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Por Publicado el: 27/05/2022Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Festivales de verano, mirada atrás y reflexiones 2022

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Festivales de verano, mirada atrás y reflexiones 2022

En agosto de 1972 visité por vez primera los festivales de Verona y Salzburgo. Viajábamos juntos varios amigos que estudiábamos alemán en el Goethe Institut de Arolsen. Con cuatro perras en el bolsillo, nos alojábamos en habitaciones cuádruples o en albergues juveniles. Recuerdo perfectamente lo que vi en la bellísima ciudad del río Adige en tres ías sucesivos: “Aida” con Bergonzi, “Ballo in maschera” con Pavarotti y “Ernani” con Corelli, Ligabue, Capuccilli y mi actual amigo Ruggero Raimondi. Total, casi nada. Sin embargo apenas tengo recuerdos de mi primera experiencia salzburguesa -tan sólo a Teresa Berganza en unas soberbias “Bodas de Figaro”- posiblemente porque Karajan se encargaría de borrarlos todos apenas un año después, cuando nos conocimos y me invitó a su casa de Anif, donde me mostró el cuarto lleno de aparatos electrónicos donde pasaba sus horas más dichosas. Cuarenta años después estuve invitado a cenar por el intendente de la Arena de Verona en el restaurante de los bajos del hotel donde me alojé entonces y cuarenta años más tarde regresé al pequeño pero céntrico y confortable hotel Wolf de mi segunda estancia en Salzburgo. Tuve también oportunidad de cenar con Wolfgang Wagner y su segunda mujer, Gudrun, en el propio teatro de Bayreuth a finales de la década de los 2000. Él estaba en plena decadencia y Gudrun llevó la voz cantante durante toda la cena, como lo hacía en el teatro. La situación se volvió insostenible. De alguna forma se cerraba un círculo y va siendo hora de pensar….

El mundo musical ha cambiado mucho en estos años, empezando por quienes dirigen sus teatros. Eran entonces personas con una considerable afición a la música, profesionales de ella que se mostraban deseosos de conocer y compartir experiencias con los que nos dedicábamos a la crítica periodística. Buscaban conocernos y sabían bastante bien quienes éramos cada uno. Amaban la ópera y su trabajo por encima de cualquier tipo de divismo. No hay que irse muy lejos para recordar un ejemplo extremo de ello: el caso de Juan Antonio Pamias en el Liceo, quien se jugaba personalmente su fortuna en las temporadas del que “realmente” era su teatro. Ahora las entidades líricas han sido “ocupadas” por políticos en su gestión y personajes llenos de egocentrismo en sus direcciones musicales. Tampoco hay que ir muy lejos para hallar ejemplos. Primaba entonces el canto sobre cualquier otro aspecto. Los fondos se gastaban en cantantes, después en directores musicales y sólo luego en los registas. Los teatros no ganaban dinero, pero no pasaban apuros económicos porque sus costes estaban bajo control y no sometido a los caprichos del director artístico de turno. Por eso uno abogado como Pamias podía apechugar con los resultados económicos del Liceo.

Pasaron los años, aumentaron su presencia los directores musicales y, sobre todo, alcanzaron el poder los de escena. Las óperas dejaron de reflejar lo que el compositor había imaginado para pasar a ser escaparate de las, con frecuencia, masturbaciones mentales de aquellos. Los costes se desbordaron con la nueva partida de gastos escénicos, pero se vivieron buenos tiempos y los políticos abrieron la mano y, de paso, se colocaron al frente de muchas instituciones. Se cometieron barbaridades. Algunos de ustedes encontrarán inexplicable por qué jamás se ha vuelto a programar en el Teatro Real la “Aida” de la segunda temporada firmada por Hugo de Ana. Simplemente porque una dirección, pensemos que inexperta, creyó que estaba pagados todos los costes de su producción cuando todo el enorme vestuario había sido alquilado sin una cláusula que permitiese reponerlo a precios pactados. Así en todos lados. En Italia se tiró el dinero en producciones fastuosas, como la “Aida” de Ronconi e incluso llegaron a los juzgados casos de corrupción de superintendentes y agentes musicales. En Alemania se acuñó un nuevo teatro musical. Luego llegó el #Metoo. Todo empeoró.

Y, más recientemente, la prensa entró en crisis. La música empezó a desaparecer de sus páginas. Dejaron de valorar lo que nuestros escritos merecen o, quizá, creemos injustificadamente que merecen. Aunque, obviamente, haya excepciones honrosas a todo lo descrito con anterioridad, yo me pregunto: ¿Qué pintamos ya personas como yo en esta situación? Gonzalo Alonso

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