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Por Publicado el: 28/06/2018Categorías: En vivo

Crítica: La imagen del cangrejo

 

Rubén Talón

La imagen del cangrejo

Justo Romero

ORQUESTA DE VALÈNCIA. Solista: Rubén Talón (piano). Director: Miguel Romea. Programa: Obras de Cano (Clinamen), Rajmánivov (Concierto para piano y orquesta número 2) y Beethoven (Sinfonía número 3, “Heroica”). Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1700 personas. Fecha: Viernes, 22 junio 2018.

Hace 22 años, exactamente el 1 de marzo de 1996, la Orquesta de València dirigida por Gianandrea Noseda estrenaba Clinamen, de César Cano, en un programa en el que también se escuchó el Segundo concierto para piano de Rajmáninov tocado por Andréi Gavrílov. El viernes, estas dos obras volvieron a encontrarse en los atriles de la Orquesta de València, pero ahora con la batuta roma de Miguel Romea en el podio y el piano bisoño de Rubén Talón. Sobran las palabras, pero la imagen del cangrejo andando para atrás resulta inevitable.

Clinamen sigue sonando estupendamente después de dos décadas, y es reveladora del talento entonces ya bien cuajado de César Cano (1960), compositor al que hay que situar en el grupo de cabeza de entre los valencianos de su generación. Si entonces fue acogida con lógico entusiasmo tanto por los valores propios de su música como por la polícroma y resplandeciente versión que realizó Noseda junto a los profesores de la OV, en esta ocasión ha vuelto a cosechar el afecto del auditorio en una lectura en la que el maestro madrileño Miguel Romea salió airoso.

Sin alcanzar el vuelo del estreno, sí fue fiel a la letra y el espíritu que vierte Cano en esta obra tan representativa de su hacer creativo. A la calurosa ovación que siguió a esta nueva audición de Clinamen respondió el compositor desde el escenario. En ella el aplauso amigo de su dedicatario, el maestro Manuel Galduf, sentado muy equivocadamente entre el público en lugar de estar donde debía: en el podio, precisamente dirigiendo este programa.

Peor, bastante peor, fueron las cosas en la Sinfonía Heroica escuchada en la segunda parte. Ni siquiera las muy certeras y frecuentes intervenciones solistas de diferentes profesores de la orquesta –flauta, oboe, trompas, timbal…- pudieron evitar el sopor de una versión pesada y pesante, a la antigua, prekarajaniana, obvia y previsible, en la que nada que no fueran notas y solfa pasó. Romea cumplió con el pentagrama, con sus indicaciones y símbolos, pero se quedó ahí, en una visión inerte y exenta de cualquier momento o detalle de interés, a tono con su gesto monocorde y reiterativo.

El público, aburrido de tan soporífera interpretación, comenzó a irse en desbandada, en un chorreo incesante que ni siquiera se interrumpió en los compases delicados de la célebre marcha fúnebre. Fue algo bochornoso, de las escenas más grotescas ocurridas en una sala de conciertos. Ni que decir tiene que se oyeron teléfonos móviles, caramelos, abanicos escandalosos y conversaciones más propias del casino del poble que de una sala de conciertos.

Entre Cano y Beethoven se oyó como ya se ha mencionado, el Segundo de Rajmáninov, en una muy descompensada y desequilibrada versión en la que solista –Rubén Talón- y maestro –Romea- parecían empeñados en ir cada uno por su lado. Fue una lectura imposible, de pulso equivocado, a contracorriente, efectista y hueca grandilocuencia, con un emborronado Allegro scherzando. Truncada, para colmo, por la ovación a destiempo de un público amigo e infrecuente del Palau de la Música que se lanzó a aplaudir a lo bestia entre el primer y segundo movimiento, algo que volvió a repetir luego, tras el primer tiempo de la Heroica. Ni siquiera el conocido Preludio en do sostenido menor de Rajmáninov que el joven solista tocó de propina pudo recuperar el pulso de tan descartable versión.

[Crítica publicada en el Diario LEVANTE el 25 de junio de 2018]

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