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Por Publicado el: 29/05/2014Categorías: Crítica

El bello discurso roto de Pogorelich

Ciclo Juventudes Musicales

El bello discurso roto de Pogorelich

Obras de Beethoven. Ivo Pogorelich, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 28 de mayo.

Programa precioso y popular el de la nueva visita de Ivo Pogorelich (Belgrado, 1958) a Madrid. Un monográfico beethoveniano integrado por dos grandes sonatas como son las “Patética” y “Appassionata” junto a otras, más breves, pero no menos bellas, como “Para Teresa”.

A estas alturas queda fuera de toda duda que Pogorelich es un genio del teclado que se puede codear con los más destacados compañeros de profesión. Posee un sonido bellísimo, que no se enturbia jamás a pesar de su poderío avasallador, ni siquiera cuando emplea el pedal. Los pianos no suenan sólo como tales, sino que parecen perderse en la lejanía… Pero inmediatamente las rarezas despistan la memoria musical del oyente. Una cosa es recrear y otra reescribir, que es lo que a Pogorelich le gusta. La admiración es en su caso compatible con el mosqueo porque se aleja del concepto habitual en tempos, dinámicas y todo cuanto se pueda imaginar ocasionando falta de coherencia interna en sus versiones, llenas de momentos distintos, construidas a base de retazos caprichosos de genialidad. Sinceramente, Pogorelich debería cobrar derechos de autor.

Pogorelich al piano 2

De todo ello quedaron muestras a lo largo y ancho de su recital, muy especialmente en el “adagio cantabile” de la “Patética”, con fermatas y ritardandos que lograban hacer olvidar la nota anterior y, por supuesto, interrumpen el discurso musical. A veces parecía que se paraba a escuchar si una nota tenía eco. Mucha arbitrariedad, cierto amaneramiento, pero tocado con técnica perfecta, sonido precioso y sin dar margen para el tedio. Así es Pogorelich. Me pregunto qué pensará el muchacho que le pasaba las páginas al leer la partitura y escuchar su ejecución. Debió terminar el recital con la “Appassionata”, pero lo hizo con la breve sonata “Para Teresa”, mucho menos dada a los vítores que acompañaron el final de la Op.57. La Op.78 la escribió Beehoven a su amada la condesa “Therese von Brunsvik” y quizá Pogorelich la tocase como colofón como homenaje a la suya, la profesora Aliza Kezeradze, fallecida en 1996. Gonzalo Alonso

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