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Por Publicado el: 22/10/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: ‘Rigoletto’ (ABAO)

RIGOLETTO (G. VERDI)

Palacio Euskalduna de Bilbao. 19 Octubre 2013

Continúa la temporada de ópera de ABAO con la reposición de este popular título verdiano, que es el que abriera el ciclo Tutto Verdi hace ahora 7 años.  La representación ha sido un éxito basado en las destacas actuaciones de los tres principales protagonistas de la ópera.

ABAO ha vuelto a  poner en escena la producción de Emilio Sagi, que se estrenara en la ocasión referida anteriormente. Tengo que decir que esta producción, que me pareció interesante en su estreno, me parece que ha envejecido en poco tiempo y mi impresión actual es más negativa que entonces.

La escenografía de Ricardo Sánchez-Cuerda ofrece unos muros laterales en dos niveles y está basada en plataformas móviles que facilitan los cambios escénicos a la vista del público. Quien quiera ver en escena Mantua, el río, los  palacios del Duque y del Conde Ceprano, es decir lo tradicional visto tantas veces,  puede sentirse decepcionado, pero hay que reconocer que el mundo del teatro y de la ópera ha evolucionado notablemente y basta darse una vuelta por otros países para constatarlo un día sí y otro también. El vestuario de Miguel Crespí es tradicional y adecuado en los protagonistas y felliniano en figuración. La iluminación de Eduardo Bravo resulta algo insuficiente en algunos momentos, sin duda debido a la tenebrosidad y oscuridad (quizá excesiva) que Sagi quiere dar a la escena. La dirección escénica de de Sagi me parece un tanto corta, con tintes muy personales, pudiendo haber sacado más partido de coro y figuración. La relación incestuosa de Sparafucile y Maddalena  tiene una cierta dosis de provocación, pero ayuda a entender el carácter depravado de la pareja de sicarios y el libertinaje del Duque. La idea de sacar al final a las cortesanas a escena me parece interesante. Es decir, hemos asistido a un drama, pero todo va a seguir igual. La dirección de esta reposición la ha llevado adelante Nuria Castejón.

Lo menos conseguido de la representación fue la dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez, que sustituía al inicialmente anunciado Daniel Oren, que canceló de manera sorprendente, lo que no le impide estar dirigiendo en Pekín en estas mismas fechas. Quizá haya contraído alguna enfermedad que se cura en Oriente. La lectura de Gómez Martínez pecó de tiempos excesivamente lentos. Si no hubiera sido por la presencia de tres muy buenos cantantes en el escenario, la representación podía haber sido un gran aburrimiento. Es el Rigoletto más lento que he sufrido en muchos años, más todavía que el que él mismo dirigió a Nucci en La Coruña hace un par de años. Entre la lectura de Omer Meir Wellber en Valencia y la que ahora nos ocupa hay nada menos que 15 minutos de diferencia. Los tiempos lentos  no son un problema en sí mismos, si eso permite profundizar en el drama. Lorin Maazel nos lo demostró muchas veces en Valencia. No es éste el caso de la dirección de Gómez Martínez. Sus tiempos lentos, más bien lánguidos, condujeron al aburrimiento.  Estuvo bien la Bilbao Orkestra Sinfonikoa. En cuanto al Coro de Ópera de Bilbao, tuvo altibajos en su prestación.

Por fin volvió Leo Nucci a Bilbao, tras sus cancelaciones anteriores (I Due Foscari y Nabucco). No cabe ninguna duda de que estamos ante un auténtico milagro de la naturaleza, ya que un milagro es que a los 71años de edad pueda mantener la frescura vocal que él exhibe. Me atrevo a decir que los dos grandes milagros en la ópera actual son Plácido Domingo y Leo Nucci. Si uno analiza con detalle su actuación y la compara con otras del pasado, puede constatarse que se nota el paso del tiempo en su voz, aunque de manera muy leve, pero no pasa el tiempo para su identificación con el personaje del jorobado. Lo he dicho muchas veces, pero lo repetiré una vez más: Leo Nucci es Rigoletto, tal es su identificación con este personaje verdiano. Las más de 500 veces que lo ha interpretado hace que los más mínimos detalles salgan con una naturalidad apabullante. Sigue estando en una forma insultante para su edad y  de todos es conocida su generosidad en el canto, que le hace bisar la Vendetta en todas sus actuaciones. No fue excepción Bilbao y, si por el público hubiera sido, habría tenido que volver a bisar varias veces más.

Elena Mosuc fue una estupenda Gilda en todos los sentidos. No fue un pajarito, sino una soprano con carne y sangre en su voz, como lo quería Verdi. Su actuación no admite reproches. Cantó con mucho gusto y expresividad toda la noche, se acopló perfectamente con Rigoletto y el Duque de Mantua y brilló en el Caro nome, dando sentido al último acto, en el que se permitió intercalar un sobreagudo, gratuito, si se quiere, pero brillante.

Ismael Jordi fue una sorpresa positiva en el Duque de Mantua. El personaje le va muy bien y su emisión ha mejorado mucho. Hoy la voz corre mucho mejor que antes, incluso en la caverna del Euskalduna. Mucho ha tenido que trabajar en este aspecto, pero los resultados están a la vista. Yo tenía bastantes dudas, pero se disiparon pronto. La voz no es de las más bellas y hay sonidos nasales un tanto excesivos en algunas ocasiones. Me ha resultado más convincente su actuación en término vocales que la que ofreció en Sevilla hace unos meses. Cantó con mucho gusto toda la noche, únicamente rehuyendo el sobreagudo de la cabaletta Possente amor mi chiama. Estuvo brillante en La donna è mobile y muy elegante en Parmi veder le lagrime. Desde mi punto de vista la interpretación que hizo de esta preciosa aria no fue muy adecuada en términos interpretativos. Si algo quería Verdi en su lucha con la censura de Venecia era mantener a toda costa el carácter libidinoso y depravado del Duca. Sin embargo, la interpretación de Jordi en el aria nos hacía creer que estaba profundamente enamorado de Gilda. Creo que entre él y el director de escena tendrían que haber dado otro aire a su interpretación del aria.

Felipe Bou fue un Sparafucile con escaso poderío y corto de interés. Este personaje necesita una voz más importante. No es un comprimario. Maria José Montiel cumplió bien como Maddalena, aunque la voz no sea particularmente bella.

En los personajes secundarios hubo de todo. José Antonio García sustituía al anunciado Kurt Gyssen como Monterone y resultó bastante deficiente, corto de proyección y escasamente amenazador. Ainhoa Zubillaga volvíó a mostrar su escasa calidad vocal en Giovanna. Voz bien timbrada y agradable la de Javier Galán  en Marullo. Eduardo Ituarte estuvo bien en Borsa. Correcto César San Martín como Conde Ceprano. Aceptable, Eider Torrijos como Condesa Ceprano. Inaudible, Susana cerro en el personaje del  Paje.

El Euskalduna ofrecía una entrada de algo superior al 90 % del aforo. El público mostró su entusiasmo durante la representación y en los saludos finales, dedicando un triunfo a a Leo Nucci, pero también a Elena Mosuc y a Ismael Jordi.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total 2 horas y 41 minutos, incluyendo un intermedio y la repetición de la vendetta. La duración puramente musical fue de 2 horas y 9 minutos, auténtico record mundial de duración de esta ópera. Los entusiastas aplausos finales se prolongaron durante 7 minutos.

El precio de la localidad más cara era de 211 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 178 y 117 euros. La entrada más “barata” costaba 87 euros.  José M. Irurzun

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