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Por Publicado el: 16/11/2017Categorías: En vivo

El cálido verano de Jesús Rueda

El compositor Jesús Rueda

El cálido verano de Jesús Rueda

Obras de Rueda, Glazunov y Stravinski. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Vadim Repin, violín. Director: Andrew Gourlay. Auditorio Nacional, 14 de noviembre de 2017. Ibermúsica, serie Barbieri.

Lo más significativo de este concierto, que tuvo otras cosas de interés, fue el estreno absoluto de la “Sinfonía nº 4”, “July”, de Jesús Rueda, compositor residente, una figura que aparece, creemos que por primera vez, en los programas de Ibermúsica. El músico madrileño (1961), siguiendo las pautas de la estética que ahora cultiva, ha dejado su reconocible impronta en esta partitura que, de acuerdo con lo que recoge en sus notas Miguel Rodríguez Fernández-Bustillo, se lanza a la búsqueda de la claridad y la simetría, de la repetición como elemento relevante, en un discurso lejanamente emparentado con en el minimalismo y el mundo del jazz.

Es amigo Rueda de trabajar mucho los motivos ofreciendo de ellos, empleando un ropaje sonoro de amplio espectro, distintas perspectivas a lo largo de una exposición sin fisuras ni puntos muertos. Utiliza una muy poblada orquesta y explota aquí dos ideas que se retroalimentan permanentemente. Una suerte de frase de gran aliento y un diseño de carácter rítmico que dará mucho juego en sus continuas apariciones, a veces combinado con aquel sujeto. Estratégicos “gilsandi” nos conducen a poco de empezar a un majestuoso pasaje de ínfulas impresionistas que nos recordó al gran “crescendo” de Dafnis y Cloe de Ravel. A lo largo de tres movimientos solapados nos recreamos en las superposiciones, en las grandes arcadas de la cuerda, en las episódicas superficies quebradas, en los mil y un detalles aquí imposibles de describir. Todo queda, tras 25 cálidos y “veraniegos” minutos, como suspendido.

Fue excelente la interpretación de orquesta y director, que se aplicaron en la reproducción de obra tan densa y compleja; como lo hicieron en la versión íntegra del ballet El pájaro de fuego de Stravinski, que Gourlay, con sus largos y flexibles brazos y su gesto claro, a veces algo desgalichado, pobló de detalles de buen músico, extrayendo brillo y dotando de claroscuros a cada pasaje. Todo bien ensamblado y acentuado. Aunque los metales sonaran con frecuencia acres y no siempre empastados. Buena labor también la del acompañamiento, en el fugaz Concierto para violín de Glazunov a ese virtuoso, pero siempre musical, sobrio, equilibrado y pulcro, que es Vadim Repin. Afinado y poderoso, nos dejó de nuevo impronta de su clase y de la tersa sonoridad de su Stradivarius Rode de 1733. Arturo Reverter

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