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Por Publicado el: 06/04/2019Categorías: En vivo

Crítica: la ORCAM estrena Terra de Eneko Vadillo

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Óliver Díaz

ORCAM: PRUEBA SUPERADA CON NOTA

Obras de Vadillo, Schreker y Brahms. Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Óliver Díaz. Auditorio Nacional, Madrid, 2 de abril de 2019. Concierto Fundación BBVA-ORCAM.

En esta nada fácil y maratoniana sesión de casi una hora y 45 minutos, que revela el arrojo y profesionalidad de unos músicos y un director, se estrenaba Terra, composición del malagueño Eneko Vadillo (1973) encargada por la Fundación SGAE y la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas. Con ella se ha querido ilustrar nada menos que unos pasajes de la Encíclica Laudato si del Papa Francisco, aquellos que muestran una preocupación por el mundo natural y denuncian la inacción de los gobiernos ante el cambio climático, un tema de radical actualidad.

Se trata de una amplia cantata en tres movimientos para coro y orquesta que lleva el subtítulo Por el lamento de la hermana tierra. Vadillo ha construido una poderosa armazón en la que las voces y los instrumentos mantienen una dura pugna que da pie al lucimiento de cinco percusionistas, que muestran sus armas nada más empezar el primer número, Iniquitatem. Los fortísimos dan paso al órgano y a figuras en glisando y a un discurso elemental trabajado sobre pasajes microtonales. Es música de carácter mortuorio, de gran aliento. El coro clama en la zona más aguda contra la iniquidad.

Mutatio es el título del aparatoso segundo movimiento, iniciado con un airecillo marchoso de carácter repetitivo, donde las trémulas cuerdas y el tutti establecen un clima verdaderamente tremendista. Un grito en defensa de la Naturaleza, una descarga de adrenalina que discurre en su segunda mitad sobre un perenne pedal. El compositor define este fragmento como “feroz tocata”, en la que se emplean abundantes yuxtaposiciones rítmicas y armónicas. La imploración aparece en Oratio, en donde creemos escuchar lejanos ecos de la Sinfonía de los Salmos de Stravinski y en donde el coro ha de elevarse a las alturas y descender a los infiernos. Los armónicos de los violines endulzan un poco la atmósfera y anuncian solemnemente la plegaria. Las concatenaciones de acordes revelan la soltura de mano creadora.

Meritoria interpretación en la que los conjuntos estuvieron gobernados por la elástica y armoniosa batuta de Óliver Díaz –que conoce bien al conjunto instrumental puesto que es el que ocupa el foso del Teatro de la Zarzuela, del que el maestro asturiano es director musical-, que atendió sin un pestañeo las entradas y variados ataques concertando con habilidad. La misma con la que dispuso los oscuros y levemente expresionistas meandros de la Sinfonía de cámara de Franz Schreker, un variado allegro de sonata dotado de “fuerte unidad conceptual y expresiva”, en palabras de García del Busto.

Los planos de los 23 instrumentistas estuvieron bien distribuidos y clarificados y los sugerentes toques cromáticos adecuadamente expuestos. Quizá podríamos haber preferido una mayor diferenciación tímbrica, pero el director, que conoce bien esta exquisita partitura, supo extraer el oscuro lirismo de la pieza, crear el clima adecuado y otorgar al scherzo la acentuación precisa. Luego, con una orquesta bien dispuesta pero de cuerda escasa y no siempre límpida y por completo conjuntada, recreó una muy loable Sinfonía nº 3 de Brahms.

Supo marcar con claridad ese balanceante ritmo de 6/4, tan emparentado con el que abre la Sinfonía Renana de Schumann, pese a alguna que otra indecisión métrica. Después reguló, matizó y jugó con la dinámica, yendo, sin perder la lógica del discurso, y cuando convenía, del piano al forte. Bailó sin rebozo los compases más encendidos del desarrollo, aunque no se consiguiera siempre el empaste exigido. Se cantaron bien las principales líneas del Andante y se logró la necesaria serenidad. La batuta se encargó de acentuar –puede que en exceso- el famoso puntillo de la frase inicial del Poco Allegretto, pero eso es una cuestión de matiz. Hermoso piano antes de la repetición y buena velocidad en el Allegro final, en donde los contratiempos estuvieron bien marcados y el ritmo férreamente controlado, aunque para nuestra opinión en exceso secamente. Buena reconducción para la coda en pianísimo. Arturo Reverter

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