Crítica: Tristan und Isolde en ABAO. Poderoso notable
PODEROSO NOTABLE
Auditorio Euskalduna. 21-I-2025. Tristan und Isolde, de Richard Wagner. Oksana Dyka (Isolde), Gwyn Hughes Jones (Tristan), Marko Mimica (Köning Marke), Egils Silins (Kurwenal), José Manuel Díaz (Merlot), Daniella Barcellona (Brangane), Josu Cabrera (Ein Hirt / Stimme eines jungen Seemanns), Ein Steuermann (Gillen Mungia). Coro Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Alex Aguilera – director de escena. Eric Nielsen – director musical. Producción del Teatro de la Maestranza.

Tristan und Isolde de Wagner en ABAO
Marco Aurelio, emperador de Roma, amén de poeta y filósofo estoico, dejó dicho que “lo que realmente es hermoso no necesita más nada”. Ese pensamiento, eminentemente humanista, es el que subyace en la gesamtkunstwert (obra de arte total) que embrida, desde el alfa hasta el omega, al drama musical que es Tristan und Isolde. Estamos ante un trabajo musical en verdad hermoso, donde el pentagrama es amparo del sendero por donde la armonía y la melodía discurren en un bello tracto sucesivo dando cobertura a un texto de profundo calado filosófico. La vida. El amor. La nada.
Bretaña, Cornualles, el castillo de Careol y la nave que lleva a Tristan e Isolde arribaron en el rio Nervión, para instalarse en el escenario del auditorio del Palacio Euskalduna y, de tal modo, dejarnos el regalo de la representación escénica de esta gran ópera. A veces, también, una crítica puede tener cierto barniz de retórica poética.
Primero, lo que se ve. La producción escénica del Teatro de la Maestranza sevillana, bastante alejado a las pautas que figuran en el librero, bien merece un aprobado alto. Calificación esta que habría ido a mayores si no fuese por tanto oleaje en gris expuesto en las imágenes de los videos de Arnaud Pottier, que mejoran en la idealización de la espada rota de Tristan y en la corona del rey Marke.
En la escenografía ideada por Alex Aguilera se apreció una especial conjunción del minimalismo escénico (más pobre que un mendrugo de pan seco) con el estupendo resorte, al servirse del clímax final del drama al utilizar, con bello simbolismo al utilizar el descenso del foso escénico de la plataforma sobre la que fallece Tristan; no se apreció un mayor esfuerzo o detalles de relieve en la dirección actoral de cuantos estuvieron sobre las tablas. La iluminación de Luis Perdiguero siempre resultó sugerente y con adecuada exposición en cada momento del desarrollo de la acción. Bueno el vestuario presentado por Jesús Ruiz.
Segundo, lo que se canta. Adecuado viene al caso iniciar esta senda por las voces que menos protagonismo tuvieron, pese a que en Wagner todas son importantes. El tenor donostiarra – no barítono como figura en el programa de mano – Guillen Munguía (nieto del gran Carlos Munguía) acometió el personaje de Ein Stuerman, timonel del navío que Ileva a Isolde hacia Bretaña, lució, en su debut en Abao Bilbao Opera, su voz de lírico bien timbrada con adecuada proyección.

Imagen de la producción
El vizcaíno Josu Cabrero en su doblete de joven marinero, Jungen Seemanns, y de pastor, Ein Hirt, hizo una meritoria prestación de su tesitura. Otro tenor, en este caso Carlos Daza, barcelonés, llevó a cabo el rol de Melot, caballero del rey Marke, presentando un atractivo timbre y una muy estimable anchura de su emisión. La triestina mezzosoprano Daniela Barcellona debutaba en el terreno wagneriano cantando el tenso papel de la doncella Brangäne e hizo cumbre cum laude; con la rotundidad de su fonación y la ejemplar articulación del fraseo regaló a los escuchantes momentos preñados de bondad como fue el caso de su primer cantable “O weh! Ach! Ach” (¡Oh dolor! ¡Ay! ¡Ay!).
Otro de los triunfadores de la tarde/noche fue el bajo/barítono letón Egils Silins dado que con su personaje de Kurwenal cumplió en absoluto con la compleja notación musical que obra en el pentagrama, que ya en todo momento proyectó con limpieza los textos dados a su complejo papel, cual fue el caso de su canto “Lebt sie don, so laß dir Hoffnunng lachen!” (¡Si ella, pues, vive, deja así a la esperanza sonreírte!).
Nunca deja indiferente -para bien- la voz del bajo Marco Mimica, y en el presente caso se cumplió dicha valoración. El croata de Zagreb hizo un dechado de muchos vuelos como König Marke, mostrándose perfecto en todas regulaciones canoras. Así lo dejó patente en la emotividad con la que cantó “Warum, Isolde, warum mir das?” (¡Por qué, Isolde, por que a mí esto?). ¡Precioso!
Isolde tuvo en voz de la ucraniana Oksana Dyka que debutaba en este personaje, precisamente en la representación que aquí se valora y no tuvo especial acierto en ello, con especial incidencia de tal apreciable situación en el acto primero, encontrando mejor comodidad en el tercero. La emisión de su voz de constriñe en el registro agudo, sobre todo cuando incide en la vocal ‘i’ a partir de la nota sol, lo que resultó estridente.
Se escuchó un Tristan de mucho kilates. La tesitura del tenor lírico spinto y la técnica bien construida sobre un fiato lujoso permitieron al galés Gwyn Hughes Jones hacernos disfrutar con el brillo de su voz, de su elegancia en la modulación, de la expresividad de cada frase del texto y de la seguridad en la línea de canto en los tres registros, sobre todo en el central, tal y como lo hizo presente en su agónico “O día Sonne! Ha! Dieser tag!” (¡Oh, este sol! ¡Oh, este día!).
Tercero, lo que se oye. La Orquesta Sinfónica de Bilbao, estuvo bajo la batuta de Erik Nielsen -experto en la dirección wagneriana- quien desde 2015 hasta el pasado mes de septiembre ha sido el director de esta. Semejante circunstancia ha supuesto que, en la presente ocasión, desde el foso orquestal manara Wagner por toda la rosa de los vientos del auditorio bilbaíno.
La lectura que Nielsen hizo de la partitura fue el adentrarse en la sutileza de los aromas que fluyen desde la partitura. Se ajustaron con elegancia las tensiones tímbricas, se compensaron las modulaciones dinámicas entre las distintas secciones de la orquesta, con especial incidencia del viento metal, mereciendo una especial mención a la belleza del sonido que el músico solista hizo con el corno inglés, desde el lugar prominente donde su ubica la consola del órgano, con ocasión de la emotiva melodía del lejano pastor. El Coro Ópera de Bilbao, que no tiene especial protagonismo en este drama, cumplió en su cometido de interno.
Se disfrutó de una Tristan und Isolde muy interesante, con un ensemble de alto nivel por lo mimbres que lo conformaron, lo que bien merece un notable alto.
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