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Por Publicado el: 01/03/2017Categorías: En vivo

David Fray, como Glenn Gould, pero no…

El pianista David Fray

David Fray, como Glenn Gould, pero no…

Ciclo Beethoven. Programa: Sinfonías números 8 y 2. Concierto para piano y orquesta número 2. Orquesta de Valencia. Solis­ta: David Fray (piano). Director: Yaron Traub. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1600 personas. Fecha: Viernes, 24  de febrero de 2017.

El penúltimo programa del ciclo completo de las sinfonías y conciertos para piano Beethoven de la Orquesta de Valencia y Yaron Traub ha deparado el debut en el Palau de la Música de David Fray (Tarbes, Francia, 1981), uno de los valores más mediáticos y en boga del piano contemporáneo. Un intérprete singular, que ha sido comparado y con razón con el legendario pianista canadiense Glenn Gould. Su gesticulación exagerada, su afectación, y hasta su melena y manera de sentarse ante el piano –Fray también renuncia a la banqueta para utilizar una silla normal y corriente- son muy similares. También sus interpretaciones, que escapan a cualquier estereotipo y están teñidas de señas personales.

Pero el paralelismo apenas va más allá de estos aspectos secundarios. Fray carece de la autoridad expresiva, del genio radical y de los medios técnicos del desaparecido pianista canadiense. Su versión del Segundo concierto de Beethoven escapó a cualquier patrón estético y se tornó romántica y excesiva hasta traicionar su esencia aún clásica. Con fluctuaciones de tempi fuera de lugar, una sonoridad gratuitamente preciosista y un exagerado uso del pedal de resonancia. Este primer concierto (aunque catalogado como segundo, es en realidad el primero: fue compuesto en 1795, cuando el compositor contaba 25 años) pareció por momentos más cercano a Schumann o Brahms que al propio Beethoven. En el haber de la efusiva interpretación de Fray hay que subrayar el intenso momento emocional que, muy bien secundado por un inspirado Yaron Traub, protagonizó en el logrado final del Adagio central, así como el cabalmente dicho coral de Bach (Nun, komm, der Heiden Heiland) que ofreció como propina en la transcripción de Busoni.

El programa se abrió con una deshilvanada Octava sinfonía, más precipitada que exultante, más decibélica que pletórica, en la que parecía asomar el cansancio de profesores y maestro ante este intenso y denso maratón beethoveniano. Artística y técnicamente, fue unas de las versiones menos convincentes del ciclo. Algo mejor rodaron las cosas en la Segunda sinfonía, dicha desde una perspectiva tamizada por el Beethoven en boga en el segundo tercio del siglo pasado, antes de la llegada de las llamadas visiones historicistas. Nuevo gran éxito. ¡Ya sólo queda la  Novena! Justo Romero

Crítica publicada en Levante el 25 de febrero de 2017

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