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Por Publicado el: 12/12/2019Categorías: Noticias

El caso Meyerbeer

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Giacomo Meyerbeer

La Ópera de París revivió ‘Les Huguenots”, ópera en la que la el odio y la religión acaban en una orgía de violencia.

Giacomo Meyerbeer fue uno de los compositores más programados en el pasado. Sin embargo, hoy resulta difícil escuchar unos títulos que representaban “la gran ópera”. El año pasado, en febrero de 2018 se representó “Los Hugonotes” en la Ópera de París y en junio subió este mismo título al escenario de Dresde, como también en Ginebra en febrero del próximo año. En junio cerraba la programación de 2018-19 “Roberto el diablo” en el Teatro Nacional de Moravia-Silesia, en julio se puso en escena “Romilda y Costanza” en Wildbad y “La Africana” en la Ópera de Halle. Enn noviembre, “Los amores de Teolinda” en Lausanne. “El Profeta” figura en la Deutsche Oper de Berlin en febrero y en Linz a finales de 2020. ¿Significará esto su vuelta a la actualidad?

Alex Ross reflexiona así sobre la poca visibilidad de la ópera ‘Los Hugonotes’ de Giacomo Meyerbeer en la revista New Yorker:

La desaparición de la gran ópera de Giacomo Meyerbeer, ‘Los Hugonotes’, es un misterio de la historia musical, casi un crimen que necesita ser resuelto. ‘Los Hugonotes’, una tragedia sobre la violencia de la religión,  se estrenó en la Ópera de París en 1836, donde fue bien recibida en las miles de representaciones que tuvo en el siguiente siglo. Berlioz, Verdi y Liszt la consideraron como una obra maestra. Incluso Heinrich Heine la comparó con “una catedral gótica cuyas finas columnas e inmensa cúpula parecen haber sido levantadas por la audaz mano de un gigante”. Sin embargo, a mediados del siglo XX ‘Los hugonotes’ desapareció por completo. La producción de Meyerbeer y docenas de otros trabajos de la gran ópera sufrieron el mismo destino. La mayoría de ellos quedan relegados a la categoría de curiosidades históricas  pero ‘Los Hugonotes’ merece un trato distinto: su genuino ingenio músico-dramático, las escenas culminantes, la descripción de la masacre de miles de hugonotes protestantes en manos de los católicos el día de San Bartolomeo de 1572 pueden aún hoy inspirar terror.

La Ópera de París recuperó esta ópera un una nueva producción por primera vez en 82 años –encuentre información sobre la producción en este enlace-.

El crimen tiene un primer sospechoso: Richard Wagner. El supuesto artista del futuro lanzó su carrera bajo la supervisión de Meyerbeer. En la década de 1840, Wagner admiraba a su mentor: “Meyerbeer escribió la historia del mundo, una historia de sentimientos y emociones; destrozó los grilletes del prejuicio nacional”. De hecho, Meyerbeer fue un gran cosmopolita en el terreno de la música: un judío alemán que perfeccionó sus habilidades artísticas en Italia antes de hacerse un nombre en Francia.

Los pensamientos antisemitas y el nacionalismo inundaron la percepción de Wagner en la década de los 50. Su ensayo ‘El judaísmo en la música’ – disponible en este enlace – es un cúmulo de desprecio hacia una figura sin nombre, un ‘artistucho’ de la ópera de gran fama en París. Fácilmente reconocible.

Aún así, Wagner no debería ser el único culpable del eclipse de Meyerbeer. ’Les Huguenots’,  ‘Robert le Diable’, ‘Le Prophète’ y otros éxitos de Meyerbeer gozaron de popularidad incluso en el zénit de la ‘Wagnermanía’ del siglo pasado. El declive final de la gran ópera afectó a compositores judíos y paganos por igual: la todopoderosa obra de Rossini ‘Guillermo Tell’ también desapareció de la vista.

El principal problema es que la gran ópera es un mundo estilístico en sí mismo que demanda muchos recursos y estilos vocales idiosincráticos. Sobre todo, es un género que se despliega en una estructura de cinco actos en un gran espacio temporal. Meyerbeer trabajó en un lienzo de grandes dimensiones en el que da la impresión de que la misma historia invade el escenario. Se tiende a definir la escala como wagneriana, pero sería un insulto a la originalidad de Meyerbeer. Será mejor irritar el espíritu de Wagner considerando el ‘Anillo’ como Meyerbeeresco.

El libreto de ‘Hugonotes’ de Eugène Scribe es un ejercicio minucioso de intensificación. Los primeros dos actos presentan una intriga romántica que envuelve a miembros de los Hugonotes y los Católicos. Prevalece una atmósfera festiva hasta que la acción se centra en el joven hugonote Raoul, el soberano Conde de Saint-Bris, católico, su hija Valentina, y Marguerite de Valois, hija del rey Carlos IX. Marguerite, en un esfuerzo por resolver la tensión entre los hugonotes y los católicos, decreta que Raoul debe casarse con Valentine. El enlace parece una buena estrategia ya que Raoul está enamorado de Valentine, pero un malentendido hace que rechace la oferta. Esto ofende al Conde de Saint-Bris, quien jura venganza. En las primeras escenas, Meyerbeer aprovecha al máximo la atmósfera popular y burguesa que la audiencia espera del género de la gran ópera a la vez que la atrae como protagonista, mostrando el alcance de las divisiones sociales, arraigadas en lo cotidiano.
El punto de inflexión llega en el comienzo del tercer acto, escena en la que se muestra a los hugonotes bebiendo en una taberna y burlándose de los católicos. Es entonces cuando lo político rebasa lo personal.

‘Les Huguenots’ contiene arias para los personajes principales que son una joya, pero sin embargo, en esta pieza resulta evidente que las partes individuales son diminutas al lado de la potencia social que las envuelve. Meyerbeer representa el enlace entre lo individual y lo social en una compleja red de melodías recurrentes, relaciones armónicas, patrones rítmicos y timbres instrumentales – sistema que inspiró a Wagner al uso de leitmotifs-. El más obvio  es ‘Ein Feste Burg’, que aparece periódicamente a lo largo de toda la ópera. Es una figura sutil, asociada con el ritual católico, una progresión armónica que combina el acorde de tónica con la triada sobre el sexto grado disminuido. Se escucha por primera vez en el tercer acto, mientras entonan el himno a la Virgen María y resuena celestialmente en los vientos. Más tarde, en el cuarto acto, resuena en los registros bajos con tono amenazador cuando el Conde de Saint-Bris y otros nobles planean la masacre – la famosa escena ‘Conspiración y Bendición de las Dagas’-. Como observa el experto en Meyerbeer Robert Letellier, la bendición es revertida hacia su lado oscuro, la maldición. De igual manera, el ‘picado’ de la música se transforma en un sonido de martillos que anuncian la tragedia mortal.

El cuarto acto impactó a Wagner y a Verdi por igual, aumentando su percepción sobre lo que la ópera podía llegar a alcanzar. La ‘Bendición de las Dagas’ tiene un glamour demoníaco. La escena de amor que sigue es igualmente maravillosa. Raoul, quien ha escuchado a los conspiradores, está dividido entre su deber y el amor hacia Valentina. Los amantes cantan un dúo en Sol bemol mayor – que predice el acto II de ‘Tristán e Isolda’, por no mencionar la ‘Sinfonía Patética’ de Chaikovski-. Es fácil imaginar por qué la ópera fue tan popular: su visión del ser humano es espectacularmente desoladora.

Las óperas de Meyerbeer han ido experimentando un regreso gradual en Europa pero aún es escaso en América. La Metropolitan Opera  ha ignorado al compositor desde la década de los 70, cuando revivió ‘Le Prophète’. Sin embargo, ‘Los Hugonotes’ no se ha representado en el teatro desde 1915. El tardío regreso de esta obra a París fue un éxito en general, aunque la producción escénica de Andreas Kriegenburg tenía una apariencia distante e indiferente. El reparto incluía a Lisette Oropesa en el papel de Marguerite,  Yosef Kang como Raoul, Paul Gay como el Conde de Saint-Bris, Ermonela Jaho como Valentine, Karine Deshayes como el paje Urbain y Nicolas Testé como el fiel hugonote Marcel. Acompañados por el coro de la Ópera de París, la dirección musical corrió a cargo de Michele Mariotti.

En cuanto al final, en el que Raoul y Valentine mueren en el lado hugonote, Kriegenburg dirigió con mucho control, evitando la tentación de cubrir el escenario con sangre y abrazos fascistas – el Conde y sus cómplices llevaban brazaletes nazis-.

La superposición de diferentes periodos parecía una fotografía con doble o triple exposición: los horrores del pasado, el pasado más reciente y el probable futuro. No hay cabida para la reconciliación en el conjunto final. En su lugar, mientras los guardas disparan contra los hugonotes en filas, el coro canta: ‘Exterminemos la Raza Impía’. No hay evidencias que demuestren que Meyerbeer viese en la masacre de los hugonotes una alegoría de la violencia antisemita, pero tampoco hay ninguna razón que impida esta lectura. El compositor fue muy agudo en el tratamiento del racismo. En agosto de 1839, Meyerbeer advirtió a Heine de que, a pesar de los signos de progreso, la antipatía hacia los judíos no disminuiría en los próximos años. Ese mismo mes conoció a Richard Wagner.

La más célebre recuperación de «Los Hugontes», hoy mítica, tuvo lugar en la Scala en 1962 con un reparto lujosísimo: Gianandrea Gavazzeni a la batuta, Franco Corelli, Nicolai Ghiaurov, Giulietta Simionato, Joan Sutherland, Giorgio Tozzi, Wladimiro Ganzarolli, Fiorenza Cossotto. Un fragmento más abajo.

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