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Por Publicado el: 14/02/2022Categorías: En vivo

Crítica:  Estreno de Sánchez-Verdú en la OCNE

             Estreno de Sánchez-Verdú en la OCNE: A la sombra de Parmínedes

Obras de Sánchez-Verdú y Mendelssohn. Miembros de los Coros Nacional, Comunidad de Madrid, RTVE y de Cámara de Pamplona. Ruth Iniesta, soprano. Orquesta Nacional. Director: Miguel Harth-Bedoya. Auditorio Nacional, 11 de febrero de 2022.

Lo más interesante de la sesión era el estreno –aplazado por la pandemia- de la composición «Hacia la luz» de José María Sánchez-Verdú (1968), que ocupó todo la primera parte. Encargo de la ONE, de acuerdo con una política que nunca debe abandonarse, fue buena muestra del arte creador del compositor algecireño, fiel a sus postulados habituales, que miran con frecuencia a latitudes y épocas lejanas en las que lo misterioso, lo espiritual, lo mágico, incluso lo filosófico tienen cabida.

Llevado de su afición a lo arcano, a lo sobrenatural, a lo místico, el músico ha profundizado muy poéticamente en el mundo lejano del filósofo presocrático Parménides de Elea (515-440 antes de Cristo) y ha buscado inspiración en un poema del que se conserva el proemio versificado donde, como recoge Stefano Russomano en sus notas al programa de mano, “confluyen las dimensiones de lo mágico, lo chamánico, lo mitológico y lo filosófico”.

Jose-MAria-Sanchez-Verdu

José María Sánchez-Verdú

El compositor ha querido y sabido dar a su obra forma, contenido y dimensión mediante un complejo juego de simbologías en el que Parménides viene representado por un coro de 60 voces de bajo y las Hijas del sol, que acompañan al filósofo por siete sopranos y cuatro mezzos. La diosa toma cuerpo sonoro en una voz del teatro Noh japonés, que aporta al conjunto un significado y una apariencia diversa. Una base argumental que permite dar suelta a un imponente ejercicio de imaginación sonora. Durante 26 minutos asistimos a un desfile de efectos tímbricos, de combinaciones, de líneas y de colores insólitos en donde todo está amalgamado y al tiempo diversificado.

Sánchez-Verdú emplea también en esta ocasión una gramática muy rica y muy propia de su reconocido y personal estilo, en el que son tan importantes los silencios y las texturas delgadas, por las que corre permanentemente, como más de una vez hemos señalado, un aire limpio y bienhechor y en el que se proponen continuamente giros, inflexiones, ecos orientales, estatismo y tenues y sugerentes sonoridades, aquí ofrecidas a través de un riquísimo muestrario a lo largo de un recorrido en el que se da una especial aplicación a ciertos instrumentos, como el órgano y en donde aparecen un saxofón grave y unas singulares hondas, que producen una lejana respiración cuando son lanzadas al viento.

Las boquillas de los metales son sopladas en busca de una sonoridad silabeante y primigenia; las cuerdas son pellizcadas, los bajos suenan rumorosos y amenazadores, los timbales, golpeados inmisericordemente, evocan a la caballería… Multitud de efectos bien organizados a lo largo del sugerente discurso nos ayudan a crear imágenes. Todo va discurriendo sigilosamente, con pasajeras eclosiones, con chispazos aquí y allá, con súbitas llamaradas, con turbulencias ocasionales.

La cuerda aguda tarda en aparecer y se suma con sus lejanos destellos al conjunto, preparando el camino para la entrada de la Diosa, representada por la voz de teatro Noh, Ryoko Aoki en este caso, adecuadamente ataviada de blanco y amplificada, que, “acompañada de inmortales áurigas” sobre vocalizaciones del coro masculino, emitió su salmodia, a falta quizá de un espectro sonoro más generoso. El tejido orquestal, tan sutil y al tiempo tan variado, una auténtica filigrana sonora bien urdida, fue aligerándose insensiblemente dando fin a la destilada narración.

La segunda parte del concierto venía ocupada por dos partituras de Mendelssohn, bien alejadas de la estética cultivada en la primera: el bello poema sinfónico “Mar en calma y viaje feliz, op. 27”, inspirado en dos poemas de Goethe y el “Salmo 42, op. 42”. En el segundo, junto al Coro Nacional, intervino la gentil soprano Ruth Iniesta, de timbre tan espejeante, maneras tan diestras, emisión tan canónica y vibrato tan ajustado, que cantó bien, con propiedad y proverbial afinación; especialmente el aria “Mi alma está sedienta de Dios”. Cuatro miembros del Coro, los tenores Ariel Hernández y Luis Izquierdo, y los barítonos-bajos Enrique Sánchez y Francisco Santiago se sumaron a la fiesta en el quinteto “El Señor revela su bondad”. Aplausos generales para los miembros de los distintos coros intervinientes y sus respectivos directores. Y para una muy entregada y bien dispuesta Nacional.

Todo estuvo bajo el mando del peruano Miguel Harth-Bedoya, que ha visitado numerosas veces el podio de la Nacional. Como es habitual en él mostró un gesto amplio y bien dispuesto y también una cierta inexpresividad. Concertó con aseo la nada fácil partitura de estreno, organizó sus planos y dibujó sus alternancias. Bajo sus manos, la música de Mendelssohn sonó bien, aunque a  a falta de refinamiento y, en el poema “op. 27” se echó en falta una mayor destreza en la administración de colores y un más acusado relieve de acentos. Arturo Reverter

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