LA GACETA 02/11/2006
El amor de las tres naranjas desconcierta en su estreno al público
Sokhiev triunfa con su brillante dirección de la ópera de Prokofiev
JESÚS ORTE
Madrid. ¿Puede una producción operística salir indemne en su estreno a pesar de contar un reparto vocal irregular, cuando no abiertamente deficiente? ¿Puede hacerlo ante un público como el que se da cita en la primma notte del Real? Para la mayoría de encuestados, la res-puesta a priori seria con seguridad un no rotundo. La presentación el martes de El amor de la tres naranjas, sin embargo, volvió a demostrar que en ópera casi todo es posible.
Las razones hay que buscarlas, naturalmente, en los otras dos pilares básicos del teatro lírico, es decir, la puesta en escena y la dirección musical, unida esta última a la prestación del foso. Y ambas, en esta ocasión, arrojaron un balance incuestionablemente positivo. Añadan a eso un título atípico con escaso lugar para el lucimiento vocal en sentido tradicional, mucho para la brillantez orquestal y todavía más para el juego escénico. He ahí las coordenadas que hicieron posible la cuadratura del círculo.

Farsas y mascaradas
El montaje firmado por Philippe Calvario engancha a casi todos los niveles. La escenografía es vistosa, el vestuario abigarrado e ingenioso, y la dirección gestual y coreo-gráfica revela una elaboración meticulosa en estrecha complicidad con la partitura. Hay efectos continuos, espectacularidad, ritmo y mucho humor. Un humor de raíz eminentemente popular que en ocasiones deriva hacia lo chabacano, pero que en último término se aviene bien con el tono de farsa, de mascarada carnavalesca que posee la obra de Prokofiev y que resume a la perfección la frase de uno de sus corifeos: «no queremos pensar, queremos reír».
Cierto que eI montaje presenta también momentos mal resueltos, como el de la aparición del mago Chelo al comienzo del tercer acto delante de un falso telón que no acaba de extenderse, o el tedioso episodio de la llega-da a la isla de Creonta y posterior robo de las naranjas. Pero con todo, resulta innegable que el trabajo escénico está tan lleno de ideas en su concepción como de concienzudo trabajo en su realización. Y eso, en los tiempos que corren, se agradece y mucho.

Brillantez orquestal

El segundo protagonista de la velada fue ‘Pagan Sokhiev. El jovencísimo director soviético y jovencísimo aquí equivale a la increíble edad de 27 años— demostró tener la ideas muy claras sobre cómo debe sonar El amor de las tres naranjas, y no dudó en dar prioridad a la brillantez rítmica y dinámica sobre las sutilezas tímbricas y el cincelado del detalle.
El resultado es una lectura ágil y con escasas lagunas, muy disfrutable en el sentido más inmediato del término, que funciona a la perfección con el tono ligero y lúdico de la puesta en escena.
Una parte esencial del mérito, en cualquier caso, pertenece claro está a la Sinfónica de Madrid. Su excelente engrasado permite afrontar las exigencias de partituras tan dispares e inhabituales como las dos que van en lo que llevamos de temporada con absolutas garantías de solvencia. Estupenda, igualmente, la prestación del Coro del Real, bajo la guía de su titular Jordi Cacas.
En cuanto al elenco, puede que sea mejor no extenderse en detalles. Quede constancia, sin más, de la nitidez de Sergei Semishkur como Truffaldino y de la contundencia algo estridente y no siempre bien afinada de Ekaterina Shimanovich como Fata Morgana.
Un Suspenso, por último, para el desazonador público de estreno del Teatro Real, que una vez más empezó a abandonar la sala masivamente con los artistas todavía saludando en escena. Toda una pena.