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Por Publicado el: 09/05/2018Categorías: En vivo

Crítica: «Tosca» en Les Arts, dispendio, dislate…

Tosca @Miguel Lorenzo

TOSCA. Opera en tres actos, con libreto de Giuseppe Giaco­sa y Luigi Illica, música de Giacomo Puccini. Repar­to: Lianna Haroutounian (so­prano, Floria Tos­ca); Alfred Kim (tenor, Mario Cavarados­si); Claudio Sgura (barí­tono, Scar­pia); Moisés Marín (tenor Spo­letta); Alejandro López (bajo, Cesa­re Angelotti). Dirección de escena, escenografía e iluminación: Davide Livermore. Vestuario: Gianluca Falaschi. Coro de la Generalitat Valenciana. Director de coro. Francesc Perales. Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet (Roser Gabaldó y Míriam Puchades (directoras). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Direc­ción musical: Nicola Luisotti. ­Lu­gar: Palau de les Arts. Entrada: 1774 localidades (lleno). Fecha: Domingo, 6 mayo 2018 (se repite los días 9, 12, 15, 18 y 21 mayo 2018).

 Justo Romero

Mal acaba lo que mal comienza. Esta «Tosca» genovesa de David Livermore por él mismo contratada cuando aún era Intendente del Palau de les Arts fue un asunto feo desde el primer momento. Livermore decidió que la producción de «Tosca» del Palau les Arts, exitosamente estrenada en mayo de 2011 con un reparto inimaginable hoy en València (Oksana Dika, Marcelo Álvarez, Bryn Terfel y Zubin Mehta en el foso), continuara atesorando polvo en los almacenes del hoy devaluado espacio escénico valenciano,  y en su lugar autoalquilar su propia producción, diseñada para el Teatro Carlo Felice de Génova. Un verdadero dislate que encendió todas las luces de alarma y supone un dispendio absolutamente impropio en una institución pública.

No ha podido tener peor cierre el periodo Livermore en el Palau de les Arts. Para colmo, la alquilada producción es fallida de principio a fin. Nada que ver con los sobresalientes trabajos escénicos livermorianos aplaudidos en el Palau de les Arts, como aquella pictórica «La Bohème» que dirigió musicalmente Riccardo Chailly, o sus también interesantes montajes de óperas como «Otello» o «La forza del destino». En «Tosca» ha tratado de ser original e introducir novedades en una ópera que –escénica y musicalmente- hasta el último operófilo conoce de pe a pa.

Todo transcurre debajo, encima, delante, detrás o al lado de una gigantesca plataforma móvil que igual es la romana iglesia de Sant’ Andrea della Valle que el Palacio Farnese, que el Castello de Sant’ Angelo o las mazmorras del -en este montaje- desbaronizado Scarpia. El movimiento constante resulta tan cansino y monótono como la dirección de escena, ésta sí plagada de tópicos, lugares comunes, gracietas fuera de lugar y hasta movimientos que son pura copia de lo ya visto. La creación dramática del personaje de Tosca es –hasta en el vestido- una parodia y quizá copia barata de la Tosca diseñada en 1964 por Zeffirelli para el Covent Garden y el regreso a la escena de la Callas. La aburrida y pobre iluminación cenital contribuye al tedio generalizado. El ridículo crucificado que aparece en determinadas escenas parece de la misma escuela pictórica que el “restaurado” Ecce homo de Borja. El vestuario Gianluca Falaschi es un verdadero despropósito, que mezcla sin ton ni son figurines como el de Tosca –cuyo vestido estaba fusilado del de la Callas  de Londres, diadema incluida- a los pastoriles atuendos de los niños de la Escolanía. Entre tanta diversidad, la inolvidable pinta de Jokanaan del pobre Angelotti, el desvencijado Scarpia o un Sacristán que más parecía un bajo bufo de Donizetti o al mismísimo Padre Antón de El Gato Montés.

Algo mejor –muy poquito- fue el apartado musical, en el que destacó con diferencia la brillante y competente concertación de Nicola Luisotti («Mefistofele», «Nabucco»), que sacó brilló, esplendor y sutilezas de la sobresaliente Orquestra de la Comunitat Valenciana –estupendo el célebre solo de clarinete de «Adiós a la vida», tocado por Tamás Massányi-. Lástima que sobre el escenario no hubiera cantantes con el fuelle y la entidad para dar respuesta a tal opulencia orquestal, por lo que frecuentemente quedaron tapados por el foso, especialmente el exiguo Scarpia de Claudio Sgura, que en ocasiones llegó a quedar tapado por el coro, incluso cuando éste cantaba fuera de escena. Ni que decir tiene que el escalofriante «Te Deum» que tan brillantemente cierra el primer acto pasó sin pena ni gloria.

La soprano armenia Lianna Haroutounian revela sana vocalidad y una a todas luces sólida escuela vocal. También honorabilidad artística y generosidad expresiva. Pero carece de la magia vocal, el poder de seducción, la presencia escénica y el milagro del detalle que requiere un personajazo como la celosa cantante. En absoluto ayudó el copiado vestuario, que le sentaba como un tiro, ni su manifiesta incapacidad de expresión en los recitativos –tan capitales en este personaje-. Para colmo, la dirección actoral parecía empeñada en empañar su actuación. La Haroutounian hizo de Tosca más o menos correctamente, pero nunca fue Tosca. Escénicamente, recordaba más bien a la Mamma Lucia rusticana o a la Abuela fallesca. Su bienintencionado pero poco emocionante Vissi d’arte no traspasó una loable corrección.

El Cavaradossi del surcoreano Alfred Kim no quedará en los anales. Ni escénica ni vocalmente. Voz fea y en ocasiones tremolante, que únicamente se crece y hasta embellece al subir al registro agudo, como los dos exultantes y prolongados Vittoria! que se marcó en el segundo acto, y que supusieron el mejor momento de una actuación claramente deficiente. No deja de sorprender que la voz más calibrada y regular del estreno fuese la de un personaje secundario como Spoletta, encarnado por un Moisés Marín que casi recordaba al eterno agente de policía Piero de Palma.

El Cor de la Generalitat Valenciana marcó la excepción de su regla y tuvo una noche que no siempre fue notable, sin la afinación, empaste, calidad vocal y perfección acostumbradas. Los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet bastante hicieron con salir en público ataviados de la guisa que salieron como para encima ponerles peros a su ilusionada actuación. Tampoco el pastorcillo Alejandro Navarro fue Caruso. El público, que llenaba el Palau de les Arts, regaló una generosa ovación a todos, pero que menguó hasta casi el silencio cuando David Livermore salió a saludar apoyado en dos muletas. Yo no fui.

Publicado en Levante el 8 de mayo

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