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Una "Novena" de espectro haydiano
CRÍTICA: "Lemper y Nyman: la dama y el caradura"
Por Publicado el: 28/06/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Adiós emocionado»

ADIÓS EMOCIONADO
Haydn: “Introducción” de “Las 7 últimas palabras de Cristo”; Schubert: “Cuarteto nº 15 D 887”; Beethoven: “Cuarteto nº 14 op. 131”. Cuarteto de Tokio. Auditorio Nacional. 27-6-2013.

El CNDM ha tenido el honor de ser la institución que ha despedido definitivamente de Madrid al Cuarteto de Tokio, que se disolverá en breve, como hiciera años atrás el Alban Berg, tras una andadura de 44 años. Sólo el viola, Kazuhide Nakamura, permanece en su puesto desde el principio. Siguen incólumes sus conocidas cualidades de afinación, exactitud de ataques, tensión expresiva, amplitud fraseológica, conjunción, planificación y solidez estructural. El espectro sonoro, permanentemente equilibrado, que ha perdido con el tiempo agresividad, da paso a una pasmosa claridad polifónica y a una transparencia expositiva de excepción. La acentuación es cincelada y precisa sin dejar de ser elegante e intencionada. La limpieza de las líneas, los reguladores contribuyen también a que sus interpretaciones posean una intensa calidad poética.

Todo ello hemos podido apreciarlo y sopesarlo de nuevo en este adiós en la cima. Tras el comienzo alusivo a España con la “Introducción” de la obra de Haydn (estrenada en Cádiz), los cuatro instrumentistas desplegaron sus armas para otorgar latido constante y emocionado al Allegro Molto moderato del “nº 15” de Schubert, obra de una notable densidad en la que la armonía y las relaciones temáticas van bordando un tejido polifónico inigualable. El Scherzo fue de extraordinaria delicadeza atmosférica y el Finale se resolvió como lo que es: una imparable cabalgada de luces cambiantes.

Faltaba Beethoven. El inconmensurable “Op. 131” se nos ofreció como ese totum, esa culminación de la forma en su más amplia y absoluta libertad. Las líneas entrecruzadas, los temas caleidoscópicos, los diálogos y contrapuntos fueron desfilando con soberbia naturalidad. Los músicos nos dejaron sin aliento en el hondísimo Andante, que se extiende a lo largo de casi 15 minutos, y nos mostraron en toda su dimensión el centelleo electrizante y fantasmagórico del Presto. El Allegro postrero reveló las aristas dramáticas en una marcha de un dramatismo desaforado. Fue el mejor adiós. Desde lo más alto. Arturo Reverter

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