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Por Publicado el: 05/02/2004Categorías: En la prensa

En torno a la Iberia de Torres Pardo

Por su interés reproducimos las críticas a la última versión en vivo de la cima del piano español, la «Iberia» de Albéniz.
LA “IBERIA” DE TORRES-PARDO.Antonio Iglesias, ABC (14-11-2003) Fue la gran Alicia de Larrocha la que, allá por los años cincuenta del último siglo, mostró al mundo que la entera “ Suite Iberia “ de Isaac Albéniz no era aquel inaccesible himalaya del teclado, que apartaba de su interpretación a los más encopetados artistas de su tiempo. Luego vendrían otros a confirmarlo, hasta llegar a nuestros días, con el fenómeno de una Rosa Torres-Pardo que reafirma aquella verdad con un superlativo trabajo, inteligente, demostrativo de que la Suite albeniziana, sin dejar de ser “no apta”, es absolutamente realizable, a semejanza de lo que ocurre con Listz y Debussy, sus principales antecedentes. La Torres-Pardo se halla hoy en el momento cumbre de su carrera artística, senda corta en el tiempo y muy extensa por cuanto pudimos observar quienes la admirábamos, viéndola tallar una personalidad que hoy ocupa desde España una personalidad internacional indiscutible: dedos fáciles, claros, seguros, casi infalibles en su más rica exposición, fuerza ya controlada, con calidad y bellísimas sonoridades entre el “pianissimo” y el “fortissimo”, pedales tan perfectos como para estar integrados en la naturalidad del discurso. Es inútil seguir con el detalle que, resumiendo, nos conduce a afirmar el natural contento de contarla entre los que se merecen ser programados como  “ Grandes intérpretes”. Se puede afirmar que, desde los impresionistas, las partituras lo consignan todo y bástenos el recuerdo del “ Cantad con la frescura de la hierba húmeda “, reclamada por Mompou. Para mí, con la terquedad del convencido, suscribo que el principal mérito del intérprete es, en clara consecuencia, la fidelidad a cuanto el compositor le pide desde la partitura, que fue lo que nos legó Alicia de Larrocha. Parte de este punto, en una cierta medida, Rosa Torres-Pardo, pero se nos muestra a las claras que desea ser “personal” ante todo” y, entonces, llega a perturbar los perfiles de la autenticidad, con logrados “rubatos” o precipitación general, pongamos como ejemplo, del importantísimo tresillo, algo que, dentro de la sincera admiración que se merece, menoscaba la verdad de la partitura. ¿ Que verdad ? Pues aquella que emana de lo escrito por el compositor y que aún interpretándolo por dos pianistas, jamás totalizará dos versiones semejantes, que éste es el buen arte de la interpretación musical. Por todo ello, titulé esta nota como “ La Iberia de Torres-Pardo”.Su enorme éxito, merecidísimo, pudo completarlo concediendo propinas mil… Mi aplauso se extiende a su seriedad concertística, quedándose con el rico total, en exclusiva, de la monumental Suite “Iberia”, cumbre de nuestro piano.ROSA TORRES PARDO: EN EL CAMINO. LA RAZÓN. A.REVERTER. (15/11/2003)
Mantuvo el tipo la pianista madrileña Rosa Torres Pardo durante casi hora y media, y alcanzó momentos de notable calidad interpretativa, fraseó con general nitidez, con ese sonido tan suyo de carácter percusivo, claro y un punto agresivo, y ven- ció gran parte de las trampas rítmicas y las solicitudes de carácter mecánico, con singular limpidez en piezas como «Ron- deña» y «Albaicín»; o, incluso, en otras más delicadas como «Evocación», aunque en ésta y en otras reveló ciertas limitaciones, centradas, por ejemplo, en la falta de un toque poético y sutil, necesario para responder a la atmósfera en buena parte impresionista que impregna casi toda la partitura y que combina con la música de raíz netamente hispana, servida por procedimientos bastante originales y cruzada con planteamientos que la unen al gran pianismo sinfónico centroeuropeo.
Gracia más racial
En la mayor parte de los casos echamos de menos también, aparte de un mayor balanceo rít- mico, una gracia más racial, un espectro dinámico más ancho (¿dónde esas cinco «p» de «Evocación», sin ir más lejos?) para huir del eterno juego forte-mezzoforte y un refinamiento tímbrico más caleidoscópico. Fue una visión voluntariosa, abstracta, con escasas referencias y alusiones localistas y que tuvo, al lado de instantes muy notables ¬como, por ejemplo, la exposición de ciertas coplas, así la encomendada a la mano izquierda en «Malagueña»¬ y de realización plausible otros en los que las dificultades contrapuntísticas, de líneas superpuestas o de complejos acordes ¬«Corpus», «Lavapiés»¬ no tuvieron adecuada solución. En esos casos, la artista moderaba el tempo para acomodarse mejor a la endiablada escritura, lo que hacía perder temple, fluidez, concisión y tensión al discurso.
   Pero, en todo caso, volviendo al principio, la labor de Rosa Torres Pardo, fue en verdad meritoria. La artista está en el camino de resolver los todavía nume- rosos problemas. Lo hecho hasta aquí merece plácemes. Enfrentarse a la «Iberia» de un tirón y salir hasta cierto punto indemne es una heroicidad. 

«HACIA LA CUMBRE». EL PAÍS. LUIS SUÑÉN. 12/11/2003
Cada vez que se escucha Iberia se hace más evidente su carácter de obra única, de cumbre monumental de la música para piano de cualquier tiempo y lugar. Tocar Iberia es como ascender 12 himalayas en hora y media. Las dificultades son continuas. Pocas músicas exigen en cantidades tan parejas pericia técnica y entrega anímica, y si falla cualquiera de las dos la otra se resiente siempre y el resultado aparece incompleto. Por eso, atreverse es ya un mérito, y no pequeño. Rosa Torres-Pardo se ha atrevido desde una mayor preocupación por la mecánica que por la expresividad. En general, su Iberia es demasiado unívoca, es más un cúmulo de dificultades a resolver que de esas bellezas continuas, fragmentarias, cuya adecuada unión deja una sensación final de obra maestra absoluta. Hay en la pianista más tensión que intensidad, y el resultado se resiente de una falta de equilibrio entre la prosodia y su significado que hace que el concepto general no aparezca cumplido todavía. Está en el camino y hay que esperar que el futuro vaya puliendo aristas.
Hubo buenos momentos. Así, el cuidado por el fraseo en El puerto, la elegancia jonda con la que inició Rondeña, los contrastes bien marcados en una buena Almería, la progresión dinámica en Eritaña y la realización general de Triana y Jerez fueron lo mejor de la sesión. Por el contrario, Corpus Christi en Sevilla sufrió de emborronamientos en sus clímax, El Albaicín quedó demasiado plano, El Polo resultó duro y su final poco sutil. El conjunto adoleció de falta de relieve y, sobre todo, de ausencia de emoción. Debiera Torres-Pardo airear más su Iberia, descargarla de densidad, soltarse las amarras de tantas notas escritas y reconocerse en la gracia y la hondura que atesora. Pundonor y maneras le sobran.
EL PIANO SUPERIOR. EL MUNDO. CARLOS GÓMEZ AMAT. 12/11/2003
MADRID.- Para enfrentarse con un monumento pianístico como Iberia, hacen falta una serie de altas cualidades: técnica, seguridad, confianza, sensibilidad y comprensión del difícil mensaje. Rosa Torres-Pardo reúne esas cualidades y por eso se ha unido, con méritos reconocidos, al ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Fue ovacionada, después de su Albéniz sin inoportunos añadidos, y puede decirse que ha superado el desafío.
Iberia, contra lo que se sigue repitiendo, no es la realización de las teorías de Pedrell. A Pedrell, el Albéniz que le gustaba era el amable de las primeras épocas. El genial y progresivo no llegó a entenderlo. Es un piano superior que, aunque parezca salirse de su cauce, como decía Debussy refiriéndose a las Sonatas de Beethoven, no hace sino sublimar las características del instrumento.Por eso, como he repetido, Iberia pierde en la orquesta, como cualquier música cuya esencia esté ligada a los secretos del teclado.
En los números más característicos y fantásticos, como El Corpus en Sevilla, se pasa un poco en la fantasía personal y abusa de la «libertad de expresión». Acierta cuando se ajusta al ritmo, como en El Albaicín. En lo más neutro y menos complejo, como Jerez, construye y equilibra. Echamos de menos contrastes dinámicos, que dan vida a ésta música. Con Lavapiés, casi basta con aclarar el tupido bosque.
Resumiendo. Firmeza en la técnica -lo que no es poco- y alguna diferencia en el criterio. El de este crítico, por supuesto.Un aplauso sincero al riesgo de la empresa.
Una velada excepcional. la nación. hector coda. (3/09/2003)
Concierto de la pianista española Rosa Torres Pardo organizado por el Teatro Colón, con el auspicio de la embajada de España. Programa: versión integral de la Suite «Iberia», de Isaac Albéniz. 1º cuaderno: «Evocación», «El Puerto», «Corpus en Sevilla»; 2° cuaderno: «Triana»,»Almería», «Rondeña»; 3er. cuaderno: «El Albaicín», «Polo», «Lavapiés»; 4° cuaderno: «Málaga»,»Jerez» y «Eritaña». En el Teatro Colón.
Nuestra opinión: excelente
Como una piedra preciosa, este recital único -por varios motivos- lució con incomparable fulgor propio engarzado azarosamente en medio de la febril actividad pianística del certamen internacional y el próximo Festival Argerich por desarrollarse en el primer coliseo.
Obra completa
Rara vez se ha ofrecido en el Colón la Suite «Iberia» completa, como en esta ocasión, y rara vez el abordaje ha sido tan exhaustivo desde todo punto de mira. De este hecho sólo se registran realizaciones históricas, como la del estreno de sus cuatro cuadernos -separadamente- en París por la eminente Blanche Selva entre 1907 y 1909. Si a esto se agrega que «Iberia» es poco menos que la consumación del arte pianístico de Albéniz, con sus doce composiciones de largo aliento y elaborada factura, compuestas en las postrimerías de su vida, cuando España era para él -musicalmente, al menos- una evocación fuerte y necesaria.
Se comprenderá la magnitud del hecho artístico que significa haberla ofrecido en vivo integralmente en una noche en verdad excepcional. Es una lástima que un concierto de estas características haya sido anunciado con escasa antelación y que el público asistente no pudiese disponer de un programa impreso de mano para seguir su desarrollo.
Perfecto contralor
Rosa Torres Pardo concentró todo su esfuerzo en esta versión integral; al hacerlo puso en evidencia un arsenal considerable con perfecto contralor de recursos técnicos y expresivos, algo que el propio Albéniz soñó quizá cuando conoció y se perfeccionó con Liszt, cuando tenía 20 años, en su época juvenil de concertista trotamundos.
Las doce piezas que conforman la Suite «Iberia», dividida en cuatro cuadernos, son de extraordinaria complejidad pianística y musical; no es sólo complicada de ejecutar, contiene armonías inéditas en la música española de teclado con cambios repentinos e inesperados, y se halla animada por una inspiración y fantasía muy libres, y aun osadas. Hay inserciones de efectos instrumentales, como la guitarra o las castañuelas. Sus piezas, de largo aliento, son dispares en carácter, plenas de colorido, en las que la influencia impresionista de la época se halla presente.
Evocación
España se encuentra presente en cada una a través de la evocación, del recuerdo ensoñado, antes que el realismo sonoro característico de la «Suite Española», por ejemplo, pero las imágenes evocadas cobran unas veces una intensidad enceguecedora y deslumbrante, y en otras el color se funde con la evocación misma.
Todo esto fue asumido por Torres Pardo de manera natural, sin esfuerzo aparente durante su ejecución, con una amplia disponibilidad de medios gracias a los cuales la sonoridad destacó en primer lugar con clara definición y plenitud, si bien en piezas como «Evocación» el claroscuro sirvió para acentuar su carácter explícito y el de toda la serie.
Un aspecto importante en su interpretación fue la nítida disociación de ambas manos para dar expresión a las voces del bajo, o a las intermedias del discurso sonoro, tal como aconteció en «El Puerto», con matices impresionistas, y en «Almería», donde el canto inferior se eleva para dibujar con nitidez la copla.
«Corpus en Sevilla», en cambio, fue una verdadera estampa de la ceremonia religiosa, con acusada austeridad en los acordes iniciales y notable despliegue en sus fiorituras y adornos, delineados con notable pulcritud y gracia, mientras la mano izquierda ejecutaba impresionantes saltos con absoluta precisión.
Otro aspecto notable del desempeño de Torres Pardo fue el acertado empleo de los pedales y la elaboración de todos los matices que encierra el discurso de Albéniz aplicando una diversidad admirable de géneros de toque como pudo apreciarse en «Rondeña» que, unido a su sentido del color, confirió a su interpretación un carácter especial.
Vuelo expresivo
Expuesta en último lugar del segundo cuaderno, en «Triana» dio al canto todo el generoso vuelo de la expresión, con sus acentos incisivos carentes de rispidez y un despliegue de color en la densa trama pianística.
La España que internalizó Albéniz en «Iberia» apareció finamente diseñada en «El Albaicín», con una agógica que dio al movimiento y el fraseo una especial flexibilidad, para exponer su complicadísima textura, haciendo oír los sonidos apagados de una guitarra en una sugestiva evocación nocturna.
Por algunos momentos, la perfecta posición que mantuvo Torres Pardo frente al piano -lo cual facilita la aplicación de sus recursos técnicos- se alteró con un suave balanceo de hombros para acompañar el ritmo entrecortado y contagioso de la danza en»Polo», al término de la cual el público celebró con un aplauso.
«Lavapiés» y «Málaga», con sus densas texturas sonoras, sobre las cuales campea la melodía en medio de arabescos, particularmente en la segunda, permitieron apreciar el definido canto de la mano izquierda.
El clima recoleto, casi religioso de «Jerez», fue recreado con propiedad extrema; el canto surgió entre los arabescos más elaborados con un hispanismo de pura cepa como el que caracterizó a todo el recital de Torres Pardo, regulando las tensiones y distensiones del discurso dicho con inusual expresividad y colores impresionistas.
Los acordes firmes y vigorosos de «Eritaña» enmarcaron el brillo y esplendor de la pieza final de la serie, con una pujanza y un vigor dignos de encomio, propios de un temperamento como el de Rosa Torres Pardo, capaz, como lo demostró, de revitalizar esta notable exhumación.

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