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Por Publicado el: 04/06/2007Categorías: En la prensa

El marido corista, fantasía en do menor

El marido corista, fantasía en do menor
Hace medio año me invitó Angela Merkel a cenar en su casa. Una reunión reducida en la que la auténtica protagonista era Cecilia Bartoli. Auque ya tenía una vaga idea, no dejó de resultarme una sorpresa la admiración que por ella y, como veremos, por la música en general sentía el marido de Merkel. Aquella cena fue posible gracias al agente artístico de la mezzo italiana en aquel país, persona realmente lista que sabe cómo sacar provecho a cualquier situación.
Allí supe que el marido de la canciller, hijo de militar y abogado, dominaba el arte de la flauta y gozaba cantando. Ya era mayor para empezar una carrera como cantante, pero disfrutaba tanto que se apuntó a diversos coros, en los que intervenía como refuerzo de vez en cuando. Estos obviamente estaban encantados, ya que de vez en cuando les salía algún trabajo extra tan inesperado como bien remunerado.
Hace algunas semanas se le ocurrió al citado agente una idea genial: por qué no meter al marido de la canciller en el coro de una “Carmen” que se iba a representar en el teatro de la Zarzuela madrileño y que iba a dirigir musicalmente Marc Minkovski, otro de sus protegidos. Dado que el maestro estaba en la capital alemana dirigiendo en su Auditorio Nacional, planificó unas audiciones para que conociese a nuestro caballero. Superó la prueba y al poco tiempo hubo de desplazarse a Madrid para disfrazarse de contrabandista y participar en las representaciones de la ópera de Bizet. No vino él sólo a Madrid, sino que naturalmente lo hizo acompañado: un diplomático para solucionar cualquier percance protocolario, una secretaria, guardaespaldas y coche oficial. Se alojó en la casa del embajador alemán en Madrid. Aquí era un completo desconocido, por lo que nadie se percató de su identidad. Hubiera parecido uno más de los contrabandistas sino hubiese sido por tanta compañía y porque el ministro del interior mandó al teatro perros policía para despejar cualquier posible duda de atentado. Con ETA, Batasuna o ANB nunca se sabía.
Durante los ensayos, a 60€ la sesión, hubo de desplazarse a su país por asuntos oficiales, pero no tuvo problema con el permiso del teatro. La Zarzuela fue comprensiva. Y, cuando se alzó el telón el día del estreno, allí estaba él todo satisfecho y feliz. Lo de menos eran los 120€ que cobraría por noche, porque naturalmente los iba a ceder a una ONG. Lo de más era que, a trancas y barrancas, conseguía seguir con su afición al canto a pesar de ser quien era y de las muchas dificultades que ello le creaba. ¡Mira que tener que recurrir a un pseudónimo para reservar entradas para el concierto que esos días ofrecía Muti en la capital! ¡Qué pena no ser una persona del montón! Se decía a veces. Fantasía en do menor
Hace medio año me invitó Angela Merkel a cenar en su casa. Una reunión reducida en la que la auténtica protagonista era Cecilia Bartoli. Auque ya tenía una vaga idea, no dejó de resultarme una sorpresa la admiración que por ella y, como veremos, por la música en general sentía el marido de Merkel. Aquella cena fue posible gracias al agente artístico de la mezzo italiana en aquel país, persona realmente lista que sabe cómo sacar provecho a cualquier situación.
Allí supe que el marido de la canciller, hijo de militar y abogado, dominaba el arte de la flauta y gozaba cantando. Ya era mayor para empezar una carrera como cantante, pero disfrutaba tanto que se apuntó a diversos coros, en los que intervenía como refuerzo de vez en cuando. Estos obviamente estaban encantados, ya que de vez en cuando les salía algún trabajo extra tan inesperado como bien remunerado.
Hace algunas semanas se le ocurrió al citado agente una idea genial: por qué no meter al marido de la canciller en el coro de una “Carmen” que se iba a representar en el teatro de la Zarzuela madrileño y que iba a dirigir musicalmente Marc Minkovski, otro de sus protegidos. Dado que el maestro estaba en la capital alemana dirigiendo en su Auditorio Nacional, planificó unas audiciones para que conociese a nuestro caballero. Superó la prueba y al poco tiempo hubo de desplazarse a Madrid para disfrazarse de contrabandista y participar en las representaciones de la ópera de Bizet. No vino él sólo a Madrid, sino que naturalmente lo hizo acompañado: un diplomático para solucionar cualquier percance protocolario, una secretaria, guardaespaldas y coche oficial. Se alojó en la casa del embajador alemán en Madrid. Aquí era un completo desconocido, por lo que nadie se percató de su identidad. Hubiera parecido uno más de los contrabandistas sino hubiese sido por tanta compañía y porque el ministro del interior mandó al teatro perros policía para despejar cualquier posible duda de atentado. Con ETA, Batasuna o ANB nunca se sabía.
Durante los ensayos, a 60€ la sesión, hubo de desplazarse a su país por asuntos oficiales, pero no tuvo problema con el permiso del teatro. La Zarzuela fue comprensiva. Y, cuando se alzó el telón el día del estreno, allí estaba él todo satisfecho y feliz. Lo de menos eran los 120€ que cobraría por noche, porque naturalmente los iba a ceder a una ONG. Lo de más era que, a trancas y barrancas, conseguía seguir con su afición al canto a pesar de ser quien era y de las muchas dificultades que ello le creaba. ¡Mira que tener que recurrir a un pseudónimo para reservar entradas para el concierto que esos días ofrecía Muti en la capital! ¡Qué pena no ser una persona del montón! Se decía a veces. Yo no se lo que pensaría el pueblo alemán si fuese real la historia, que no lo es, pero se que en España sería impensable un caso así por mucha «Fantasía en do menor» que le echásemos.
Anónimo (artículo publicado en un blog anónimo de internet)

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