Crítica: Tornasoles mozartianos, con Bach Collegium Japan, Masaaki Suzuki y Masato Suzuki
TORNASOLES MOZARTIANOS
Obras de Mozart. Bach Collegium Japan, Coro y Orquesta. Solistas: Carolyn Sampson, Mari-anne Beate Kielland, Shimon Yoshida, Dominik Wonder. Directores: Masaaki Suzuki y Masato Suzuki. Ibermúsica, Serie Arriaga. Auditorio Nacional, 22 de enero de 2025.

Bach Collegium Japan en Ibermúsica
Créditos: Rafa Martín/Ibermúsica
Admiramos desde hace años la aplicación, el estudio constante, el trabajo musicológico, a veces sesudo, el buen gusto y la altura de miras de Masaaki Suzuki, fundador de estos acreditados conjuntos japoneses. Su conocimiento de la obra de Bach, de la que ha grabado numerosos discos, es proverbial, algo reconocido en las principales sedes europeas. Aunque el músico hace ya años que aborda provechosamente otros repertorios y hace poco lo demostró en su visita a España con la Philharmonia Orchestra.
La sesión que comentamos estaba íntegramente dedicada a Mozart, del que se interpretaban tres obras maestras. La primera, Sinfonía nº 40, estuvo a cargo del hijo del maestro, que mostró buenas cualidades: gesto claro y bien dibujado -por supuesto, sin batuta-, brazos bien abiertos, sentido del ritmo y de la conjunción de voces. Todo estuvo casi siempre marcado con viveza y donosura. Pero la versión nos pareció más bien alicorta de expresión, algo caída de tempi, poco estimulante y escasamente expresiva. Líneas bien trazadas sin auténtico espíritu mozartiano. Hizo todas las prescritas repeticiones, lo que aproximó la duración a los 40 minutos.
Revivimos en buena parte con la interpretación del Réquiem del salzburgués ofrecido por el padre de una forma netamente vitalista, bien contrastada y dibujada, bien servida contrapuntísticamente y cantada por un coro muy bueno de 20 voces, arropado por una orquesta en el fiel de 30 músicos, todos con instrumentos de época, incluidos dos cornos di bassetto y en la que es primer viola el español Emilio Moreno, director del grupo La Real Cámara.
Los contrapuntos y pasajes fugados del “Kyrie” salieron bordados. El discurso a veces perdió fluidez y homogeneidad a consecuencia de los zurriagazos propinados por las baquetas finas del percusionista. Es una elección.
“Lacrimosa” bien atemperado y expresivo, bien trazado su arco. Estupendamente labrado el “Domine Jesu Christie”. Todo circuló por las sendas de la lógica musical bien entendida con escasas desigualdades. Regular prestación de los solistas. La mejor, con diferencia, fue la soprano Carolyn Sampson, de timbre transparente y acogedor y fraseo bien medido.
La mezzo, Marianne Beate Kielland, mostró una voz muy opaca y una clara carencia de graves. Engoladillo el tenor Shimon Yoshida, con zona superior bien timbrada, e insuficiente el bajo (más bien barítono) Dominik Wörner, apagado y falto de apoyo en la zona inferior para salir con bien del “Tuba Mirum”.
Se empleó una versión completada por Masato Suzuki, con cambios no muy apreciables respecto a la habitual de Süssmayr de 1793. Nos lo señalaba en sus magníficas e ilustrativas notas del programa de mano el musicólogo Miguel Ángel Marín, autor por cierto de un espléndido estudio sobre la obra y sobre todo de la proyección que tuvo en España (Acantilado, 2024).
El concierto se cerró -no entendemos que eso fuera muy lógico- con el maravilloso motete del salzburgués Ave verum corpus, para el que se volvió a situar en el podio el hijo de Suzuki. Versión correcta sin más; eso sí, afinada.
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