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"Traviata" en el Escorial: La jaula de cristal
Por Publicado el: 12/08/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «La Traviata» (Verdi)

LA TRAVIATA (G. VERDI)
Auditorio Kursaal de San Sebastián. 11 Agosto 2013.

La Quincena Musical Donostiarra sigue fiel a su cita operística, aunque en los últimos años no se programa sino un único título. Este año el elegido ha sido La Traviata, de Giuseppe Verdi, en una producción que ha conseguido poner en común los esfuerzos económicos de nada menos que 5 teatros españoles: los Festivales de El Escorial y San Sebastián, además de las temporadas regulares de los teatros de Oviedo, Pamplona y Córdoba. Es esperanzador que en estos tiempos tan difíciles para la lírica los teatros españoles unan sus fuerzas, independientemente de la mayor o menor calidad del espectáculo que ofrezcan. Efectivamente, ese es el camino correcto y bueno es que se vean resultados prácticos de las reuniones de Ópera XXI.

La asturiana Susana Gómez y su equipo están de plena actualidad en el verano operístico español. Si el mes pasado estrenaban esta producción en El Escorial y hace unos días mostraban su Norma en Perelada, ahora llegan a San Sebastián. Será en el otoño e invierno próximos cuando su trabajo llegue a los otros teatros mencionados más arriba.

El trabajo escénico de la asturiana no va mucho más allá de la eficacia, pudiendo calificarse la producción como minimalista, en un escenario (Antonio López Fraga) rodeado de unas paredes de plástico translúcido, al que se añaden unos pocos elementos de atrezzo (una mesa y una chaise longue), primando la eficacia y el coste sobre la brillantez. El vestuario (Gabriela Salaverri) parece responder a tiempos más o menos actuales y resulta un tanto monótono, ya que el coro siempre va vestido igual, se trate de coros de gitanas,  de toreros, de las fiestas de Violeta o Flora, o del puro Carnaval. La iluminación de Alfonso Malanda cumple con su cometido, aunque no es muy imaginativa.

La dirección escénica es bastante tradicional, narrando bien la historia. Lo menos conseguido de la producción es el desarrollo de los coros de gitanas y toreros, siendo interesante el detalle de que Germont intenta comprar con dinero la voluntad de Violeta. Es un a producción que no molesta, pasando sin pena ni gloria.

La dirección del italiano Pietro Rizzo tuvo aspectos positivos y otros, no tanto. Me pareció una dirección sensible y controlada en muchos momentos, obteniendo una notable prestación de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, que mejoró otras actuaciones suyas en foso. Los problemas mayores del maestro vinieron en los momentos en los que aceleraba los tiempos, surgiendo entonces algunos desajustes con la escena. No estoy en contra de tiempos vivos, pero creo que hubo exceso de precipitación por parte de la batuta en algunas ocasiones. También me resulta criticable el hecho de que las cabalettas no tuvieran repetición y más todavía que el aria Addio del passato se liquidara con un solo verso. Lo dicho, luces y sombras. Hay que señalar la buena prestación del Coro Easo.

El mes pasado escribía sobre La Traviata en Munich y hacía referencia a las dificultades de que una soprano  pueda abordar con éxito la muy diferente escritura de Verdi en los tres actos de esta ópera. Algo parecido tendría  que escribir en esta ocasión y referido a Desirée Rancatore. En conjunto fue una más o menos convincente Violeta, que ofreció lo mejor en el primer acto, donde brilló en Sempre libera, sin escaparse del MI sobreagudo. El hecho de que su voz ha evolucionado en los últimos años le permite afrontar bastante bien la escena con Papá Germont, aunque queda corta en Amami, Alfredo, para el que le falta amplitud  y volumen. Donde resulta menos convincente vocalmente, aunque lo hace bien en escena, es en el último acto, para el que le falta una voz de mayor entidad para poder emocionar.

José Bros fue un convincente Alfredo, ofreciendo lo más interesante vocalmente de la representación. El timbre del tenor catalán no es del gusto de todos los aficionados, pero su fraseo y su dicción son siempre elegantes y hasta irreprochables. En esta ocasión ha rectificado algunos errores de ocasiones anteriores, lo que ha contribuido a que no empañara sus destacadas cualidades a las que me acabo de referir. Omitió el agudo que acostumbraba a intercalar en el interno del primer acto, así como el del final de la cabaletta del segundo. Teniendo en cuenta experiencias anteriores, me parece una decisión inteligente por su parte, ya que estas notas – que las tiene – no hacían sino devaluar su prestación global. Es de suponer que la experiencia de Pollione en Perelada hace unos días le ha resultado positiva para sacar conclusiones.

Mientras Ángel Ódena cantaba la parte de Papá Germont, no hacía sino preguntarme cuál es la necesidad que tiene este cantante en demostrar que tiene una voz grande y bien timbrada. Ódena nunca ha tenido el más mínimo problema para que su voz llegue al público, pero él parece empeñado en no darse cuenta. No hay muchas voces como la suya en el triste panorama de los barítonos actuales y eso se nota inmediatamente, no haciendo falta  alardes, que no sirven sino para empañar una actuación. Cuando recogía la voz, las cosas funcionaban mucho mejor. Si yo fuera su profesor, le obligaría a escuchar continuamente cómo cantaba Renato Bruson este personaje, cuando estaba ya próximo a cumplir los 70 años. Si Ódena moderara sus impulsos y matizara su canto podría ser un barítono verdiano de largo recorrido.

En los personajes secundarios tuvimos a Pila Vázquez, que hizo una buena Flora, aunque con una voz poco atractiva. Marta Ubieta cumplió bien como Annina. Miguel Ángel Zapater fue un Doctor Grenvil adecuado en el último acto y bastante deficiente en el primero. El resto de personajes fueron adecuadamente cubiertos por Albert Casals (Gastone), Fernando Latorre (Douphol) y Damián del Castillo (Obigny).

El Kursaal ofrecía un auditorio repleto. El público se mostró cálido durante la representación, dedicando una buena acogida a los artistas, especialmente a los tres protagonistas de la ópera.

La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 28 minutos, incluyendo un entreacto. La duración musical fue de 2 horas exactas. Los aplausos finales se prolongaron durante 7 minutos.

El precio de la localidad más cara era de 94 euros. En el piso más alto los precios oscilaban entre 48 y 75 euros. Es una buena relación precio-calidad. La última Traviata en Euskadi no fue mejor que ésta y los precios eran casi el doble.  José M. Irurzun

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