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Por Publicado el: 27/06/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Lemper y Nyman: la dama y el caradura»

LEMPER Y NYMAN: LA DAMA Y EL CARADURA
62 Festival Internacional de Música y Danza de Granada 
Recitales de Ute Lemper y Michael Nyman. Palacio de carlos V, Patio de los Arrayanes, Granada. 23-25 de junio de 2013. 

Hay conciertos que tienen su historia paralela, reflejo cóncavo de la realidad, que diría Max Estrella. A minutos de empezar la actuación de Michael Nyman (Stratford, Reino Unido, 1944) en el mágico Patio de los Arrayanes de la Alhambra, un admirador americano del artista, con definido acento tejano, pregonaba con voz más que audible: “Este sitio es absurdo, terrible; Michael va a tocar allí, solo, delante de un estanque y nosotros a los lados, ¡qué horror!” Inefable descripción de un enclave, Torre de Comares incluida –al pie de la cual está, efectivamente, el “estanque” y el escenario-, que ha subyugado a músicos como Rubinstein, Victoria de los Ángeles o Menuhin. Pero es que, empezado el concierto, hacia los 12 minutos, cuando “Michael” empezaba su Wonderland, nuestro espectador se levantó y se marchó, rezongando: “!Qué vergüenza, han saboteado a Nyman!”

Había en todo ello un problema de visión del espejo: el que estaba saboteando a la audiencia era “Michael”, no tocando lo anunciado y escamoteando un estreno anunciado a los cuatro vientos, Goldberg Shuffle, encargo del Festival de Granada y del CNDM. Nyman no precisa de muchas presentaciones: es músico de formación solidísima, militante de la “música repetitiva” –él mismo la define así-, algunas de cuyas partituras, por ejemplo, la del film El piano de Jane Campion (1993) han dado la vuelta al mundo. Y es un buen pianista, punto; para nada un virtuoso del teclado. El “Goldberg barajado” (o “mezclado”) del título de su obra nonata es referencia obvia a las Variaciones de ese nombre de Bach. Nyman explicaba en detalle, erudita nota al programa de mano, que “el sistema de construcción de la Variación de Nyman es el siguiente: el compás nº 1 de la variación 1 de Bach, el compás 2 de la variación 14, el 3 de la 11, el 4 de la 7 (…)”, y así hasta 16 “barajados”. Al margen de que este ‘collage’ pudiera dar como resultado la criatura de Frankenstein, el público jamás llegó a enterarse, porque Nyman pasó de interpretar la pieza. Una hoja incardinada a última hora en el programa decía que el artista tocaría fragmentos de sus músicas de películas, desde El contrato de dibujante hasta El fin del romance, con extractos de El clave bien temperado de Bach. Y eso es lo que hizo, con un batiburrillo de partituras que a veces tiraba al suelo y luego buscaba, interrumpiéndose, equivocándose –incluso en sus propias obras-, y disfrutando de una audiencia maravillosa, que no sabía que se estaba interpretando, pero que le aplaudió y hasta le permitió tres propinas propias, y eso sí, sin una sola explicación de qué había pasado con Goldberg Shuffle. Al final se marchó, manos a la espalda, con el mismo gesto de “Yo pasaba por aquí, y voy a tocar un ratito el piano” con el que había llegado.

Frente a esto, la actuación de Ute Lemper (Münster, 1963) fue un dechado de seriedad, inteligencia y, fundamental, elegancia, que es algo visceral a la poliédrica artista aunque esté interpretando la más desgarrada canción de cabaret del Berlín arruinado de los años 20. El último tango en Berlín es, efectivamente, el título de un amplio programa de más de 90 minutos sin pausa que Lemper construye en torno a sus habituales Weill, Schulze o Holländer, sí, pero en donde la artista bucea también en Brel, Farré, Moustaki o Piaff, y como guinda del pastel, Piazzolla, cantado –único reparo posible- en un idioma parecido al español. Sólo dos instrumentistas acompañan a Lemper en su itinerario, que va desde Lili Marlene hasta María de Buenos Aires, el pianista Vana Gierig y el bandoneonista Víctor Hugo Villena, ambos sensacionales colaboradores de la artista.

Algunos instantes fueron de antología, como el Bilbao Song de Weill-Brecht, los fragmentos de El ángel azul, el Milord de Moustaki-Piaff o el Ne me quittes pas de Brel, aunque la actriz, bailarina y cantante reservó para el final una traducción inefable del Mackie Messer (“Mackie el Navajas”) de La ópera de perra gorda, en donde suplió a la orquesta –mejor, a la banda- imitando trompeta, saxo y hasta contrabajo. Lemper es una artista total, que llena el escenario y que puede mantener atento a su auditorio durante hora y media sin una sola bajada de tensión.

En cuanto a Nyman, su paso por Granada tiene estrambote: en la mañana posterior a su concierto mantuvo un coloquio en la facultad de Medicina donde manifestó que “ni en 100 años habría podido preparar una obra tan difícil como la que había escrito” (¡!). El festival decidió, a raíz de lo acaecido, no abonarle los 6.000 euros que debía percibir por el estreno… que nunca existió. José Luis Pérez de Arteaga

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