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Por Publicado el: 01/07/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Rienzi» en Barcelona

WAGNER, R.: Rienzi

Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 30 de junio de 2013. Versión de concierto

Uno de los aspectos interesantes de la celebración del bicentenario del nacimiento de Wagner consiste en poder asistir a representaciones de algunas de sus óperas arrinconadas. A esta representación en forma de concierto de Rienzi en el Liceu hay que añadir la escénica de Das Liebesverbot o La Prohibición de Amar, que el Festival de Perelada ofrece dentro de un mes. Hace unos meses el Capitole de Toulouse abrió la temporada también con Rienzi. No está mal que el público tenga ocasión de conocer otras ópera de Richard Wagner, aunque su calidad resulte menos convincente, pero no hay que olvidar que sin las primeras, seguramente no habríamos haber conocido las siguiente.

Rienzi no es lo que podríamos llamar una obra maestra, ya que hay abundancia de aires marciales y música de banda, junto con momentos muy notables. El libreto resulta en gran medida monótono y repetitivo y, únicamente, en los dos últimos actos la acción levanta el vuelo en interés dramático. Pocas veces he encontrado tan justificado el hecho de hacer cortes en una partitura, que es excesivamente larga hasta para los seguidores de la Grand Opera francesa, género al que pertenece esta obra por derecho propio. La versión ofrecida por el Liceu ha sido la que se esta convirtiendo en la más habitual, en línea con las últimas que he tenido ocasión de ver en el Teatro Real y en Toulouse, y más amplia que la ofrecida en Berlín hace tres años y de la que existe un DVD.

La dirección musical ha estado encomendada a Pablo González al frente de su Orquesta Sinfónica de Barcelona. La lectura que nos ha ofrecido ha sido un tanto irregular, como es la propia ópera en términos musicales. En la primera parte su versión me resultó un tanto plana y corta de energía, mejorando claramente en la segunda. No abusó de volumen, lo que podría haber creado serios problemas a más de uno de los cantantes y sacó un buen rendimiento de su orquesta, cuyo sonido me resultó mejor que el de la orquesta titular del teatro, especialmente en lo que a la cuerda se refiere. Hubo algunos abucheos en su salida a saludar, pero a juzgar por su ubicación, su insistencia, su volumen y la escasez de eco que consiguieron, tengo la impresión de que en ellos había algo distinto de una pura valoración musical. Muy bien el Coro del Liceu, reforzado en esta ocasión por la Polifónica de Puig-Reig.

El protagonista era el tenor lituano Kristian Benedikt, cuyo nombre recordarán muchos aficionados por haber estado anunciado este mismo mes en Valencia, sustituyendo en Otello a Aleksandar Antonenko, aunque finalmente no llegó a cantar el personaje del Moro de Venecia. Tras verle en Rienzi, hay que reconocer que Valencia estuvo muy acertada en el cambio final del protagonista de Otello. Kristian Benedikt tiene una voz ancha y poco atractiva con serias dificultades para correr por la sala. De hecho, en los conjuntos queda totalmente desdibujado, por no decir inaudible. Tiene musicalidad y cantó con gusto la Plegaria, que fue lo más aplaudido a escena abierta. En resumen, se trata de un intérprete solvente y poco brillante, pero tampoco hay mucho donde elegir, cuando de Rienzi se trata.

Lo más musical y sensible del concierto vino de la voz de la mezzo soprano sudafricana Michelle Breedt, que cantó con mucho gusto el aria de Adriano Colonna. La voz tiene atractivo, es homogénea y canta con intención, aunque su volumen sea un tanto corto. La verdad es que siempre he visto triunfar a quien haya cantado el personaje, ya que es una auténtica golosina para una buena cantante.

Elisabete Matos fue una poderosa Irene, cuya voz destacaba en los conjuntos por encima de todas las demás. Si su exhibición de poderío hubiera venido acompañada de mayores dosis de emoción, habríamos tenido una gran Irene en el escenario del Liceu.

Los personajes secundarios estuvieron francamente bien cubiertos. En primer lugar hay que señalar la presencia de Peter Rose como Steffano Colonna, un auténtico lujo para tan breve parte. Volvió a gustarme el barítono barcelonés Alex Sanmartí, esta vez como Paolo Orsini. Mostró una voz sonora y cantó con mucha expresividad. Autoritario y adecuado el Cardenal Orvieto de Friedemann Röhling. Correctos tanto Josep Fadó (Baroncelli) como Werner Van Mechelen (Cecco del Vecchio).

El Liceu ofrecía numerosos huecos, con una entrada que no llegaría al 80 % del aforo. El público se mostró correcto y un tanto frío durante el concierto. En los saludos finales las mayores ovaciones fueron para Michelle Breedt y Peter Rose.

El concierto comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 23 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 46 minutos. Cinco minutos de aplausos al final.

El precio de la localidad más cara era de 146 euros, costando la butaca de platea 107 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 85 y 41 euros. La localidad más barata costaba 23 euros. José M. Irurzun

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