Gómez Martínez en la RTVE
Himno del alma. ABC 16-3-2008
Temporada RTVE
Obras de Richard Strauss. Int.: M.Xyni (soprano), Orq. de Radio Televisión Española. Dir. musical: M. Á. Gómez Martínez. Teatro Monumental. Madrid.
ANDRÉS IBÁÑEZ
Si tuviera que decir cuál es la música más hermosa jamás escrita, mi elección sería Beim Schlafengehen, la tercera de las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss, cuya tercera estrofa (el poema es de Hermann Hesse) podríamos titular «himno del alma»: pero el alma, cuando nadie la ve, desea volar con alas libres hasta el círculo mágico de la noche para vivir allí, más intensamente, una y mil vidas. La soprano griega Marussa Xyni las interpreta con enorme sensibilidad, con alguna fealdad de timbre en el registro medio, con unos graves muy dulces y expresivos (como en el maravilloso final de September) y esos agudos plenos y cálidos que son requisito absoluto de cualquier soprano straussiana que se precie. En lo que hemos llamado «Himno del alma», Miguel Borrego tocó la flotante melodía que representa el vuelo de Psiqué con una contención que bordeaba el desapego, pero luego Marussa Xyni nos entregó sus célebres floreos, cúspide de la escritura vocal de Strauss, con una enorme musicalidad, culminando en la enorme dulzura de la palabra leben, «vida».
Pero la gran noticia de la noche, como de tantas noches en el Monumental, es la Orquesta de Radio Televisión Española, que toca las Cuatro últimas canciones con una reverencia, con una seriedad y dedicación absolutamente admirables, y luego se lanza a la Sinfonía Alpina de Strauss con una pasión y una entrega que no son comunes a todas las orquestas, donde es fácil que surja la rutina o la cómoda profesionalidad. Miguel Ángel Gómez Martínez no logra, quizá, esa turbadora sensualidad, esa perversidad sonora que los grandes directores straussianos saben extraer de las retorcidas y caprichosas melodías, pero demuesta un talento deslumbrante en la construcción y en la creación de climas y expectativas, como en la hipnótica «Calma que precede a la tempestad». Apoyado en una sección de metales absolutamente impecable, logra una Alpina maravillosamente narrada, una versión poseída por un continuo movimiento hacia delante. Una queja menor: la máquina de viento, de la que no surgía más que un siseo inexpresivo.
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