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Por Publicado el: 28/01/2007Categorías: Crítica

Don Carlo en el Liceo: Konwitschny “ a la Cubana”

Don Carlo en el Liceo
Konwitschny “ a la Cubana”
“Don Carlo” de Verdi. G.Prestia, F.Farina, C.Álvarez, E.Halfvarson, A.Pieczonka, S.Ganassi, D.P.Dumitrescu, A.Nebot, E.Bayón, SArráez. P.Konwitscny, dirección de escena. M.Benini, dirección musical. Teatro del Liceo. Barcelona, 27 de enero.
En la Francia del XIX solían representarse las óperas con largos ballets, que poco o nada tenían que ver con el contexto, pero que servían para proporcionar bailarinas a los poderosos así como para distraer al personal en medio de los dramas. En esta versión francesa e íntegra del “Don Carlo” Konwitschny parodia a su aire el de “Don Carlo” con una escena doméstica que subtitula “El sueño de Éboli”. La princesa, en la espera de la escena del jardín, sueña con su matrimonio con el infante. La pantomima nos traslada a una vivienda de los años cincuenta, con la única referencia del conocido retrato de Don Carlo sobre una pared empapelada con floripondios. Éboli pone la mesa y cocina un pollo para los invitados: su marido el infante, Felipe II y su esposa. Pero el pollo se quema y han de llamar a “Posa’s Pizza”. Los cuatro discuten y bailan con la música ramplona que, a veces, no encaja con la acción. Furibunda división de opiniones del público al final del cuadro. Como jamás he presenciado. Eché de menos que no se alzase la voz de Carlos I en medio de tal algarabía “¡Pueblo! No sigan el juego a Konwitschny con su excitación. No es otra cosa que la forma inteligente de suplir con un escándalo las carencias de su Don Carlo. Guarden silencio, contemplen por ejemplo a un Felipe II desdibujado y tan pobre en carácter como los inexistentes decorados y pateen al final la poca y arbitraria definición de los personajes”. Pero no habló, porque el monje en el que debía reencarnarse prefirió jugar a ser el Melitone de “Forza del destino”.
El “Auto de fe” se desarrolla como una pirotecnia. Todo el teatro es un desfile y una fiesta. Entran desde la calle los herejes, que parecen no ser otros que okupas, sometidos a una manta de palos por unos municipales que no hacen caso a la teniente alcalde Mayol. Luego los flamencos y toda la corte en ropas actuales. Los medios de comunicación están allí para retransmitir el acontecimiento con entrevistas en pantallas desplegadas por salas y escenario. Yo aproveché el happening –no estaba en uno así desde el “Hair” londinense de los setenta- para formular algunas preguntas. Empecé por Marilyn Monroe, la voz del cielo llegada de Iraq: “Me encanta estar aquí para animar a las tropas de Felipe II”. La interrumpió un trompeterío en el pasillo. Me colé entre bastidores para preguntar a Sonia Ganassi, la gran triunfadora de la noche como Ébli, cómo se encontraba en la producción. Lo logré, después de que Konwitchny nos descifrase la razón del parche en el ojo y de que el Gran Inquisidor la pillase en la cama con Felipe II, pero antes de que los sicarios de ambos la apuñalasen. “La verdad es que me cuesta mucho centrarme en el personaje porque siempre sucede algo que me saca de él”. Se trata de reescribir la ópera en vez de recrearla.
Poniendo paz entre dos espectadores que casi llegan a las manos, me topé con el crítico de La Razón, quien me opinó de la interpretación: “No es comparable a los Don Carlos liceístas de los setenta, pero no está mal. Bien director, orquesta y coros. Estupenda Ganassi, sobre todo en la canción del velo. Pieczonka, que como Sieglinde fue la tuerta en el país de los ciegos que es hoy Bayreuth, posee menos voz y más lírica de lo esperado, aunque de color bellísima y muy musical. Bien Álvarez y mucho mejor de lo imaginado el Felipe II de Prestia. No hubo Gran Inquisidor y el Don Carlo de Farina, con bastantes disfunciones en los agudos en el último acto, fue abucheado más de la cuenta.”
Bueno, bueno, ¡nunca me lo había pasado tan bien en la ópera! Dos horas y media del primer acto, sin interrupción, en un pis pás. Vamos, ni con otro “don”, el “Don Pasquale”! Lástima que haya tenido que ser con un drama. Señor Konwitschny: ha pasado usted la prueba, posee una gran inteligencia y La Cubana le acepta para diseñar su próximo espectáculo. Y muchas gracias también por hacerme disfrutar tanto al escribir esta parodia de crítica que espero a la altura de la suya sobre “Don Carlo”. Ah, y como yo, sonría por favor. Gonzalo Alonso

El Liceo apostó por resucitar el “Don Carlo” de Verdi en su versión francesa íntegra a través de una coproducción con la Ópera de Viena firmada por el polémico Peter Konwitschny. Se temió desde un principio, una vez estrenada en Viena, que podía organizarse un escándalo en el Liceo. Para evitar la reacción del público tradicional de abonados se sacaron fuera de abono las siete representaciones programadas. Pero ni así se pudo evitar lo inevitable.
Algunos espectadores acudieron armados con pitos, pero no pudieron oírse. Tal fue el volumen de abucheos, gritos e incluso insultos. Unos pocos aplaudieron a rabiar, otros muchos abuchearon con todas sus fuerzas. Había algunos italianos llegados ex profeso desde Milán. “No me puedo creer lo que estoy viendo. No se puede llegar a tanto. He pagado viaje, hotel y me han robado el portafolio en el metro. Esto es un desastre”. “Para protestar antes hay que venir vestido en condiciones”, increpaba un joven a un maduro. “Si voy a la Scala, voy con corbata, pero aquí se que no hace falta y protesto porque tengo derecho. Porque no he pagado para ver esto”. Todo en plena representación. La aparición de Marilyn Monroe cerrando el Auto de fe fue la gota que colmó el vaso.
Las ganas de abuchear y la curiosidad por ver en qué terminaba todo se tradujeron en que el público no abandonaba el teatro a pesar de haber pasado la una de la madrugada y tras más de cinco horas de espectáculo. Posiblemente el mayor escándalo en el Liceo.

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