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Por Publicado el: 22/03/2018Categorías: En vivo

Crítica: «Pasión según San Mateo» en el Auditorio Nacional

Enoch zu Guttenberg

Teatro con música de fondo

Obra de J. S. Bach. S. Rubens, O. Vermeulen, M. Peter, T. Laske, S. Hasselhorn y D. Johannson. Orquesta y Coro Klangverwaltung, Coro de Niños de Múnich. Enoch zu Guttenberg, director. Auditorio Nacional, Madrid. 18-III-2018.

Mario Muñoz Carrasco. No se le puede negar la valentía: la Pasión según San Mateo que presentó Enoch zu Guttenberg estaba llena de osadía, sentido de la retórica y pulsión dramática. Si por algo se recordará esta versión de una de las cimas bachianas será por esa feroz teatralidad llevada hasta la frontera de lo plausible. Hubo elementos ajustados milimétricamente a lo que los manuscritos reclaman, y otros tantos repletos de licencias pero que aportaban ritmo narrativo y un sentido último a la obra, algo muchas veces olvidado. La fantasmagórica y hasta desarticulada intervención del coro-turba en el verso Barrabam! sirve de ejemplo máximo.

Por empezar por alguna parte, hubo un cuidado exquisito en la manera de presentarse en el escenario. En un intento de recuperar la disposición original de dos orquestas en Leipzig, la Klangverwaltung se dispuso especularmente tomando al director como eje. Toda una declaración de intenciones de lo que ocurriría luego: un viento madera articulando al ritmo silábico del coro, una cuerda que simulaba en sus ataques los latigazos que refería el texto y la viola de gamba de Petr Wagner como metáfora casi omnipresente de la confusión del hombre. En definitiva, un acercamiento musical sin dogmatismos que privilegió lo simbólico por encima de la partitura, todo ello sin pretensiones de autenticidad.

En lo vocal, el Evangelista de Daniel Johannson fue lo mejor de la noche, sin estrangulamientos ni apuros y distanciándose de la idea de narrador omnisciente u objetivo para sentir el dolor con el resto coro. En algunos momentos sus recitativos no pudieron transmitir mayor tristeza acumulada. Thomas Laske, que encarnó todos los papeles de bajo a excepción del de Jesús, demostró versatilidad con un timbre cuidado repleto de armónicos. Samuel Hasselhorn dibujó un Jesús muy humano, algo falto de nobleza pero siempre cantado con elegancia. El resto del reparto estuvo a menor nivel, sin lastrar el resultado final pero con notables altibajos. Mención aparte merece el magnífico Coro de Niños de Múnich, con un volumen, afinación y sentido musical superlativos, superando con nota la trampa que interpretativamente ha supuesto el uso de voces blancas en los coros iniciales y finales de la primera parte del oratorio.

Al resultado final, sin ser perfecto, no se le pudo poner reparos: se demostró que tras esta arquitectura privilegiada e inverosímil de la obra hay un manantial musical que sintetiza varios siglos de arte occidental. Y conseguir eso es más que suficiente.

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