, vitalidad y energía positiva de siempre.

Falla y Pons conforman un binomio bien consolidado y avenido, que arraiga incluso de antes de que el maestro catalán desembarcara -como Falla- en Granada, cuando ya en los primeros noventa tocaba y grababa en Barcelona la música del gaditano con la Orquesta del Teatre Lliure, de la que entonces era titular. De ahí, de ese abolengo, la naturaleza genuina de la vibrante versión de la popular “Danza del fuego” de El amor brujo que abrió el programa saguntino, preludio de una noche de buena música completada con dos obras tan maestras y disímiles como las Variaciones concertantes que compone el argentino Alberto Ginastera en 1953 y la más que requetescuchada Quinta sinfonía de Beethoven.

Estrenadas por Ígor Markévitch en Buenos Aires el 2 de junio de 1953 (es decir, el mismo año de su composición), las Variaciones concertantes de Ginastera –que bien podrían llamarse “Variaciones para virtuosos”- son prueba de fuego cargada de exigencias individuales y colectivas. Los diferentes solistas de la OCV no desaprovecharon la ocasión de lucir sus mejores calidades en esta obra tan representativa del “nacionalismo subjetivo” que tanto marcó el segundo periodo creativo del compositor argentino. Todas y cada de las intervenciones fueron excepcionales o rozaron lo sobresaliente. Desde la presentación del tema, encomendada al violonchelo solista y al arpa, hasta las sucesivas intervenciones del concertino Gjorgi Dimčevski, o de los primeros atriles de cuerda y viento, todo contribuyó a configurar una versión compacta unitariamente marcada por la cuidada línea argumental con la que Pons abordó y reconstruyó una partitura que conoce al dedillo y que incluso ha llevado al disco en una versión que es referencia.

Beethoven siempre ha sido un hueso difícil de roer para cualquier intérprete. Sea instrumentista, cantante o director orquestal. Pons, más listo que el hambre, ha sabido esperar a la plenitud para abordar la música del Sordo de Bonn y saber qué decir y hacer con ella. Fue un Beethoven sustancioso, de aristas contrastadas y bien definidas. Con pulso y brío rítmico, pero también insuflado de la poderosa vena romántica que alienta los cuatro movimientos. Fue un Beethoven de tiempos vivos –algo que contribuyó a esquivar algo la total ausencia de retorno del sonido-, en la línea de los Gardiner o, más recientemente, los Chailly, pero que no esquiva el lirismo regodeado de esos motivos melódicos que están en las cabezas de todos. Las trompas, el oboe, la flauta, el firme sostén rítmico de los timbales de Gratiniano Murcia, o una sección de cuerda que sigue siendo referencia en el panorama español fueron soporte efectivo para el largamente rumiado y bien articulado Beethoven llegado desde la maestra plenitud de Josep Pons. Justo Romero

Publicada el 8 de septiembre en el Diario Levante.

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