EL VIRUS “TROYANO” SE ADUEÑA DEL TEATRO

Palau de Les Arts, Valencia
BERLIOZ: Los troyanos. Stephen Gould, Elisabete Matos, Daniella Barcelona. Coro de la Generalitat, Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección escénica: La Fura dels Baus. Dirección Musical: Valeri Gergiev. Palau de Les Arts, 31 de octubre de 2009.
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Los dos únicos fallos al principio. Uno, la hora de comienzo: empezar una ópera de cinco horas a las 8 de la tarde supone estar acabándola, intermedios incluidos, a la 1:20 de la mañana, con la lógica desbandada del público; dos, la ausencia de un libro-programa, como hasta ahora ha sido norma en el Palau de Les Arts desde su primera temporada: reducirlo a un cuaderno con una sinopsis exigua del argumento y las biografías de los intérpretes es bajar mucho el listón y, sobre todo, hacer que la institución pierda uno de sus signos de identidad.
Parabienes para todo lo demás. De entrada por llevar a escena, por fin en España, una producción –íntegra, sin cortes- de una de las más grandes obras del romanticismo, que su autor, Hector Berlioz, consideraba su “non plus ultra” musical. Y por juntar para ello los talentos de La Fura dels Baus, ya habitual en el edificio de Calatrava, y del maestro ruso, titular tanto del Teatro Marinskii como de la London Symphony, Valeri Gergiev. Fabulosa actuación la de este último, con una lectura de la obra enfocada hacia el futuro, ocre y tenebrista en ciertos momentos, reflejada en el sonido, directo o inducido, de oficloides y serpentones. ¡Qué extraordinario maestro, ojalá Valencia establezca con él una relación asidua!
Original, polémica y, “furera” también en eso, espectacular y brillante la concepción escénica de Carlus Padrissa, que parte de una moderna premisa informática: el “Caballo de Troya” es un virus que destruye el sistema operativo; para Padrissa, “la primera parte (de la obra) cuenta la terrible historia de la autodestrucción de una civilización”, y de ahí que la definitiva entrada del “Caballo” en la ciudadela vaya acompañada de infinitas proyecciones que avisan de “Alerta de Virus”, “Fallo del sistema”, “Equipo infectado”, etc.; la misma imagen penúltima del Acto II, los soldados de Ilión armados con portátiles contaminados, es todo un símbolo de su planteamiento. En los actos siguientes, Eneas y sus huestes no tripulan bajeles sino naves espaciales y Cartago no es sino una estación interestelar en su camino en pos de una Italia sideral.
Las dos grandes protagonistas femeninas, Casandra y Dido, tuvieron dignas representantes en la, muy aclamada, portuguesa Elisabete Matos -¿habría en la sala algún espectador que hubiera visto a la “Casandra” por excelencia, Shirley Verret con Kubelik en el “Met” en 1973?- y la italiana Daniela Barcellona, conmovedora en su escena final. Stephen Gould como “Eneas” hizo pensar que el “Sigfrido” de Wagner debió pasearse por Troya antes de tomar la ruta del Rhin, pero con algún desafuero vocal extemporáneo, algo en lo que sentó cátedra el también americano Eric Cutler como “Iopas”, en noche un poco pésima. Muy valiente y ajustado el italiano Gabriele Viviani como “Chorèbe”. Ejemplar, sin fisuras, el magnífico coro que capitanea Francesc Perales. El conjunto tuvo una solidez que más de un teatro –el de la Bastilla en su inauguración con esta obra, en 1989, sin ir más lejos- habría envidiado. El Palau de Les Arts, aún con pequeñas rémoras ya enunciadas, sigue siendo un modelo de buen hacer. José Luis Pérez de Arteaga