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Por Publicado el: 24/10/2021Categorías: Colaboraciones

Eun Sun Kim, la directora coreana fan de “El juego del calamar”

Eun Sun Kim, la directora coreana fan de “El juego del calamar”

Titular del foso de la Ópera de San Francisco desde agosto, su dirección de Fidelio, en cartel hasta el día 30, la sitúa como una de las más importantes de su generación. Es la primera mujer asiática en ocupar ese puesto en una compañía lírica de EE UU de las de primer nivel

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Eun Sun Kim fue asistente en Madrid de Jesús López Cobos

Eun Sun Kim (Seúl, 1980) en Madrid era “La Asun”. A los miembros de la Orquesta del Teatro Real les costaba pronunciar su nombre y optaron por rebautizarla. Aquí sería Asunción. Y punto. Ella se ríe cuando lo recuerda. Corría el año 2008. No llegaba esta mujer a los 30 y se alzaba con el título de ganadora del II Concurso Jesús López Cobos. Durante dos años estaría como asistente del maestro de Toro, que era por aquel entonces director musical del Teatro Real. Ella le recuerda con mucho cariño. Era parco, dice, o no demasiado dado a la conversación, pero se metía hasta las entrañas de cada pieza que dirigía. “Con él aprendí mucho de dirección. Me enseñó que el trabajo nunca para, no se detiene. En cada ensayo o en cada pausa hacía que los artistas se sintieran a gusto. Con él aprendí cómo funciona un teatro por dentro”.

Dicen que Eun Sun Kim dirige con los ojos. Ahora se nota más que nunca, tapados como vamos todos con la mascarilla. A ella le basta la fuerza de una mirada para dirigirse a una familia u otra de instrumentos. Cuando decidió quedarse en Madrid tras ganar la citada beca dejó en el camino un contrato en la ciudad alemana de Gelsenkirchen. Allí, sabedores de cuál era su decisión final, le dijeron lo siguiente: “Esto nos confirma que habíamos hecho la elección adecuada y elegido a la mejor”. Madrid le enseñó otra vida, le abrió los sentidos a una cultura nueva y aprendió a amar la gastronomía, de la tortilla de patatas al cocido.

“Comienza una nueva era”

Su padre llegó a ser ministro de Cultura, pero jamás inclinó la balanza a favor de su hija. Su madre era maestra, una mujer constante que le repetía que en la vida son necesarios “el esfuerzo, el trabajo y humildad, humildad y humildad”, palabras que siempre lleva consigo. Y ella decidió poner rumbo a Europa para empaparse de los grandes compositores: quería sentirlos “in situ”, allí donde habían nacido y compuesto sus más grandes obras. Se paró en Berlín. Su carrera fue paso a paso. Rompió moldes cuando apenas era una isla, única en su especie, en su país: solo ella empuñaba en Corea la batuta de directora. Ahora ya son varias las mujeres en el podio. “Comienza una nueva era” se lee en los carteles colgados de las farolas de la ciudad norteamericana. Ella está llamada a ser un reclamo para sacudir el mundo lírico, encorsetado de más en San Francisco y con más de un 50% de blancos en el patio de butacas. Atraer el público negro y latino es el reto. Y conseguir una ocupación similar a la de la era pre pandemia. Sin prisa, pero sin pausa.

Ha pasado el tiempo. Ya ha cumplido los cuarenta. Se ha casado y separado (su marido sigue siendo su representante) y es la titular de la orquesta de la Ópera de San Francisco, donde ha levantado el telón esta temporada con Fidelo días atrás y en cuyo foso dirigirá la ópera de Beethoven hasta el día 30. Antes de cada función acostumbra a visitar a los artistas en su camerino. Una hora antes del estreno revisa la partitura para que nada salga mal. Su presencia se nota pero parece etérea. Cuando la soprano Deborah Polaski la vio dirigir en Madrid (ella entonces participaba en Jenufa) la paró en seco por un pasillo y le preguntó: “¿Tienes representante?”. Ella no sabía ni a qué se refería. “¿Representante? ¿Es que necesito uno?”. La cantante le dijo con aplomo: “Lo vas a necesitar. Eres una mujer especial. Eso se nota”. El tiempo le dio la razón.

Unas palabras en checo

Si el jurado tuvo meridiano en 2008 que ella era la elegida (en 2010 estuvo al frente del ya célebre y siempre joven “Il viaggio a Reims” con escena de Emilio Sagi) hoy muy pocos dudan que su carrera apunta altísimo. “Un director es un director. No importa el sexo que tenga. Lo que importa es que haga bien su trabajo y transmita la música”, responde cuando se le pregunta por el tema de la paridad en los fosos. Cuando prepara una obra se concentra hasta el extremo. Fuera de su alcance deja todo aquello que la pueda distraer. Incluso la serie de Netflix “El juego del calamar”, seguida por más de 130 millones de personas en todo el mundo y de la que es seguidora. No mientras trabaja. No si tiene que dirigir. No si toca aprender. Su disciplina es férrea y su figura menuda. Su paciencia, infinita. Durante la pandemia confiesa que seguir sesiones de yoga vía “streaming” le sirvió para mucho.

La ópera ni es vieja ni aburrida. Son las mismas historias que siguen sucediendo doscientos años después. Y continúan emocionándonos”, cuenta en una entrevista a The New York Times. Cuando le ofrecieron dirigir Rusalka en San Francisco no era consciente de que buscaban un sucesor en el podio a Nicola Luisotti. Aprendió unas palabras en checo para dirigirse a los músicos. Un gesto que no pasó desapercibido. Ahora, para preparar la ópera de Beethoven fue a las fuentes y estudió todo lo que pudo sobre la trayectoria y la sordera del genio. Habla coreano, inglés, alemán, italiano, francés y español. Solo dirige óperas en los idiomas que habla y trabaja para hacer aún más grande la música, nunca para conseguir fama. Entre sus objetivos están Verdi y Wagner, que quiere programar en el coliseo en años venideros. Y no descarta componer ópera. Gema Pajares

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