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Por Publicado el: 25/06/2014Categorías: Crítica

Eva Maria Westbroek: voz corpuscular

Westbroeck

VOZ CORPUSCULAR

Obras de Elgar, Barber Wagner y Strauss. Eva Maria Westbroek, soprano. Orquesta Titular del Teatro Real. Director: Alejo Pérez. Teatro Real, Madrid. 24-6-2014.

La rapsodia lírica de Samuel Barber “Knoxville: Summerof 1915”, sobre poema de James Agee, no es obra frecuentada entre nosotros. La evocativa música, las cimbreantes y nostálgicas melodías llegaron bien expuestas en la interpretación, de atrayente toque poético, de Westbroek, que supo medir el íntimo dramatismo que subyace en los pentagramas, emocionado recuerdo de una infancia lejana, envuelta en cosas aparentemente nimias y que concluye con un pensamiento triste: “mis padres no me dirán jamás quién soy”. La cantante se sirvió de hermosos pianísimos y de filados muy meritorios (hasta un si agudo). Buena colaboración orquestal, atenta a las suaves volutas de la partitura.

Detalles de indudable clase asimismo en los “Wesendonck Lieder” de Wagner, ese poético antecedente de “Tristán e Isolda”. El timbre de la soprano holandesa es en principio adecuado a estas canciones: el de una lírico-“spinto” dotada de un acusado pero musical vibrato. Una voz corpuscular, de grano grueso, que estalla en los fortísimos con una magnífica contundencia y un volumen importante. Sonidos plateados, espejeantes, penetrantes. En la zona inferior se aprecia una cierta decoloración, que no impide la resuelta expresión y el mimo con el que se sirvieron algunos pasajes. Puede que el tinte no sea muy sensual, lo que priva de inflexiones idóneas a determinadas frases. La línea se vio mínimamente alterada por las explosiones de algún que otro ataque en exceso violento.

Alejo Pérez, tras una anodina y un tanto confusa recreación de la huera “Obertura Cockaigne” de Elgar, estuvo muy atento para plegarse, con general fortuna, a las evoluciones de la voz, que se fundió bien que los timbres orquestales. Como cierre de la sesión, escuchamos una potente, intensa y compacta versión del poema sinfónico “Muerte y transfiguración” de Richard Strauss, que no tuvo la necesaria gradación de dinámicas y anduvo falta de matices. Planteamiento más bien parvo, en el que no se establecieron con suficiente fluidez las sutiles transiciones. La gigantesca peroración final, el momento clave de la transfiguración, fue expuesta muy rudamente, aunque con evidente eficacia. Arturo Reverter

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