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Por Publicado el: 17/11/2008Categorías: En la prensa

El Teatro Real, de Cambreleng a Cambreling

El coliseo apura el plazo para encontrar a los nuevos directores artístico y musical
El Teatro Real, de Cambreleng a Cambreling 15 Noviembre 08 – 23:34 – G. Pajares
MADRID- Además de un juego de nombres ingenioso (Juan Cambreleng fue el primer director general del Teatro Real; Silvayn Cambreling es una de las batutas de confianza de Gerard Mortier), el titular bien podría resultar un resumen de la primera y convulsa década de vida del coliseo, cuyos máximos responsables deberán decidir en las próximas semanas los nombres de los directores artístico y musical que sustituyan a Antonio Moral y Jesús López Cobos, respectivamente. La carrera es contrarreloj y habrá fumata blanca antes de Navidad. Como ya adelantó este diario, en el punto de mira del coliseo están situados Stephane Lissner, superintendente de La Scala, y Gerard Mortier, un jinete que goza de privilegiada posición de salida en la carrera por el control escénico del Real. Su trayectoria comienza a fraguarse a mediados de los 70 en la Ópera de Fránkfort, como ayudante de Cristoph Von Dohnanyi -a la sazón director de la institución- junto con Peter Catona. Nuevos aires y renovación El responsable del coso parisino llevará a ambos, años después, a la Ópera de Hamburgo; sin embargo, el regreso en 1985 de Rolf Lieberman, director tiempo atrás de la Ópera de París y que ya fue intendente de Hamburgo, conlleva la salida de Catona y Mortier. El primero pondrá rumbo al Covent Garden. El segundo aterrizará en la Monnaine de Bruselas, que vivirá con él un momento de reconocimiento internacional: las propuestas sofisticadas y rompedoras del belga entusiasman. A Mortier se le queda pronto Bruselas pequeño y el Festival de Salzburgo pone sus ojos en el belga. Allí aterriza en 1992. Los primeros años el festival vive una etapa dorada, y es que Mortier consigue hacer punto y aparte con la época Karajan. No sin vista, trasplanta el exitoso proyecto de Bruselas a la cuna de Mozart. La ayuda de dos pilares en la dirección orquestal como Harnoncourt y Peter Stein consolida su labor. Sin embargo, la luna de miel acaba abruptamente. Las desavenencias con los batutas y el enfrentamiento con algunas primeras figuras (Pavarotti y Jessey Norman) le acarrean grandes conflictos. Los carteles con la leyenda «busco entradas» de los primeros años se tornan en «ofrezco entradas». La desbandada de público lleva aparejado un vacío en restaurantes y comercios, que elevaron una queja formal a la organización del festival, que decidió prescindir de Mortier. Su adiós en 2001 fue histórico: la puesta en escena de «El murciélago», de Johan Strauss con regia de Neuenfels, que no era sino una parodia desgarrada de la situación política austriaca, dividió al público e hizo a la viuda de Karajan abandonar la platea. Con Mortier lejos, Salzburgo respiró tranquilo. El desencanto de París Desembarcó después en la Trienal del Ruhr en Alemania, donde permaneció hasta 2005 para, de ahí, saltar a la dirección de la Ópera de París (de 2005 a 2009). Tras conocerse su renuncia a dirigir la New York City Opera el pasado fin de semana, el teatro de la Gran Manzana deberá buscar quien lo pilote. En París, su labor ha dejado un sabor agridulce. Los agujeros económicos dejados en Bruselas, Salzburgo y París han sido carne de titular. Se le ha reprochado, entre otras cosas, el haber impuesto a Cambreling como batuta cuando no goza del favor de la casa. La primera temporada dirigió 44 representaciones; la segunda se quedó con 39, sin contar los conciertos. Según la prensa francesa, los honorarios de Cambreling rondarían los 15.000 euros por representación. Si Mortier acepta la propuesta del Real es bien seguro que el director viajará en su equipo junto a Semyon Bychkov (a su grupo de colaboradores se le conoce como «los Mortier boys»).

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