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Luz y taquígrafos para el Real
Cuento de Violetta y el barón
Por Publicado el: 05/12/2008Categorías: En la prensa

De vaivenes y retos

De vaivenes y retos

ALVARO DEL AMO
EL MUNDO, 5 DICIEMBRE 2008
Sin contar con la gestión fantasmagórica previa a su resurrección, el Teatro Real, con 12 años de vida, se prepara para recibir su quinto equipo directivo. Tras el señor Lissner, expulsado antes de la apertura, llegaron las tripulaciones capitaneadas por los señores Cambreleng, Sagi y Muñiz, anunciándose ya la llegada del señor Mortier.
Esta velocidad en el recambio de los responsables de un teatro de ópera ha influido, sin la menor duda, en la indefinición que sigue caracterizando al coliseo madrileño. Los motivos de tan continua metamorfosis no han sido artísticos, sino políticos. Con la particularidad de que no sólo se han producido cuando un nuevo partido tomaba el poder, sino también dentro de la propia legislatura; como si la conocida tendencia patriótica de irrumpir como elefantes en cacharrería, desbaratando lo realizado por el anterior, se extendiera al trabajo del correligionario, ávido siempre el caprichoso poder por destrozar los enseres que se libraron de las pisadas del elefante anterior.

Un teatro de ópera necesita tiempo para programar y estabilizarse. Si una tripulación aterriza y, al poco de tocar tierra, debe volver a despegar, poco podrá hacer durante la escasa duración de su estancia. Y tal cosa le ha sucedido, y le sigue sucediendo, al Real.

Tal vez el nerviosismo y el atolondramiento de nuestro presente sea incapaz de apreciar las ventajas, ampliamente demostradas, de la estabilidad y la permanencia, que tan buenos resultados han dado, por ejemplo, en la berlinesa Deutsche Oper durante el largo reinado de Götz Friedrich, o en el Metropolitan neoyorquino, gobernado durante décadas por James Levine. Pero si el señor Mortier es defenestrado, por un vaivén político opuesto al que le ha nombrado, antes de poder marcar un rumbo con una mínima serenidad, el Teatro Real seguirá, como el operístico holandés errante, vagando hacia un destino ignoto. Del señor Mortier aquí se ha hablado mucho. Tiene el mérito de ser el primer programador que ha sido noticia por la audacia de sus repertorios, sus polémicas con famosas batutas y el desparpajo demostrado imponiendo sus gustos musicales.

El señor Mortier va a encontrar, por lo que se puede apreciar desde fuera, un teatro bien pertrechado, con un nivel técnico impecable, una orquesta entregada y capaz de lo mejor cuando actúa bajo buenos directores y un público… ¿cómo es el público? Se ha dicho que tradicional, asustadizo y conservador, reacio a aceptar rarezas. En su descargo, es preciso recordar que, cuando tales supuestas rarezas se le han ofrecido, ha sabido apreciarlas con espíritu abierto y experimentado gusto musical, aplaudiendo no sólo a Britten o Janacek, también a Henze o los estrenos de autores españoles. Tres son, parece, los principales retos del señor Mortier: recuperar un repertorio, conseguir que las obras de encargo no sean flor de un día, y abrir la perspectiva a títulos básicos de los siglos XX y XXI, aún ominosamente inéditos.

Hasta ahora, han sido escasas las producciones propias recuperadas; no todo lo estrenado merece ser repuesto, pero una programación solvente debe volver a representar sus producciones, como básico tejido de fondo sobre el que se inscriben tanto los nuevos estrenos como los montajes invitados.

Urge terminar con la práctica falaz de encargar una ópera a un compositor español, estrenarla con todos los honores, para luego tirarla a la papelera. Es preciso que vuelvan a comparecer periódicamente, demostrando así que su existencia no fue fruto de un penoso compromiso, sino el resultado de la ineludible obligación de un teatro público responsable.

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