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Bajazet al cuadrado
Gómez Martínez en la RTVE
Por Publicado el: 27/03/2008Categorías: Crítica

PUES MENOS MAL QUE ESTABA PLÁCIDO DOMINGO…

PUES MENOS MAL QUE ESTABA PLÁCIDO DOMINGO…

Teatro Real
HAENDEL: Tamerlano. Mónica Bacelli (Tamerlano), Plácido Domingo (Bajazet), Ingela Bohlin (Asteria), Sara Mingardo (Andrónico). Jennifer Holloway (Irene), Luigi De Donato (Leone). Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Paul McCreesh. Dirección escénica: Graham. Vick. 26 de marzo de 2008, Teatro Real.
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En teoría, insertar a Plácido Domingo en una ópera barroca, podía parecer algo así como montar una paella sobre un soufflé de queso. A la postre –nunca mejor dicho-, la presencia del tenor madrileño fue, en varios momentos de la larga noche, el máximo aliciente de una representación bien intencionada –sí-, con (algunos) buenos mimbres –también-, pero que terminó pesando como una losa sobre buena parte de una audiencia que abandonó con moderación la sala –no fueron muchos, y lo hicieron en los dos entreactos-, que se aburrió en conjunto con educada displicencia y que hizo buena la frase lapidaria que una espectadora pronunció, de manera tan cortés como audible, al caer el telón: “¡Bendito sea Dios, se acabó!”.
“Tamerlano”, ópera número 17 en el conjunto de las 41 redactadas por Haendel, se gesta en un año de bienes para el autor de “El Mesías”, 1724, el que también conlleva la creación de “Julio César”. Esta fue, acaso junto a “Jerjes”, la más conocida página lírica de Haendel durante décadas, antes de la relativamente moderna restauración de su catálogo operístico debida a los Gardiner, Harnoncourt, Jacobs, Curtis, Minkowski o Pinnock. Frente al despliegue de “Giulio Cesare”, “Tamerlano” es una obra contenida, incluso intimista, en la que no hay escenas corales ni complejidades instrumentales: Haendel se ciñe a seis voces, todas protagonistas según los momentos de la obra, y a un conjunto orquestal escueto, sin metales, con un mínimo (pero efectivo) dispositivo de viento-madera que secunda a la cuerda y al continuo. Todo queda en manos de los cantantes y del director.
Había, sí, cantantes especializadas –cuatro voces femeninas, incluida la del personaje que da título a la pieza, y dos masculinas- en esta producción del Maggio Musicale Florentino recogida por el Teatro Real: Monica Bacelli ya fue “Tamerlano” en el 2001 y Sara Mingardo también encarnó a “Andrónico” en una versión que en Florencia dirigió Ivor Bolton. La primera no parecía tener en Madrid la mejor noche de su vida, comprensiblemente “des-ayudada” por las tonterías gestuales y danzadas que la dirección escénica le obligaba a hacer, y algunas de sus coloraturas estuvieron al borde de lo gallináceo; mejor Mingardo, que cantó “Bella Asteria!” del Acto I con hermosa dignidad, aunque luego fue perdiendo fuelle en el curso de la sesión. Bonito y sentido el canto, también idiomático en el estilo, de Ingela Bohlin (“Asteria”) y descolorida Jennifer Holloway en el personaje quizá menos agradecido, “Irene”. ¿Estilísticamente descolocado Plácido Domingo? Seguramente, pero, a su años –podía ser padre o abuelo de algunas de las cantantes mentadas-, la voz era la más hermosa sobre el escenario e, importantísimo, su estupenda dicción permitía que se entendiera todo lo que recitaba o cantaba; en suma, llenaba la escena y daba una lección de versatilidad y preparación técnico-musical que, listas de mejores tenores del mundo aparte, muy pocos intérpretes se han permitido.
Paul McCrees es un admirable músico que ha tenido que venir a bregar con un toro en principio ideado para otro (¿Minkowski, que en estos mismos días va a actuar en el Real?) y con un trabajo lógicamente ímprobo con una formación, la Sinfónica de Madrid, muy distante en la práctica de estas lides. ¿No habría sido más coherente que Mc Creesh se hubiera traído a sus Gabrieli Consort & Players, o a otra formación similar, como se ha hecho con la ópera paralela de Vivaldi, “Bajazet”, confiada a Fabio Biondi y a su Europa Galante? La rectoría escénica, ya “fumigada” por la crítica italiana, es de un hieratismo y parquedad/parvedad irritantes. Los derviches o así que circulan por la escena parecen contratados por Groucho Marx para servir un cocktail en la embajada de Libertonia, y la media esfera adherida a un pie no se sabe si es la opresión del tártaro sobre los otomanos o un ejercicio de rehabilitación para la base del quinto metatarsiano.
Lo dicho: menos mal que estaba Plácido Domingo…

José Luis Pérez de Arteaga

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